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- 22/11/2025 00:00
Desde hace más de medio siglo, la poesía de Manuel Orestes Nieto se ha convertido en una de las formas más intensas de interrogar la memoria panameña. Su voz vuelve una y otra vez al territorio donde la historia oficial se quiebra y surgen los espectros: los que nunca fueron del todo vencidos porque la palabra poética insiste en devolverles dignidad, cuerpo y sentido.
En 1976, Oratorio para Victoriano Lorenzo propuso un gesto radical: la resurrección del héroe indígena como fundamento ético del país. Veinte años después, en Este lugar oscuro del planeta (1998), Nieto regresó a aquel fusilado para insertarlo en una constelación más amplia de violencias: desde la conquista española, la Guerra de los Mil Días hasta los héroes, mártires y desaparecidos del siglo XX. La poesía asumió allí un deber de memoria, con un coro de voces que se niega a ceder. Una poesía que amplifica la historia o también, la historia que hace de la poesía su voz para ser oída.Hoy conversamos con su autor para releer a Victoriano Lorenzo a la luz del presente, para escuchar otra vez lo que la patria intenta decirnos cuando la poesía le presta la palabra.
El Oratorio para Victoriano Lorenzo aparece en 1976, en un contexto político e intelectual complejo. ¿Qué impulsó la escritura de este texto? ¿Hubo un detonante personal o histórico?
1976 es un año importante de la etapa histórica ascendente en la lucha librada por Panamá por la descolonización y la soberanía, liderada por el general Torrijos, y que desembocará con éxito en los Tratados Torrijos-Carter de 1977. En esa efervescente jornada patriótica, hubo, además, un proceso de reafirmación de la nación. Algunas corrientes de pensamiento y personalidades como Juan Materno Vázquez, Rómulo Escobar Betancourt, Gerardo González, Carlos Calzadilla, César De León, Carlos Francisco Changmarín, impulsaban la recuperación de figuras históricas que estaban opacadas por la llamada historia oficial, desde principio de siglo. Victoriano Lorenzo es reivindicado como prócer de nuestra independencia. Yo estudiaba en el cuarto o quinto año de la carrera de Historia; la escasa bibliografía disponible o la que yo conocía, sobre el personaje me indicaba que debía escribir también sobre Lorenzo y redacté un texto, más bien breve, donde hay una mezcla de acento lírico con datos históricos. Tenía la intención de fuese una especie de canto coral o, como dice el título, de oratorio. Esa fue la génesis del Oratorio para Victoriano Lorenzo.
El poema adopta una forma de un oratorio, una estructura musical y religiosa. ¿Por qué esa elección formal? ¿Qué implicaba trasladar la épica histórica al registro litúrgico?
Yo estudiaba en la universidad católica, la USMA, que entonces tenía su sede en el Palacio Arzobispal de San Felipe, los rectores eran sacerdotes, yo venía del Colegio Javier de los jesuitas..., y había pues una cercanía religiosa en mi educación y pensé que podía trabajar el poema como un ritual y que tuviera formas litúrgicas que propiciaran ver a la figura histórica que era Victoriano Lorenzo, digamos en un ambiente, no épico, sino de canto y alabanza.
¿Qué influencias literarias te acompañaron en esta gestación? Yo pienso en Vallejo, en Neruda, en Saint-John Pearse, en Cardenal...
