En las postrimerías del presente año

Publicado en el Diario Extra el 31 de diciembre de 1985

El año 1985 está por finalizar y con él están por terminar también muchas esperanzas, muchas ilusiones y muchas expectativas. Esto es una realidad que ha llegado casi a convertirse en ley de la vida. Por lo menos ha podido ser un año de prosperidad, de dicha y de placer. Algunos parientes o amigos han caído en el camino para no levantarse jamás. Ignoramos quienes estarán con nosotros los próximos doce meses, ni siquiera si nosotros estaremos. Y es que todo lo material es perecedero, por más que nos empeñemos en no pensar en ello. Hagamos, por lo tanto, una alto en el camino para examinarnos nosotros mismos, ya que ante la mortalidad del hombre lo que realmente cuenta, nuestro verdadero legado, son las obras realizadas. Ellas proyectarán el reflejo más fiel de lo que en verdad somos, hemos sido y seremos.

Seguros estamos de no equivocarnos al afirmar que, para la mayoría de nosotros, imperfectos por naturaleza, 1985 se ha caracterizado por ser un año en que, como los anteriores, quizás, hemos puesto nuestros cuidados en nosotros mismos y en quienes nos son más queridos. Y es que estamos creyendo, equivocadamente, que con tal proceder estamos en mejor capacidad de producir para nosotros y para esos seres queridos el mayor grado de felicidad. Más decimos “equivocadamente”, porque en nuestro deseo de buscar la felicidad por los senderos del amor propio, y de la indiferencia hacia los demás, estamos asimismo perdiendo de vista que estamos al mismo tiempo cavando la fosa de nuestra propia ruina.

El hombre no es un anacoreta que vive retirado en un lugar solitario. Eso está bien para los ascetas que se dedican a la práctica y al ejercicio de la perfección cristiana o para los cenobitas que profesan la vida monástica. Pero estos hombres, aunque virtuosos, no constituyen la mayoría. Todo lo contrario. Para la inmensa mayoría la convivencia, la vida en sociedad, nos viene impuesta por nuestra propia naturaleza. Ello nos obliga a tener que pensar en el mundo de hoy, mucho más en la felicidad de los demás, si queremos labrar nuestro propio bienestar. Las convulsiones sociales que padece la humanidad no son causas sino efectos. En la actualidad no se puede ser dichoso viviendo en una sociedad económica, política, social y moralmente enferma, pues, tarde o temprano los males que sufre esa colectividad habrá indefectiblemente que tocar a nuestras puertas, en una forma u otra. Sintamos como nuestras las muchas necesidades, aunque sea en parte, y con tal proceder, de eso estamos seguros, estaremos forjando una verdadera y auténtica felicidad, fundada sobre sólidas bases de justicia, para nosotros y para nuestros hijos.

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