La mudanza frustrada

Actualizado
  • 26/06/2016 02:00
Creado
  • 26/06/2016 02:00
El Reverbero

Hola, le digo a David el poeta. Hola, responde, frío y loco como siempre, y, ¿tú cómo estás? (Jamás pensé que me preguntaría cómo estaba yo). Bien, cansado y aburrido, por eso me vine a beber una cervecita, le contesto. ¿Una solamente?, casi grita David mientras se saca un moco de la nariz. Estoy buscando dónde vivir, le digo, he visto más de 20 cuartos y nada, la vaina está seria. ¿Ah, sí?, dice el poeta David, me siento moralmente mal.

No es su culpa, poeta, que yo no pueda conseguir dónde vivir. No me siento mal por ti, idiota, me susurra casi al oído, me siento moralmente mal porque salí con una mujer y estuvimos dando vueltas y besándonos y todo bien, pero luego le dije que fuéramos a un hotel, puso cara de ofendida pero igual fuimos, compramos unas cosas, todo bien, cuándo entramos al cuarto puso cara de ofendida de nuevo, yo me acosté en la cama, me quité los pantalones y ella me miró, aún con la ropa puesta pero descalza —se había quitado los zapatos— nos besamos y nos acariciamos, le desabotoné un poco la camisa, y, de repente, me dice: ‘¿por qué me quitas la camisa?, no me voy a quitar la ropa', y yo le digo: ‘no hay problema yo te la quito'. Juguetón usted, le digo a nuestro poeta David. La tipa me grita: ‘¡por qué carajo me vas a quitar la camisa!'.

Poeta, y ¿usted qué hizo? Me quedé quieto, pero pensé: La verdad, no quiero estar quieto. Me metí al baño y cuando salí ella se había abotonando la camisa y le pregunté: ‘¿te estás poniendo la camisa?'. Me miró con ojos de ‘no sé que pasa' y después me dijo: ‘sí, me estoy abotonando la camisa'. En ese momento hice una pausa y saqué un papelito de mi bolsillo y anoté algunos versos. Luego, con calma y casi sin decirlo, dije: ‘bueno, nadie está obligado a nada, vámonos'. Y salimos a buscar un taxi.

Y qué más pasó, poeta. Ya en el taxi le dije: ‘mira, me gustas, pero la verdad que, a mi edad, estos son asuntos ya resueltos y no tengo ni la disposición ni la energía para ahuevazones'. Y ¿qué dijo ella?, poeta. No dijo nada, se quedó totalmente callada. ¿Quizás extrañada de que un poeta como usted pudiera decir la palabra «ahuevazones» así como si nada?

Ella no sabía que yo era escritor, afortunadamente. En fin, amigo, continuó nuestro David, cuando llegamos a su casa y se bajó del taxi me pidió disculpas por haberme hecho perder el tiempo. Ja, reí yo. Eso me hizo sentir muy mal, prosiguió David, y le dije: ‘esta noche ha sido una linda noche, no ha sido pérdida para mí, he escrito algunas cosas.

Ella, antes de meterse a su casa, me preguntó: ‘¿escribes?'. ‘Sí', le dije. ‘¿Qué escribes?'. ‘Cosas', respondí. ‘¿Qué cosas?', insistió ella. ‘Apuntes, pensamientos, poemitas', le dije ya con ganas de meterme al taxi, al que le había dicho que esperara.

‘Léeme algo, a ver', dijo ella. ‘No puedo'. ¿En verdad dijo usted, poeta, que no podía?, le dije yo, ya un poco impaciente. Sí, respondió él, le dije que no podía, pero ella se empeñó que yo le leyera algo. ¿Y? Pues yo le leí esta porquería: Eres el no, eres la noche, la muerte. ¿Y? Ella lloró. ¿Y? Yo me metí en el taxi y me cagué de la risa.

Pero, mira, eso no importa, tengo un cuarto extra en casa, quédate a dormir, solo que debes saber que está casi lleno de libros y mis libros no los toca nadie, ¿vale? Vale, respondo. Todo bien, dice nuestro poeta. Ah, David, pienso, ni loco me mudo con él.

POETA Y MÚSICO

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