En ese momento, tuve una experiencia enriquecedora. Primero, mis lecturas se concentraban más bien en la poesía mexicana y cubana. Mi formación literaria era empírica. Tuve un profesor universitario, Ángel Revilla Argueso, que me hizo leer la poesía española; siempre le agradeceré esa especial atención que tuvo conmigo. Por otra parte, desde una década antes, finales de los años 50, algunos poetas, que estudiaron en el Instituto Nacional y fueron a la universidad de Panamá, constituyeron una generación que maduró nuevas temáticas sociales e históricas en nuestras letras. Y también observé que había una línea divisoria entre la influencia de César Vallejo, por una parte, y de Pablo Neruda, por la otra. Una tendencia, por ejemplo, que lideraba Álvaro Menéndez Franco, era muy vallejiana; Por otra, poetas como Pedro Rivera, por ejemplo, tuvieron en una etapa de su poesía más cercanías en Neruda. Desde mis primeros poemas, sabía que mi asunto era el verso libre o la libertad del verso, sin retórica, sabía que no podía imitar escritores que ataran lo que quería hacer, poesía de lo real, de mis entornos, con libertad del verso. Pero, también, yo vivía cerca de la Zona del Canal y de la Avenida 4 de julio, actualmente Avenida de los Mártires. Mis ojos lo que hacían era fotografiar esa frontera colonial y su cerca divisoria en plena capital del país; y, con cierta crónica y esa especie de tomas fotográficas, fui construyendo el primer libro, digamos “dinámico”, Dar la Cara, que ganó el premio Casa de las Américas 1975, que propone un contenido anticolonial y un cambio de lenguaje.
Y en el plano técnico, ¿cómo manejaste la voz coral? Ese tono que oscila entre narrador, cronista, testigo...
Al texto sobre Victoriano le ocurrió que la fuerza histórica fue opacando la intención oratoria que yo pensé al inicio; de manera que si uno lee con cuidado las partes que no tienen datos expresamente históricos, observará que sí tienen esa tonalidad, pero que a mi entender no alcanzan la dimensión musical que yo tuve como meta. El resultado es que hay narración, y uso de la primera persona del propio Victoriano y un texto poético que está ensamblado entre una lírica libre y precisos datos históricos.
Bueno, ahora vamos a entrar en algo de esto. El poema reconstruye la figura de Victoriano Lorenzo desde una mirada que alterna lo histórico y lo mítico ¿Cómo equilibraste la fidelidad documental con la libertad poética?
Justamente es lo que hablábamos. Bueno, fue una experiencia muy reconfortante porque, de repente, el personaje lo tenía ya allí, cuya imagen no provenía solo de una escasa bibliografía, investigativa o testimonial, sino de su misma dimensión histórica. Diría que se dibujó. También, veía contradicciones entre los textos que trataban de informar sobre Lorenzo, quizá por ese ocultamiento o desaparición al que fue sometido; en cambio, traté de fijar características de su liderazgo raizal panameño. Era un hombre vivo y que estaba, a la vez, dentro de los mitos al hacer una lucha guerrillera; sus mitologías lo hacían aparecer y desaparecer simultáneamente en los poblados, tener figuras de animales veloces y un guerrero que no se podía atrapar. Y ese hombre-mito era la representación de su gente, en las montañas coclesanas, involucrados en la Guerra de los Mil Días, con jerarquía, como la de ser General de la Séptima División del ejército liberal en armas.
¿Y qué fuentes históricas consultaste? ¿Recuerdas las fuentes históricas?
Había documentos, por ejemplo, de Carlos Francisco Chamarín. En ese momento se había editado un volumen de la revista Lotería que contenía artículos fragmentados de Álvaro Menéndez Franco, y, precisamente, de Juan Materno Vázquez, y otros autores que tenían las ideas más progresistas del país. Creo que quise enrolarme también en esos esfuerzos de rescate del personaje, convencido de que su vida fue una manifestación de los de abajo.
¿Y tomaste contacto con el imaginario popular? ¿Lo tomaste en cuenta?
Claro que sí.
¿Cómo entraste en contacto con ese imaginario popular?
