¡Que viene octubre!... y el mamógrafo

Actualizado
  • 22/10/2015 02:00
Creado
  • 22/10/2015 02:00
A los miedos del mes de los espíritus, a las mujeres se nos suma otro más engorroso, cumplir con la desagradable exploración mamaria. 

Para estas fechas y a propósito del mes contra el cáncer de mama que se celebra en todo el mundo, muchas mujeres, como yo, ya habrán pasado por la recomendada cita anual con el ginecólogo. En octubre, las más remolonas se suelen aprovechar de las promociones y ofertas que animan a la generalmente temida exploración, sobretodo si es mamaria.

Acostumbradas como estamos a dejarnos mirar y a que nos miren (a unas más que a otras, cierto, aunque con diferente interés, según pasa la edad), la intromisión de los aparatos en nuestro cuerpo de mujer no es mayoritariamente bien recibida. Y menos si el aparato con el que te encuentras frente a frente, literalmente, es el mamógrafo. A solas, también literalmente, porque hasta el operario u operaria te dejan en ese cuarto frio a disposición de los rayos X.

Que no me entienda nadie mal. Antes de proseguir, quiero aclarar que este relato no es para desanimar o entorpecer el curso de la bien planificada campaña para detectar de forma temprana un mal que cada año cercena la vida de unas 90,000 mujeres en el continente (OPS/OMS), cifra que afortunadamente tiende a disminuir, sino para ver si de una vez por todas alguien atiende el reclamo de modificar el funcionamiento de una máquina diseñada para apachurrar despiadadamente una de las zonas más sensibles, nobles y generosas de la anatomía fenemina, sea una, o no, madre. Y es cierto que el entrenamiento para soportar el dolor empieza temprano, por nuestra condición de género, pero no debe ser esa, excusa suficiente para someternos a la sistemática tortura de dejarnos aplastar las tetas así, de forma literal.

Todo el proceso, para los que no hayan pasado todavía por la experiencia ni tal vez tengan que hacerlo nunca, empieza por las ya vejatorias indicaciones del preparatorio.

Como si se pusiera en duda la fundamental higiene, la recomendación es acudir ‘recién bañada' y, más bochornoso todavía, con las axilas depiladas (o afeitadas, según la práctica más común), también poniendo en entredicho la más latinoamericana de las reglas de belleza femenina.

Así, tan bien dispuesta, te desnudan, te ponen una bata, que inmediatamente te van a hacer descubrir, y te exponen a los cerca de 10°C a los que debe estar la máquina, sin tomar en cuenta que la temperatura de tu cuerpo es 27°C superior.

Independientemente del tamaño o volumen de tus atributos, el asistente deberá colocar en una especie de bandeja el llamado tejido glandular–graso con cualquier recurso a su alcance: tirar, levantar, empujar, pellizcar, estirar, apretar, oprimir...Es, definitivamente, la fase más desagradable, aún tomando en cuenta que el objetivo final es comprimir la bandeja con otra similar hasta hacer una especie de bocadillo en el que ‘el relleno' eres tu.

No se si las más gorditas consiguen el cometido con más facilidad, pero sí puedo decir que, a las de menos peso, los huesos nos complican la tarea.

Con el receptáculo incrustado en las costillas y ya la mama ‘colocada', la plancha superior baja implacable para chocar sin cuidado contra la clavícula, que en esa postura contrahecha sobresale casi más que el pecho.

-Un poco más, empuje, apriete.

Son las instrucciones del técnico, pendiente también de que no haya sombras ni del hombro ni la barbilla. El pezón, además, tiene que estar de ‘perfil'.

Como si la posición no fuera lo suficientemente incómoda y no te estuvieras muriendo de frio, cuando todo está en su sitio, la orden es tajante: no respire. ¡Tal cual! Pero obediente, contienes el aire de los pulmones mientras tiritas y empiezas a ponerte azul.

¿Qué tipo de procedimiento técnico se aproxima tanto a la tortura?, podría preguntarse cualquiera.

Desde que se inventó, a principios del siglo pasado, poco ha cambiado este sistema de diagnóstico que además deja en duda su eficacia en tejidos densos (cuando los senos son más compactos) y en ocasiones registra ‘falsos positivos'.

Yo propongo desde aquí, y no me lo tomen en cuenta esposos, hijos y amigos, que en atención a las muchas mujeres que anualmente nos sometemos disciplinadamente a este trato, un voluntario o dos someta a examen sus propias gónadas, algunas blandas, como el tejido mamario, a ver cuánto tardábamos en buscar un mejor método de examen.

Hay que poner interés señores (y señoras) o esperar que en el siglo XXII el aparato en sí ocupe lugar destacado en una galería de horrores.

-AHORA SÍ, ...RESPIRE.

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