Con David, entre versos y placeres

Actualizado
  • 18/10/2015 02:00
Creado
  • 18/10/2015 02:00
Todo en su caminar y versar es dolor y gozo. Y beber, siempre, incansablemente

Últimamente, muy bien que lo sé, me la he pasado hablando de David, el poeta; cuenta que cuenta sigo, la vida y ‘desvida' de este vate borracho y maltrecho. No sé hasta cuándo me dejen en La Estrella seguir hablando de él. Yo solo sé que a David le gusta leer lo que escribo sobre él. Se ríe. A veces llora. Llora de dolor, de gozo. Todo en su caminar y versar es dolor y gozo. Y bebe, incansablemente. 'Para espantar la goma', le digo yo. 'No, a mí no me da miedo la goma'. La otra vez me dijo: 'Pero, ¿cuándo vas a publicar algunos de mis poemas?'. ‘No puedo', le respondí yo, ‘la gente no compra el periódico para leer poemas'. ‘¡Que se jodan', refutó. Y yo, por un instante, dije: ‘Sí, es cierto, que se jodan; a ver, muéstrame algo que tengas anotado allí en tu cuaderno de apuntes'. Él me mostro, muy sereno y dispuesto, como nunca. Me dispuse a leer: Yo lo que necesito es un cuerpo. Un cuerpo sin alma. Tan solo cuerpo. Un cuerpo en cuyo interior solo haya vísceras, sangre, huesos y órganos, que ningún espíritu brote de él en dirección al cielo o al infierno al momento de morir. Ese cuerpo, gracias, mi vida, es el que me muestras ahora. Cuerpo oloroso y vulgar, un cuerpo común y corriente y a la vez solo tuyo. Cuerpo precario y breve. Cuerpo guillotina. Un cuerpo que corta. Un cuerpo que se ofrece manso pero que de seguro ataca cuando uno menos lo espera. Un cuerpo en silencio y que no conoce el pecado ni la culpa, un cuerpo que espera en una silla, un cuerpo al que entraré sin permiso, fogoso y grande y oportunista, un cuerpo del que ya nunca pueda escapar, porque tú no me dejes, porque quieras retenerme y entonces lleves un pedazo de mi cuerpo dentro del tuyo, y yo un pedazo del tuyo dentro del mío. Que esos dos pedazos de carne sean el alma que llevemos en la panza, o entre las tripas, un par de almas que se pudran y que vivan el trance que les toca, y que luego mueran, sin dioses, sin castigo, sin llanto, sin funerales, sin luto. Tan solo cuerpo dentro de cuerpo. Mi vida, mi bien. Mi cuerpo. ‘Vaya, es muy bueno, David', le dije. ‘No está mal, pero ya no me gusta; ni creas que te voy dejar mis mejores poemas en una columna de periódico; así que te digo: tómalo o déjalo'. ‘Bueno, ya, lo tomo', respondí.

Seguí leyendo: Pordioseros del mar. Tú y yo, hermosa, debimos haber tomado un atajo para llegar más temprano a la vida. Sufrir menos pudo haber sido nuestro plan. Nunca fuimos de los que se quedan en la orilla. Nos tiramos al agua hirviendo, no le temimos al naufragio. Pordioseros del mar, siempre supimos que encallaríamos en un nido de gusanos. 'Este me gusta mucho en especial; ¿se lo escribiste a un viejo amor?'. Me sonrió, bebió y dijo: ‘Lo escribí aquella vez que conociste a tu última noviecita y te dije que acabarían mal; ese poema es para ti; no te lo quise mostrar en su momento, porque soy cabrón pero no tanto; ahora ya puedes leerlo; seguro ya superaste esa pérdida'. David no se equivocaba, era el momento de leerlo. Ya ni siquiera recordaba su rostro; acaso, con esfuerzo, recordaba la primera letra de su nombre. La letra… No, ni siquiera eso. David y yo brindamos.

MÚSICO Y POETA

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