La muerte de Spadafora, detonante de la caída de Noriega

Actualizado
  • 16/09/2020 00:00
Creado
  • 16/09/2020 00:00
El pasado domingo se cumplieron 35 años de la muerte del médico guerrillero Hugo Spadafora. Su familia, personas vinculadas al régimen militar y de la sociedad civil hablan de este episodio de la historia del país

Fue fatídico ese viernes 13 de septiembre de 1985. Pareciera que una persona con inclinaciones de fetichismo calculó bien el momento... viernes 13. Solo para que los lectores entiendan... ese 13 de septiembre apareció en un sector tico fronterizo con Panamá un cuerpo decapitado. Después de los análisis forenses se comprobó que se trataba del doctor Hugo Spadafora.

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Un hombre que se dedicó durante toda su vida a luchar por la libertad de los pueblos subyugados y a enfrentar a las dictaduras como la que encabezaba Manuel Antonio Noriega.

Después de la invasión se condenó a varios ciudadanos por este crimen, todos pertenecientes a las Fuerzas de Defensa que comandaba Noriega. No sé si sobre este hecho abominable se ha dicho toda la verdad. Rita Spadafora, hermana de Hugo, expresa: “Lamento que los jóvenes de este país desconozcan la historia de lo que ocurrió en esta nación. Por falta de textos históricos, las nuevas generaciones no se han dado cuenta de que los retos que enfrenta Panamá, la corrupción, la falta de justicia y la inequidad son consecuencias de la dictadura militar. Y es lamentable que los mismos que ayudaron, contribuyeron y participaron en la muerte de mi hermano, hoy abaniquen banderas políticas y estén gozando de los beneficios de la democracia que tenemos gracias a mártires como Hugo”.

.El padre de Hugo, don Carmelo Spadafora, sufría por lo ocurrido. Empezó una cruzada para denunciar lo que pasó. Su corazón afectado desde 1965 no soportó el dolor. Su hijo Guido Spadafora reflexiona: “Lo que más recuerdo fue el dolor de mi papá. Él siente más dolor que yo. Debe estar muriendo de dolor. Y así fue. Dos meses después muere de dolor. Recuerdo la humillación con que hombres e instituciones se burlaban de nuestra lucha y la del pueblo panameño. Mi madre, que no era la madre biológica de Hugo, le llora hasta hoy. Y es así; Hugo era un hombre admirable, sensible, tierno. Lo consideré el hombre más seguro. Nunca se quedaba en palabras. Era de acción... con principios”.

Xenia Spadafora de Espinoza dice: “Mis sentimientos o pensamientos sobre el asesinato de mi hermano Hugo, son los mismos de entonces. Dejó de estar con nosotros el hermano risueño que celebraba los chistes que mamá contaba. Dejó de estar uno de los hermanos que se preocupaba por nuestros problemas y que trataba de ayudarnos. Nos lo arrebataron en lo mejor de su vida, frustrando sus ideas y sus conocimientos. Dejó en nosotros un gran vacío que todavía sentimos. No se le ha hecho justicia; ocultan a la juventud de Panamá su trayectoria, borrándolo de la historia.

El expresidente Ernesto Pérez Balladares también sintió la mano fuerte de Noriega cuando lo obligó a no postularse para las elecciones de 1984, y amenazó con hacerle daño a su familia. Sobre la muerte de Spadafora destaca: “Un hecho que, en mi concepto, muestra la decadencia e impunidad de esos años. El principio del fin de la dictadura de Noriega”.

Rubén Darío Paredes vivió muy de cerca el proceso que encabezó Omar Torrijos Herrera. Conoció bien la figura de Noriega, uno de los autores intelectuales de la muerte de Spadafora. Paredes aspiró a ser presidente en su intento fallido en aquellas elecciones del 6 de mayo de 1984. Al principio se notaba un empuje de su candidatura. Perdió fuerzas luego que el general le entregara el mando a Manuel Antonio Noriega aquel 12 de agosto de 1983. Paredes y el presidente Ricardo De La Espriella impulsaron reformas constitucionales de 1983, las que permitieron la escogencia por el voto directo del presidente, vicepresidentes, legisladores, alcaldes y representantes de corregimiento. Este proceso se haría por primera vez luego del 11 de octubre de 1968, cuando los militares derrocaron al doctor Arnulfo Arias Madrid.