Yo fui por Coclé. En la ciudad de Panamá se estaba de espaldas a su realidad. Quería saber si todavía se hablaba de él, en la capital provincial, Penonomé, en La Pintada, por los lados de La Negrita, y me fui para allá y hablé con gente que recordaba más a un ser imaginado que a un ser histórico; me di cuenta de que la ausencia de su posicionamiento histórico había sido consumada. Su propia gente o descendientes de habitantes en esos lugares, tenía una idea difusa del personaje fusilado en 1903. Como te explique, ese texto des de 1976 y Victoriano volverá a ser tratado en un libro posterior, Este oscuro lugar del planeta de 1998.
¿Y cómo dialoga tu Victoriano con los discursos indígenas, campesinos del Panamá profundo, digamos, tantas veces silenciados?
Bueno, esos son ya más planteamientos sociales. De alguna manera, en los libros de historia ni soñar con esas condiciones de vida y lejanía del campesino y los indígenas. Libros fueron publicados después del nacimiento de la república y había un espacio vacío; no sólo de Victoriano, poco se escribía de la gente, de su propio sentir popular. Yo tuve un gran profesor de historia que se llamó Roberto de la Guardia, creo que más le gustaba la antropología, que nos incitaba a los estudiantes a realizar investigaciones y lecturas bajo otros ángulos. Y uno de ellos era el trabajo de campo antropológico y sociológico. Por eso, viajamos por las provincias y ... Victoriano siempre gravitando en el centro de Panamá. Hay un léxico en el poemario... hay un léxico híbrido... un lenguaje poético... con un registro popular ...imágenes contemporáneas... Yo estudiaba y en poesía buscaba mi lenguaje.
Algo de eso dijiste, pero me gustaría que precisaras en ese sentido, en beneficio del lector
Sí. Mira, en el año setenta y dos, yo tenía escrito Reconstrucción de los hechos, un libro que hasta en su título expresa mi interés histórico, registrar hechos, aún siendo de familiares, cotidianos. Me creía un cronista, ya había leído algunos cronistas españoles sobre su avasalladora conquista territorial americana. Tuve el privilegio de contar con un profesorado muy bueno. La carrera no es solo de Historia; es también filosofía de la historia y filosofía y letras. Después del golpe de estado del sesenta y ocho (1968) la Universidad de Panamá fue cerrada, y algunos profesores pasaron a la USMA (Universidad Santa María la Antigua), que estaba en tercer o cuarto año de fundación. Esa batería profesoral me hacía tener las pretensiones de querer ser un historiador... pero estaba el otro llamado que era la literatura. No estaba todo bajo mi dominio; y yo lo que hice fue complementar ambas cosas. Puse la escritura al servicio de la Historia, y al revés; y así van surgiendo textos poéticos aferrados a realidades históricas y personales. A lo mejor es una elucubración que me he hecho para mí y es tienes un lenguaje tuyo, que le infundes ánima, belleza, adicional a tu lenguaje cotidiano. Una especie de instrumento donde puedes tallar la palabra. Y, en el escenario de la escritura, si te pasas, como no hay nadie viéndote, vas borrando los patinazos de prosaísmo.
Pero en varias partes parece que han sido escritos en contra de la historia oficial. ¿Pudiera decirse que con el Oratorio... haces una especie de justicia poética?
Bueno, sí. Esa es otra dimensión, una losa muy importante, porque hilvanar hechos de Victoriano eran también hilvanar hechos de justicia nacional. Me parecía que el general Torrijos estaba reivindicando a un general y a su tropa, su cholada y yo sentía que, si eso era así, había razones para reivindicarlo también contra algo muy específico y, observa, ese algo fueron aquellos que lo asesinaron, quienes lo hicieron a conciencia, midiendo el crimen y despejando el obstáculo previsible. De esa infamia surgieron los que después tuvieron la hegemonía en el país, pero bajo el protectorado o colonia gringa, que es una forma de negación de la nación.
¿Eso implica que te estabas debatiendo de alguna manera en ese texto la idea de nación, cómo se constituyó?
