David, el poeta ganador

Actualizado
  • 06/03/2016 01:00
Creado
  • 06/03/2016 01:00
La crítica se hace desde un lugar muy remoto de la mente, donde ninguno de los que recita puede llegar

Hace algunos años, David el poeta se ganó un premio literario súper importante, de los más importantes en su país en el que a nadie le importa un bledo los premios —en el país de David a la gente solo le importa la selección de fútbol, el reguetón, los concursos de belleza y otras bellezas.

Bueno, la cosa es que David se ganó el premio aquel al que nadie le importa, y a David lo buscaron para entrevistas en el periódico y nada que lo encontraban (a los del periódico tampoco les importa el premio, solo que hay que llenar las páginas con alguna cosa, con lo que sea).

David se había ido a una casa abandonada que tenía un bisabuelo suyo en una montaña, una casucha de madera que de a malas tenía un catre y un fogón. ‘Voy a arreglar esta casita con el dinero del premio', se dijo David.

En fin, la cosa es que nunca consiguieron a David en la semana en que se ganó el premio. Pero, a los días, a la redacción de uno de los periódicos llegó un sobre con el siguiente texto de David el poeta, el cual reproduzco (sin su permiso, por supuesto) a continuación:

‘Una de las cosas más patéticas que existen son las reuniones de poetillas; esas criaturas de huesos roídos, ojos llenos de duda, abandonados a la eterna inseguridad que los despeña en busca de la constante aprobación de sus escritos. En el fondo (pero no tan en el fondo) se odian'.

‘Esos versos del otro sólo serían grandiosos si fueran propios, pero sucede que no, que la métrica es inexacta, la aliteración es exagerada, eso allí es una cacofonía, se abusa de la prosopopeya, la prosa poética no tiene validez, etc'.

‘Claro está, la crítica se hace desde un lugar muy remoto de la mente, donde ninguno de los que recita puede llegar. Lo único a la vista son las cabezas asintiendo y algunas manos que irrumpen con el aplauso de elogio apenas acabado el último verso'.

‘Uno que otro ya ha se ganado un premio, ha experimentado esa gloria que dura más o menos diez horas y que de inmediato se convierte en tres segundos y luego en tres días y otra vez en nada. Absolutamente nada ha ocurrido'.

‘A lo sumo una foto en el periódico, una entrevista en la radio, felicitaciones de los amigos más allegados (la mayoría no se ha leído el libro ni lo hará, los que en efecto empezaron a leerlo lo han dejado sin terminar en una repisa del baño junto a las toallas, debajo del sillón o cerca de la cama del perrito que de seguro ya lo ha alcanzado con los dientes y ha hecho trizas sus palabras, palabras para perros, palabras para fauces). Pero los más de ellos no se han ganado ningún premio y el primer librito de poemas que publicaron lo leyó su madre, su ex-novia y una profesora de secundaria cuyo nombre siempre olvidan'.

‘Son estos los que más elogian, los que más aplauden, los que más envidian. Saben la nada que queda después del premio, pero quieren vivirla, quieren su foto en el periódico para brindar su mejor pose de poetas profundos dedicados a recrear el universo, condenados, encajonados en la muerte. En fin, quieren que les aplaudan con envidia, quieren sus palabras en los dientes del perro'.

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