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- 25/01/2025 02:44
- 24/01/2025 19:13
La meditación profunda que acompañó a los demócratas panameños el 19 de diciembre de 1989, día de la invasión, hizo revivir tanto los episodios amargos como los venturosos de su historia. Tanta lucha dura y agónica, ¿para qué? Tantas conquistas soberanas, ¿para qué? Todo quedaba, de súbito, reducido a cenizas. La meditación en torno al qué hacer fue apagada por la impotencia, y entró al campo de la valorización de lo que quedaba para rescatar de tan complejo naufragio el espíritu de la Nación. Aquella significativa expresión de un humanista alemán, recordada por el poeta Demetrio Fábrega, dicha ante la desolación de un Berlín en ruinas: ¡pero nos queda el idioma!, fue semejante a la frase íntima de consuelo patrio que sazonó el pensamiento nacional: ¡nos queda el espíritu! En aquella fecha alemana no se pudo destruir el espíritu de la lengua; en la trágica hora nuestra, provocada además por los vicios del totalitarismo, sobrevivió el espíritu de nuestra identidad. La escena mitológica del ave fénix cobró vida en los escombros morales y materiales de 1989.
Lentamente, después de la fecha en discordia, el panameño se fue sobreponiendo a todos los traumas, motivado fundamentalmente por la paz mental establecida por el nuevo orden democrático, sin aventureros del crimen en el poder y sin políticas vejatorias de los derechos humanos. Se fue superando también porque a los pocos años se encontró como dueño de su querer interno y pudo demostrar como tal, a propios y extraños, que la leyenda negra lacerante de su personalidad y de su orgullo era falsa y que, por lo mismo, era un ser capaz del buen manejo de su independencia y de sus nuevos deberes como soberano único e indisputado de su territorio.
Esta nueva realidad le exige al país, incluso como consigna estratégica, vivir y pregonar la paz. Porque en la paz democrática -existe la paz totalitaria de los sepulcros-, los pueblos débiles encuentran su seguridad y gracias a ella puede consolidarse la diplomacia como instrumento de la coexistencia pacífica. Luchar por la paz es el objetivo primordial en toda agenda de Estado.
Sin paz interior o sin paz en el mundo podríamos ser víctimas de todos los riesgos, no solo porque en la paz encuentra mayor protección la existencia de nuestro pueblo, sino porque en la paz no existirían pretextos para lesionar los bienes estratégicos enclavados en nuestra tierra.
Sin paz interior el país corre peligro de ser flagelado en virtud de las enmiendas fatídicas, y sin paz exterior corremos el albur de ser ultrajados por la perfidia foránea. La perfidia existe cuando se vulneran los deberes de lealtad en perjuicio de una nación amiga.
La seguridad del Estado panameño hoy podría estar en peligro no sólo por los vientos de guerra que soplan en el mundo, sino, especialmente, por la ineficacia institucional en que podría caer las Naciones Unidas como garante y propulsora de la paz mundial. Este extremo causa preocupación en los países débiles poseedores de instalaciones y de bienes estratégicos. La primerísima protección que la carta constitutiva de la ONU consagra, es el papel del Consejo de Seguridad como potencial árbitro de los conflictos, sin cuya autorización ningún país puede aplicar unilateralmente medidas coercitivas y menos puede intervenir en otro Estado sin violar la Carta.
Norma moral más que jurídica, dirigida a la moral de los Estados, pues sin moral política la intervención carecería de frenos y ella podría darse sin recibir otra sanción que el repudio de la comunidad internacional o las medidas que acuerde el Consejo de Seguridad sin el veto de ninguno de sus miembros, lo que en la mayoría de los casos es imposible. Esa norma que estatuye un trámite que debería ser insuperable es garantía de la paz, porque supone que antes de cualquier decisión para el uso de la fuerza militar para aplicar las medidas coercitivas que se recogen en la Carta, el Consejo de Seguridad agotaría el diálogo para la solución pacífica de la controversia. Sin embargo, este principio tan normativo y fundamental ha venido sufriendo graves desgarraduras. Las sufrió en el istmo en 1989.
Desconozco si en el mundo oficial de Estados Unidos se invocó algún instrumento contractual. Igualmente, la norma sufrió erosión en Kosovo, aun cuando posteriormente fue convalidada la intervención. Al acordar la OTAN, a principios de la década pasada, que ella no tenía que esperar la autorización del Consejo de Seguridad para actuar en defensa de sus intereses, se corre el riesgo de que se pueda interpretar a su manera el principio de la legítima defensa individual o colectiva que reconoce la Carta.
Estos son los fantasmas que vuelan ahora sobre el Consejo de Seguridad en perjuicio de la paz del mundo.
Es oportuno señalar que Europa y Asia apuestan por la paz. La Social Democracia alemana ganó las elecciones que tenía perdidas, porque a última hora dio un golpe de timón a favor de la paz y se opuso a la intervención en Irak sin la autorización del Consejo de Seguridad. No creo que los republicanos estadounidenses buscan ganar las próximas elecciones parlamentarias, fijadas para el 5 de noviembre, dando la guerra a Irak, prolongando la unidad nacional nacida el 11 de septiembre a otros episodios.
Si la diplomacia sucumbe ante la guerra y el mundo árabe se convierte en escenario de una guerra devastadora contra Irak, Panamá debe prepararse para lo peor. Entraría a un ciclo de riesgos impredecibles, sujeto, por todo lo visto, a la mentalidad belicista del presidente Bush.
Panamá, país comprometido con los deberes de la neutralidad, debe clamar para que los aviones de la guerra que vienen en picada sobre las torres de la paz mundial enderecen sus rumbos y surquen los mejores espacios donde prive la diplomacia y las leyes internacionales.
Esa debe ser la preocupación responsable de Panamá como país que ha vivido estoicamente la experiencia de muchas intervenciones a lo largo de su historia.