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- 22/12/2009 01:00
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E s usted de los que llaman a su hijo todo el día para cerciorarse de que está bien? ¿Chequea su página en Facebook para ver cuáles son sus amigos? ¿Le “ayuda” a hacer las tareas? ¿Está buscándole una entrevista de trabajo? Si responde sí a todas estas preguntas, lo más seguro es que sea un “papá helicóptero”, un término acuñado hace un tiempo para describir a aquellos adultos que siempre están alrededor de sus hijos, sin importar si son bebés o universitarios, a la espera de ofrecer ayuda sin que ellos se la hayan pedido y de cerciorarse de que van por buen camino.
El mundo de hoy está lleno de ellos. “Donde quiera que voy, Buenos Aires, Sao Paulo, Taiwán, Roma, Estocolmo o Londres, tengo las mismas conversaciones con padres y profesores. Son los mismos miedos, ansiedades y ambiciones”, dice a Semana Carl Honoré, autor del libro Bajo presión , que trata el tema. La sicóloga María Clara Arboleda considera que Colombia no es ajena al fenómeno de esta nueva especie de padres, pero los de aquí tienen características especiales. Los casos se ven entre parejas acomodadas y muy bien educadas que si bien no dejan salir a sus hijos solos, delegan muchas funciones de la crianza en terceras personas, como el chofer, quien, según ella, termina siendo el compañero permanente de ellos mientras ambos padres trabajan. “Al niño se le queda la tarea, el chofer es quien la lleva. El niño tiene clase de natación, que vaya con el chofer”, dice.
Recientemente, sin embargo, se ha creado un movimiento contrario a este modelo de crianza, y el libro de Honoré se ha convertido en su biblia. Hace un par de semanas, la revista Time le dedicó la portada. Honoré explica que estos padres han invertido mucho más dinero, tiempo y energía en educar a sus hijos con la esperanza de que en retribución sean jóvenes con una calidad de vida mejor. Pero en cambio, los convierten en niños estresados, ansiosos y deprimidos, y ellos mismos terminan extenuados. Si bien saben pasar exámenes de ciencia y matemáticas se vuelven un ocho al decidir sobre temas sencillos de sus vidas.
Esto ha hecho que muchos padres se unan a este movimiento, que el experto llama slow parenting (en español, crianza lenta). El grupo tiene cada vez más adeptos en el mundo. “Aquí no es muy conocido, pero ya se ven algunos papás agobiados por ese estilo de crianza. No quieren leer un libro más sobre cómo criar a sus hijos, ni ir a donde expertos, sino educarlos con su sentido común”, dice la sicóloga María Elena López. Honoré sostiene que los papás helicóptero no son malintencionados. El problema es que en su ilusión por darles lo mejor, terminan por decidir y hacer todo por ellos. En algunos sitios incluso se les llama padres mánager, pues dirigen todos los aspectos de su vida desde que nacen: sus actividades extracurriculares, sus amistades, sus estudios. “Esto lleva a un comportamiento absurdo como tratar de estimular el cerebro con música de Mozart o tratar de enseñarles mandarín cuando cumplen el primer año”, sostiene el experto.
Para Pat Somers, sicóloga de la Universidad de Texas, en Austin, los papás creen que la globalización ha creado una gran competencia en el trabajo y piensan que lo mejor para prepararlos para ese futuro es planearles estratégicamente su vida desde el comienzo: hay que escoger el centro de estimulación A porque le ayudará a llegar al preescolar B y éste a su vez le hará más fácil la entrada al colegio C, que es ideal para ingresar a la universidad D, de donde la multinacional E escoge a sus presidentes. También se esmeran demasiado en su seguridad. Desde muy pequeños, estos papás tratan de convertir el mundo de sus hijos en un lugar perfecto donde nada es riesgoso.
Y como han perdido la confianza en sí mismos, son presa fácil de las industrias que producen artículos poco útiles que sólo ayudan a reforzar su comportamiento obsesivo. Compran patos-termómetros para medir la temperatura del agua de la tina de modo que el niño no se queme, o rodilleras y cascos para evitar que se golpeen cuando están empezando a gatear y caminar. En general, los niños de hoy toman muchos menos riesgos de los que tomaron sus padres. En sus investigaciones, Somers encontró que con los avances tecnológicos, esta supervisión constante se ha incrementado. “La gente puede estar conectada 24 horas, siete días a la semana, con celulares y hasta con cámaras. Así es muy fácil cruzar la línea entre estar involucrado en la crianza del hijo y estar sobreprotegiéndolo”, señala. El cordón umbilical no se corta siquiera cuando crecen. Arboleda ve con sorpresa que muchas mamás siguen llevando a sus hijas a la universidad para que no tengan que caminar por sitios 'peligrosos'. Incluso ha visto que el problema a veces se sale de las manos. “Recientemente un profesor de cálculo de la Universidad de los Andes recibió la llamada de la mamá de un alumno, quien le exigía que le mejorara su nota”. En estos casos extremos, los expertos no se refieren a los papás como simples helicópteros, sino como “Blackhawks”. Leonore Skenazy, una graduada de la Universidad de Yale y bautizada por los medios como “la peor mamá de Estados Unidos” porque el año pasado dejó montar solo en el metro de Nueva York a su hijo de 9 años, inició una campaña en su blog en contra de esta exagerada actitud de los padres, lo cual la llevó a escribir más tarde el libro Free Range Kids (en español, Niños de la pradera abierta), un texto en el que señala a los medios como responsables de esta exagerada preocupación por la seguridad de los hijos. “Cuando la mente está saturada de historias horripilantes de niños secuestrados y violados, es difícil no enfocarse en los millones que no son asesinados”, dice. Skenazy le contó a Semana que hace poco un artículo de una revista para padres aconsejaba no salir de la casa sin un par de cordones de zapato para que en caso de que la mamá llegara a una casa extraña, pudiera asegurar los gabinetes de la cocina de modo que el niño no pudiera abrirlas. “Estamos volviendo seguro el mundo para ellos y lo que tenemos que hacer es lo opuesto, volverlos a ellos seguros para enfrentar el mundo”, señala. Ella dice ser una defensora de la seguridad, pero sin que implique encerrar en la casa a un niño por miedo a lo que le pueda pasar. “Hay que tener claro cuáles son los verdaderos peligros”, dice. Y aunque tampoco quiere que sus hijos fracasen, piensa que si a veces no yerran, nunca aprenderán a reponerse de las frustraciones. ©PUBLICACIONES SEMANA