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El fantasma amazónico que atravesó el Canal
- 23/08/2015 02:00
- 23/08/2015 02:00
En cierta época del año, en el Amazonas se levantan unas olas oscuras, irregulares, la presión del agua va a más de 200 kilómetros por hora. Los tripulantes de un vapor bautizado Yurimaguas salen de Iquitos —selva peruana—, iniciando un viaje que pretende culminar en el puerto del Callao —costa occidental de aquel país—, surcando el río más caudaloso del mundo y el Canal de Panamá.
Roberto Reátegui detallaría durante la XI Feria del Libro en Panamá que el trayecto del Yurimaguas había empezado hace 100 años, y es, además, el hecho que enmarca su más reciente novela, El fantasma del Amazonas (Alfaguara).
Dos ocasiones cercanas a la muerte luego de naufragar, una especie de motín y alrededor de dos meses navegando. En Lima el barco se daba por perdido, pero es justamente en este periplo donde Reátegui encontró la oportunidad precisa para hilvanar un romance.
Uno de los tripulantes es Miguel, menor de edad. ‘(Ser) un chico de 16 años y tener la oportunidad de hacer este viaje es como un descubrimiento del mundo', diría el periodista durante la FIL. ‘Y este chico, en ese viaje también, descubre, como nos pasa a todos en la adolescencia, por primera vez el amor'.
El autor, quien se desenvuelve hace tres décadas como periodista, además de narrador, revela que la mujer de la novela, María Santos, habría hecho el mismo viaje que el joven (Iquitos - Callao) 14 años antes, cuando no existía el Canal de Panamá. Un traslado que le tomaría cuatro meses: de Iquitos a Belém de Pará, de Belém de Pará a Barbados, de Barbados a Nueva York, de Nueva York a Colón, en Colón toma el tren que atraviesa Panamá y finalmente una embarcación a Ecuador y luego a Perú.
El escritor comentó que ha hecho el viaje por el Canal varias veces para asombrarse como se asombraba la gente hace 100 años, y confiesa su admiración. ‘Me parece una locura que haya habido hace más de 100 años gente a la que se le ocurrió hacer un corte en los cerros y abrir un camino para los barcos. Trato de imaginarme eso hace 100 años y es, de alguna manera, lo que yo cuento en esta historia'.
Reátegui también ensayó durante el diálogo sobre la tecnología y las relaciones con el paso del tiempo. ‘En aquella época, si una persona se enomaraba de otra y vivía lejos, tenía que esperar tres meses para saber qué pasaba con la otra, y la otra tenía que volver a esperar tres meses. Probablemente eran mucho más apasionadas', formuló Reátegui.