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- 12/05/2025 00:00
El espíritu de la ley se define como “el objetivo o propósito de una ley cuando fue escrita”; es el criterio interpretativo de las normas jurídicas, de acuerdo a la intención del legislador o la finalidad que inspiró su adopción. También es importante tomar en cuenta la época y las costumbres de la sociedad cuando fue escrita, por lo que se debe abordar desde una perspectiva ética, política y social contemporánea, atendiendo a su exposición de motivos en incluso a las actas de la asamblea cuando se debatió.
En toda sociedad organizada, las leyes representan uno de los pilares fundamentales del orden, la convivencia y la justicia. Sin embargo, tan importante como su contenido literal es el espíritu que las inspira: nos referimos a los principios éticos, filosóficos y sociales que sustentan la creación, interpretación y aplicación de las normas jurídicas. Este espíritu no se encuentra necesariamente en el texto legal, pero permea su razón de ser, otorgándole legitimidad y sentido.
El marco legal no puede ni debe entenderse como un conjunto rígido de reglas desconectadas de la realidad social. Si las leyes son el esqueleto de un Estado de derecho, el espíritu de las leyes es el alma que las anima y que garantiza que cumplan su propósito con justicia, equidad y protección de derechos fundamentales. Por ello hay que evitar las decisiones profundamente injustas, donde lo “legal” contradice lo “legítimo” o lo “justo”.
Por ejemplo, desalojar familias precaristas vulnerables sin un proceso garantista, puede ser legal, pero violaría principios fundamentales de dignidad humana si no se aplica con sensibilidad social. El espíritu de la ley, en este caso, debería orientarse a equilibrar el derecho de propiedad con el derecho a la vivienda y la protección de los más vulnerables.
Obligar a una niña de 8 años a parir, porque no se denunció a tiempo su violación, sin pensar en la vida de la madre y el niño, es falta de sensibilidad social y un protocolo médico no legítimo. La intención o espíritu de la norma era proteger los derechos fundamentales en el interés superior de la menor.
El espíritu de las leyes también cumple una función esencial en su interpretación. Los jueces, al enfrentarse a vacíos legales o ambigüedades, deben recurrir al análisis teleológico: interpretar la norma en función de su finalidad. En otras palabras, deben preguntarse no solo qué dice la ley, sino para qué fue creada. Esto permite que las leyes no queden obsoletas ante los cambios sociales, tecnológicos o culturales. Así, por ejemplo, normas pensadas en contextos analógicos pueden ser adaptadas para proteger los mismos derechos en entornos digitales, respetando su espíritu, aunque su letra no contemple dichos escenarios.
Además, el espíritu de las leyes está íntimamente ligado a los valores democráticos y a los derechos humanos. Las leyes no deben estar al servicio de ideologías autoritarias, creencias religiosas, intereses particulares o discriminaciones institucionalizadas. Su espíritu debe reflejar el bien común, la justicia social, la inclusión y el respeto a las libertades individuales.
Cuando una ley contradice estos valores, aunque haya sido aprobada formalmente, pierde legitimidad moral. Es por eso que incluso en regímenes donde se legisla “legalmente”, como en dictaduras o autocracias, no se puede hablar de un auténtico Estado de derecho, si las leyes no responden a los principios éticos universales, como el caso del desprecio del presidente Trump por el Derecho Internacional, amenazando la economía y la soberanía de muchos países.
Por otro lado, el espíritu de las leyes también impone una responsabilidad ética en los ciudadanos. Cumplir la ley no solo debe ser un acto de obediencia pasiva, sino una expresión de compromiso con los valores que esas leyes promueven. De igual modo, la desobediencia civil cobra legitimidad cuando se enfrenta a leyes que, aunque vigentes, traicionan el espíritu de justicia, como ocurrió históricamente en las luchas contra regímenes racistas, colonialistas o patriarcales.
En el ámbito legislativo, es igualmente esencial que quienes crean las leyes lo hagan con conciencia del espíritu que deben representar, dejando de lado sus creencias personales. No se trata solo de aprobar normas técnicamente correctas, sino de legislar con visión ética, sensibilidad social y responsabilidad histórica. De lo contrario, las leyes se convierten en letra muerta, o incluso en instrumentos de opresión.
En suma, el espíritu de las leyes es un componente invisible pero decisivo del derecho. Permite que las normas no solo regulen la conducta, sino que reflejen los ideales de una sociedad justa y humana. Nos recuerda que las leyes no deben ser aplicadas como fórmulas automáticas, sino interpretadas con sabiduría, empatía y responsabilidad. Y nos exige, como ciudadanos, legisladores o jueces, actuar no solo con apego a la letra de la ley, sino guiados por su espíritu más profundo: la búsqueda de justicia.