Paredes estaba jubilado cuando ocurrió la muerte de Spadafora. “En declaración jurada al exfiscal tercero superior Rolando Rodríguez declaré así más o menos: 'Tanto en la desaparición del padre Gallegos como en la decapitación del Dr. Hugo Spadafora, en mi concepto, Noriega tuvo que ver intelectualmente y también ordenó la ejecución a subalternos. Sin embargo, no puedo demostrarlo señor fiscal Rodríguez... esa es la tarea del Ministerio Público y su fiscalía”. Rubén Darío Paredes también recuerda los hechos del 3 de octubre de 1989, fecha del segundo intento de golpe militar contra Noriega. “Cuando se da en acto público el fusilamiento de 11 oficiales subalternos de la institución, confirmé mi presentimiento que Noriega sufría del síndrome de Nerón y que el poder lo había deformado o enajenado. En aquella ocasión me pregunté, ¿cómo pensaba subsistir o mantenerse vigente y en control del país, con semejantes crímenes a cuestas, en el caso que no hubiese ocurrido la invasión de Estados Unidos?... Solo matando y desapareciendo a todos los que se le opusiesen”.

Paredes destaca las posibles causas que motivaron a que Noriega actuará como lo hizo. “En sus últimos años al frente de la institución se convirtió en prisionero de tres influencias muy poderosas, que hicieron renacer en él los atavismos de fiera del hombre primitivo que todos llevamos en el ADN. .Primero, el narcotráfico y sus beneficios económicos. Segunda, la presión de las alimañas militares y civiles que vivían y se nutrían en la melena de ese león acorralado ... las que eran conscientes de que si Noriega caía, ellas dejaban de ser; y tercera, sus debilidades y veleidades humanas.

El dirigente Guillermo Cochez dijo: “La decapitación de Hugo Spadafora marcó el final de la dictadura. Lo ocurrido demostraba el lado criminal de un régimen. Ello motivó que muchos de sus seguidores marcarán distancia de Noriega, principal sospechoso del crimen. Internacionalmente, pero sobre todo en Estados Unidos empezó a cambiar la imagen de lo que verdaderamente vivíamos en Panamá”.

Cuando ocurre la muerte de Spadafora, el coronel Roberto Díaz Herrera estaba al mando y Noriega en Francia. Las relaciones entre ambos no eran las mejores. “Me entero al día siguiente por la lectura de la columna “En pocas palabras”, del extinto escritor Guillermo Sánchez Borbón. No decía directamente que lo habían matado, pero sí que llegó a Paso Canoas desde San José; que tomó un bus y aún sus familiares no sabían nada. Para mí, conociendo a la pantera y su odio visceral contra el médico y amigo, esperé lo peor.

“Al llegar a mi despacho le pedí a mi secretaria conseguirme ya al mayor Luis 'Papo' Córdoba, jefe en Chiriquí. Lo interrogué con dudas totales. '¿Dónde carajo tienen al Dr. Spadafora?' Con actitud altanera negó saber algo. No le creí y se lo dije. ¡Córdoba tenía el respaldo del comandante! A la media hora me llamó Noriega: '¡Hey, Roberto, ¿qué te pasa con Córdoba que lo has puteado?' Le dije con cálculo: 'Apresaron ayer a Spadafora y no aparece en la capital, ni sus familiares saben nada'. Con su frialdad de siempre respondió: 'No sigas preocupado por ese tipo... Córdoba no te miente. Ellos no saben nada. Recuerda que ese hombre tiene demasiados enemigos, y no somos nosotros”.