Claro que sí. Yo también buscaba en lo que escribía encontrarme con la nación. Mi tema era histórico, pero además ya yo tenía muy claro que se trataba de la nación panameña, sus raíces formativas y de aquellos que le daban forman en sus reflexiones, pensamientos, acciones y sacrificios. En el texto, se lee con claridad el surgimiento de la República, pero también las motivaciones en juego. Cómo el imperialismo norteamericano expandiéndose, fue parte del crimen de Lorenzo. Es más, su muerte está determinada por un acuerdo para matarlo, porque sus aspiraciones no encajaban en el rompecabezas de los intereses y el arreglo de protegerlos al costo de firmar un tratado bárbaro para construir el paso marítimo, el Canal, y la ocupación a perpetuidad de la franja colonial en el centro del Istmo de Panamá.
Y para ti, Victoriano Lorenzo ¿qué significa? ¿Un héroe político, un mártir indígena o una figura ética más amplia? ¿Cuántas dimensiones tiene esa imagen?
Victoriano Lorenzo representaba no solo un campesinado depauperado y maltratado. El luchaba por su gente, reivindicaba eso. Pero también significó algo más grande: tener, desde las zonas montañosas, una visión de un territorio que subyacía en esa unión artificial a Colombia y sus autoridades militares en el istmo. Aunque quizás él no fuera consciente del alcance más allá de lo que estaba haciendo. Sus alianzas políticas fueron muy interesantes. En las fuentes históricas se señala que había sido utilizado como un changador de armas. Pero, muy rápidamente, en una sucesión de hechos de la guerra, adquiere la talla de los militares liberales de entonces y se entendía con esa corriente de pensamiento, que era lo más avanzado de la época. Los conservadores eran, en todo caso, sus enemigos y, justamente, fueron ellos quienes con más saña propugnaron por su muerte y lo consiguieron.
Estaba en sintonía con las ideas de Porras, ¿no?
Yo diría que estaba en una guerra entre conservadores y liberales y con el añadido de haberse precisado que el Estrecho de los Mares tenía que construirse en Panamá. Victoriano estaba accionando allí, en la exclusión en que vivían, por los abusos. Así que había intereses muy complicados en pugna, pero también los fogonazos de sectores menos visibles pero que existían. Porras llegó a tener mucha confianza en Victoriano. Yo creo que Victoriano Lorenzo estaba en sintonía con las ideas porristas, pero con su propia óptica.
En el poema hay una empatía con el cuerpo mismo de Victoriano Lorenzo ¿Qué te interesa explorar en esa dimensión física de la violencia?
Recuerdo que ese fue uno de los recursos de construcción del texto porque me llamó la atención lo siguiente: el fusilamiento de un hombre de baja estatura, a quien le perforan el cuerpo. Entiendo que el doctor Manuel Amador Guerrero fue uno de los médicos forenses de ese cadáver. Hubo tres descargas de doce tiros. En el acta de su muerte se dice que solo hay seis tiros en el cuerpo a cinco metros de distancia; ese detalle no puede ser un error ni disparos fallidos del pelotón de fusilamiento. Más bien creo que había el temor que ese pequeño hombre generaba. Había que matarlo, pero no dejar escrito la destrucción de su cuerpo a balazos. Seis perforaciones está bien, bastan, pensarían.
Tampoco se permite la entrega de su cuerpo a una amiga y unos conocidos que lo solicitaron, que tenían hasta preparado un ataúd. Querían enterrarlo como se debe y realizar sus oraciones. Eso no fue posible ese día. Sus asesinos prefirieron retener el cuerpo y después montarlo en una carreta de hierba para animales y pasearlo escoltado por toda la parte vieja de la ciudad como un escarmiento, y enterrarlo en una parte secundaria del cementerio Amador. Esa tumba, con ese muerto, estuvo bajo custodia por más de un mes para evitar que se lo llevaran o que hubiera alguna manifestación a su alrededor. Así es que, como ves, lo sucedido con ese cuerpo nos proyecta muy claramente su dimensión histórica. Pero no es solamente el significado de su muerte, sino el de todos sus gestos, el del hombre que cabalga y cabalga por la cordillera; era, como dije, la pieza del rompecabezas que no podía quedar vivo, siendo incontrolable y temido por quienes , a su vez, tenían un problema: desembarazarse de Bogotá. Si quedaba suelto un cabo, un componente en armas que había demostrado ser el más eficaz de toda la guerra, eso había que silenciarlo.
