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- 06/04/2024 00:00
- 05/04/2024 18:57
Todo panameño que siente en su pulso y en su conciencia los problemas del país, vive queriendo o sin querer una gran angustia. Podría decir que desde hace muchos años su vida la preside una constelación de angustias, porque ha venido observando la destrucción creciente de los valores nacionales. Todo se ha venido pulverizando, deshaciendo, como si hubiera sido meticulosamente planificado.
Lo que construyeron con sacrificios nuestros antepasados pasa hoy por una crisis de deterioro. Es una acumulación incesante y creciente de aquellos traumas que nos hablara Hernán Porras en el cincuentenario de la República y que nos los presenta como episodios –lesiones a la nacionalidad–. Yo he querido superar mis angustias de panameño, pero nunca lo he podido, a pesar de algunas fórmulas que he encontrado en mis lecturas y conversaciones.
Una de esas fórmulas maestras la leí en entrevista que hace algunos años le hicieron a Álvaro Gómez Hurtado, líder conservador colombiano. Otra fórmula la encontré en mis conversaciones con el Dr. Arnulfo Arias Madrid.
Se le preguntaba a don Álvaro a qué atribuía su aspecto físico vigoroso y juvenil, y contestaba con su natural aplomo: a que tengo la costumbre de rotar mis angustias. Cuando ellas se van presentando, las voy rotando, las pongo en fila y las cambio una por otra. Nunca permito que una de ellas se apodere de mi savia vital, o que se apodere de mi cerebro, porque entonces nace la morbosidad que se llama obsesión. A ello atribuía el ilustre colombiano la razón de su prolongada juventud.
Una tarde boqueteña, plácida y fría, relataba al Dr. Arias estas respuestas del Dr. Gómez, y en pregunta sugestiva y súbita le expresé como se dice, a boca de jarro:
–¿Usted también rota sus angustias? Lo recuerdo sonreído, y en gesto propio de quien ha sabido captar una trampa de recodo, me contestó fulminante:
–¿Quién le ha dicho a Ud., que yo tengo angustias? No tengo nada que rotar. Yo procedo de otro modo. Las angustias, que no son otra cosa que las preocupaciones, yo no las dejo vivas cuando se presentan. Yo de inmediato las someto a tratamiento para eliminarlas y jamás voy con ellas al dormitorio. Tengo un recurso infalible. Cuando surge una preocupación entro de inmediato en contacto con la naturaleza. Trabajo la tierra. Camino mucho contemplando el bosque. Veo pasar las aguas de los riachuelos. Veo las interminables justas del gallinero. Juego con mis animales. Trato de disipar lo que podría perturbarme. Si ese primer tratamiento no elimina de raíz la preocupación, me dedico a escuchar música ligera y a vencer en honda meditación la inoportunidad de la preocupación. Generalmente allí queda liquidado eso que llaman angustia. Y, si no la venzo en esa etapa, agregaba el Dr. Arias con sutil malicia, entonces aplico un recurso final, me dedico a la lectura de unas revistas en francés que tengo por allí, y queda todo resuelto como por encanto.
Estas fórmulas brillantes de los doctores Arias y Gómez para vencer las angustias, debemos estudiarlas porque además revelan temperamentos. Uno, el de Gómez, el intelectual puro que cultiva las angustias se divierte con ellas rotándolas, y posterga la solución; otro, el hombre de acción que hace frente a lo que le mortifica y lo extingue.
El panameño de hoy no debe vivir más sometido al peso de sus temores y debe clasificar sus angustias, y unas deben ser rotadas y otras deben ser extinguidas para siempre. La angustia, v.g., que provoca la existencia de una “Fuerza Pública” con espíritu de doberman, debe extinguirse, conforme lo quiere la nación panameña; la angustia por un gobierno triangular que aún no sale de la gatera en su gran carrera hacia el triunfo, debe rotarla en un paréntesis de paciencia; la angustia por la existencia de una clase política inmadura, rutinaria y dueña de ese feo e indigesto pecado capital que llaman gula, debemos sino extinguirla, al menos rotarla para darle nacimiento a alternativas de nuevas generaciones que reclaman para sí el derecho al relevo en la tarea reconstructora de la patria; las angustias de la inseguridad, del hambre, de la corrupción, del desempleo, que son las angustias obsesivas que se clavan en el cerebro del pueblo como parásitos, mata-palos mismos, succionando hasta morir la savia vital, deben ser extinguidas como una política estatal de emergencia, popular, serena y anticlasista; y la angustia de la soledad de nuestra nación, producida por la intervención y por la incomprensión de los gobiernos hermanos, debe ser extinguida con una política destinada a revitalizar desde sus cimientos nuestra soberanía.
Definitivamente el panameño debe superar todo lo que es parte de su diaria preocupación ciudadana. Se imponen tareas pedagógicas de alto vuelo. Una angustia colectiva sin solución puede crear abulias mortales, violencias, frustraciones y muchas veces hasta espíritu de mansedumbre. Estamos en el deber de extinguir o de rotar los traumas que por dicha conocemos y que para superarlos solo falta coraje para poner en práctica las sutiles e ingeniosas recetas de los doctores Arias y Gómez. Por lo pronto extingamos las angustias que más laceran el espíritu nacional, como la suscitada por la Fuerza Pública, por la inseguridad, por la corrupción y por el lento agonizar de nuestra soberanía. Esas son las angustias que nos quitan el sueño y no nos dejan soñar.
Publicado originalmente en 1990.