Pronto se confirmó el encuentro del cuerpo sin cabeza; algo brutal, para la época. Luego de eso, intento darle un golpe a Noriega. Convoqué a miembros del Estado Mayor; me di cuenta de que ninguno me apoyaría. Moví tropas del Batallón 2,000 a cargo del mayor Armando Palacios Góndola. Le pedí que dejara la mitad de los hombres en el tránsito, para disimular. Allí era jefe Aquilino Sieiro, cuñado del general. Noriega llamó y me dijo: “Hey Roberto, ¿por qué moviste tropas hacia la Comandancia; estás tan nervioso?”. Actuando muy asustado le seguí el guion: 'Tony andas feliz por París ajeno a lo que pasa; las manifestaciones crecen a cada hora y podrían llegar hasta nosotros'. Me dijo: “No va a ocurrir nada de eso, cálmate”.

A mi oficina ingresó –casi sin cortesía militar– el capitán Moisés Giroldi con su mano derecha en la funda de la pistola. Me estaba avisando que no intentara nada contra Noriega. Al sentirme descubierto reuní a lo más granado del PRD y al vicepresidente Delvalle. Les propuse sacar a Nicolás Ardito Barletta. El PRD estaba desencantado con Barletta por sus políticas económicas y por los nombramientos que hizo en su Gabinete.

Ya es historia conocida cómo obligué al presidente a renunciar. Creyeron que lo hice porque me oponía al nombramiento de la comisión para investigar la muerte de Spadafora... no fue así. Mi espíritu quería gritar y lo hice aquel 6 de junio de 1987. Sé que con mis declaraciones empezó la caída de Noriega. Lástima la oprobiosa invasión militar ordenada por un exsocio del propio Noriega que incluyeron narcotráfico permitido y actos amorales. El crimen de Hugo “fue mi detonante anímico para mis actuaciones”. “Hugo fue amigo y colaborador en el proceso revolucionario por su afinidad con Omar Torrijos, y llegó a ser viceministro de Salud”.

Alvin Wedden no tiene pepitas en la lengua para expresar lo que siente: “La muerte trágica de Hugo Spadafora marcó el principio de la caída de Manuel Antonio Noriega. El país, al conocer ese asesinato salvaje, enfocó su mirada en quienes nos gobernaban desde los cuarteles. Para febrero de 1985 falleció Luis Carlos Noriega, el único ser que tenía un nivel de control sobre su hermano. Recuerdo que mi hermano George, a la muerte de Luis Carlos Noriega, me llamó desde Costa Rica advirtiendo que Manuel Antonio estaría sin control y que en ese momento se convertiría en un hombre muy peligroso. No se equivocó George. Estoy convencido de que Luis Carlos hubiera parado a Noriega y Hugo no hubiera sido cruelmente asesinado.

José Raúl Mulino, luego de las declaraciones de Roberto Díaz Herrera, forma parte de la Cruzada Civilista. Se inician movimientos en todo el país contra los crímenes de un grupito de las Fuerzas de Defensa y su comandante. “No era amigo de Hugo Spadafora, pero su trágico y cruel asesinato unió a todo un país que exigía justicia. Hecho o planeado por Noriega o por sus otros militares, nos demostró la más cruel manera de infundir miedo a los adversarios. Tiempos de barbarie desde todo punto de vista. La familia Spadafora hizo titánica y pacífica lucha para pedir justicia real. Fueron tiempos muy duros para los que nos oponíamos al régimen. Sin duda la muerte de Hugo marcó un antes y un después, comenzando a partir de allí el tramo final de la dictadura. ¡Nunca más podemos permitir que eso vuelva a suceder!”.

Hugo no ha muerto, sigue en los corazones de los que creemos en la justicia, libertad y democracia. Su martirio se inició en mi ciudad natal, La Concepción, Bugaba. Para quienes participaron y todavía no les ha llegado la justicia del hombre, sepan que pronto les caerá la divina. Y para los que ya pagaron con cárcel, que se preparen para enfrentar la justicia de Dios.

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