No puedo probarlo, pero es evidente que en el buque Wisconsin se tomó la decisión. En el buque norteamericano, ante un comandante norteamericano, se pacta la paz entre los partidos políticos y se decidió la suerte de Victoriano Lorenzo, porque no se podía construir un canal en un contexto violento, donde había una persona, una guerrilla, fuera de control. Y ahí, pues, hubo un sector militar liberal que se prestaron con los conservadores, a matarlo, y crearon un Consejo de Guerra y los cargos en su contra. El general Pedro Sicard Briceño y Esteban Huertas, buscaron como locos, supuestas pruebas, papeles, cualquier cosa para condenarlo. Curiosamente, están las cartas de sus asesinos en esas andanzas.
¿Y ese silencio en torno a Victoriano dura hasta los años 60?
Yo creo que de boca en boca había un Victoriano andando todo el tiempo, clandestino, pero no era un Victoriano para aprender sus lecciones en las aulas, en canciones o imágenes; no se le mencionaba que yo sepa.
¿Y tú crees que aún la figura incomoda el poder?
[Medita] Yo creo que ya Victoriano ganó su batalla. Ahora podemos editar nuestros libros, transmitir con certeza histórica la verdad de lo que aconteció, los valores que lo movían a él, la representación de un mundo sin sal y con hambre. Él fue alfabetizado, pero el 99% de su gente no. En los años setenta se hizo una reparación histórica muy importante; para mí, admirable. Y ya, posteriormente aparecen otros textos como, por ejemplo, el libro de memorias del abuelo de Margarita Vásquez, como secretario de Lorenzo, que van puntualizando y ofreciendo información que permite, con sus testimonios, constatar efectivamente el trazo de una vida valiente, heroica, como fue la de Victoriano Lorenzo.
Vamos a volver al poemario. El texto tiene un ritmo sostenido casi respiratorio más que narrativo. ¿Pensabas en términos musicales al escribirlo? Habías hablado algo de eso con anterioridad, pero me gustaría precisarlo
Sí, te explicaba que esa era la forma en que preconcebí el libro, con giros oratorios, con una sonoridad que transportara al lector. Me lo imaginaba así, porque yo siempre he querido que la música sea como un vehículo de la poesía. Con Jorge Ledezma Bradley, músico, que fue director de la Orquesta Sinfónica Nacional, discutimos la posibilidad de llevar adelante un espectáculo, el oratorio, los coros, la lectura poética. Pero ese proyecto no se realizó, Jorge tomó otro texto mío e hizo un montaje asombroso de danza y música que se llamó La jaula tumbada. Sinán, al terminar de verlo, me dijo: yo creo que esa voz leyendo se puede quitar, distrae, si todo está dicho en el escenario.
¿Por qué los dividiste en siete secciones? ¿A qué responde esa estructura? ¿Tiene alguna simbología?
Bueno, es, simplemente, por un hecho cronológico para trazar una estructura redonda. Claro que en el libro el primer verso es fundamental: es la tarde en que lo van a matar en Las Bóvedas. Y cinematográficamente, hay un retroceso cronológico al niño, que después va avanzando en edad, cuando es educado, crece, sustituye a su padre en las responsabilidades en su pueblo, queman su pueblo natal, va a la guerra, y termina otra vez en el momento en que lo fusilan. Hay una especie de oración final que constata la intención de un oratorio, de una oración religiosa.
Hay un uso muy efectivo de la repetición, de la anáfora ¿te gusta ese recurso?
Sí, es como quien martilla; aparece en ese libro y en otros que he escrito. Yo creo que es uno de los tambores rítmicos dentro del verso libre mío. Sí, está muy presente. Estás descubriendo uno de mis secretos para la construcción de los poemarios... [se ríe con picardía].
Como lector siento que tu verso largo —digamos, de “arte mayor”— es ondulante, pero no pierde tensión. ¿Cómo lograste ese pulso? En otras ocasiones la tensión se logra a través de la síntesis, de un campo semántico enjuto, pero aquí no, en esta poesía se da por un aliento sostenido y refinado
Yo creo que es el aliento que me inspira la propia figura de Lorenzo. Hubo ajustes de la escritura, más bien en la gramática... o cuando había una sobrecarga de adjetivos. Me cuidaba, por ejemplo, de no adjetivar dos veces en un texto y si no, había que buscar la sinonimia. Lo que fuera, no podía repetirlo. Yo sentía que, si no era muy estricto conmigo mismo, iba a empobrecer el texto. El verso largo, creo que es la necesidad mía de contar a todo lo que da la voz. Diría que se emparenta con contar el asunto más que todo y salen esos arcos de versos largos. Pero insisto que el dominante era y es tener una voz libre para acometer la poesía.
¿Cómo fue recibido el libro cuando se publicó?
Bueno, el libro... Mira, yo trabajaba en la Asamblea de Representantes de Corregimientos y ahí había una imprenta. Entonces, el libro jamás ha tenido un sello editorial literario. Lo que hicimos fue como un tiraje; una máquina que era casi un mimeógrafo, un poquito más sofisticada, pero mucha tinta y papel rústico.... y poco diseño. Y entonces, el secretario general de la Asamblea, que era Carlos Calzadilla, cuando leyó el libro se emocionó mucho. Y entonces, me dijo: vamos a imprimirlo junto con el acta de la sesión del día anterior, que había que aprobar [se ríe al recordar ese momento]. Y como es un texto relativamente corto, creo que tiene unas veinticinco cuartillas, así hicimos un tiraje de quinientos o seiscientos ejemplares y lo dimos a cada uno de los representantes del Corregimiento. Me quedé con los ejemplares restantes y se los di a algunos amigos.
¿Fue polémica? ¿Su aparición fue polémica?
No, al contrario, Álvaro Menéndez Franco, con quien trabajaba, que ya conocía el tema de Victoriano, que tenía también el mismo interés, fue muy generoso, y difundió que había aparecido otro texto más de Victoriano que contribuía a la recuperación del personaje histórico. Otros amigos lectores también me sirvieron para darme cuenta de que, en efecto, no era ni Vallejo ni Neruda, de que ya yo estaba haciendo planteamientos literarios de otro orden. Cosa que creo haber logrado, conquistado plenamente, con El mar de los sargazos.
Ya hace unos cincuenta años desde aquella primera edición del Oratorio.... ¿Sientes que sobrevive de aquel poemario en la sensibilidad panameña actual?
El canal es panameño hace 25 años y creí que la nación iba, con regocijo, a destacar a sus grandes constructores, entre ellos a Victoriano Lorenzo. Pero realmente no fue así, en parte porque tuvimos una invasión norteamericana por lo menos diez años antes del cumplimiento de los Tratados del Canal. Ello determinó un inicio de siglo con otro tipo de poder, sin norteamericanos, pero sin una definición doctrinal, ideológica, histórica, del rumbo de la nación panameña. Además, el Canal de Panamá, sus derivados, su fuerza económica, todo eso fue nuestro, pero al mismo tiempo apetecido. Y eso ha hecho que la contribución de la corriente nacional más heroica, más épica, más significativa, aún esté por escribirse o se ha escrito con tibieza. Torrijos fue un zapador y un patriota, hizo crecer la nación, pero su afán dura menos de una década. Muerto él, el proceso fue desembocando en los contenedores de la clase dominante hasta hoy.
¿Cambiarías algo hoy del Oratorio?
Bueno, de hecho, tuve que hacer unas reparaciones menores, pero muy significativas. No de la literatura. En algún lugar yo había leído que la madre de Victoriano había sido colgada por los cabellos junto con la de un personaje extraño, Fidel Murillo. Pero precisando con más cuidado, me doy cuenta de que eso no ocurrió así. Había un párrafo que me gustaba, donde había dos mujeres de color violeta colgadas, pero era una falla histórica. Eso fue por errores de mis lecturas de los años setenta. Yo conocí muy posteriormente el testimonio de Juan José Quirós y otros autores y eso me permitió hacer una revisión textual y también del personaje en guerra y dentro de los campamentos en las montañas de Coclé. Aproveché para teñir algunos versos y darle más brillantez a la persona misma.
Este libro, ¿qué lugar ocupa dentro de tu obra?
Bueno, el tema es que, después del entusiasmo inicial, el libro no tiene difusión. Y yo siempre pensaba, tengo que volver a publicarlo. Pero dentro de mí también estaban las dudas de la certeza histórica de todo lo que estaba escrito ahí. Y la vida me fue dando las razones. Otras investigaciones, otros avances hicieron matizar algunos contextos. Porque escribían poquito, pero lo poquito era sobre el bandolero, el violador, el asesino, le endilgaban cosas falsas. Estuvo preso pocos días antes del fusilamiento. Yo sabía que, por ejemplo, que Carlos Mendoza fue siempre un hombre consecuente con Victoriano Lorenzo. Y hoy sé que, días antes de morir —otro de una sola pieza y ya mayor, Buenaventura Correoso—, se preocupó de llevarle la comida a Victoriano Lorenzo durante el tiempo que estuvo prisionero en Las Bóvedas. Esos datos son muy posteriores a la escritura del libro. Si yo hubiera sabido eso lo pongo por su importancia. También estuve tentado a hacer una especie de cosa loca, consideré que aquel podía considerarlo como un primer borrador, y entonces hacer una reescritura completa del libro.
¿Lo harías?
Bueno, pero pobre, ha vivido tanto así, ya está muy grande... y cincuentenario. [risas].
Si tuvieras que escribir hoy otro oratorio, ¿sobre quién sería?
Sobre el General Omar Torrijos, sin duda. [Su respuesta denota admiración infinita]
Esperaba que me lo dijeras.
Sin duda, y con testimonios de primera mano, bastante confiables. Me tocó formar parte del último equipo cívico-militar de asistencia al General, en una estrategia que ya no era de poder, era como un repliegue. Y, a la vez, meternos en otros asuntos. Pero la muerte se interpuso, se quedaron inconclusas algunas intenciones que conozco y aún están pendientes. Allí estábamos, siete u ocho personas en ese equipo, que pudimos conversar con él, sin saberlo, en el tramo final de su vida y echar marcha atrás en el tiempo. Ese es como un privilegio que yo tengo de conocimiento y respeto por él, ¿no?
Puedo recordar que un día, estábamos solos, y llegó otro poeta, José Jesús, “Chuchú”, Martínez, su secretario y amigo de verdad. Torrijos dijo algo así como que vamos a tomar este vino chileno, nosotros tres, poetas. Eso parecía que era una especie de inclusión al oficio poético. Porque además de apreciar mucho la música y canciones populares y campesinas, Torrijos tenía sensibilidad poética, era un poeta en su alma, en su vida personal. Y ya como historiador estoy seguro de su figura es la más trascendente que ha tenido la historia de Panamá en la construcción nacional, sin ninguna duda.
En Este lugar oscuro del planeta (1998)—más amplia y compleja en su cronología del trauma nacional— Victoriano no es el protagonista absoluto, como sucede en Oratorio.... Sin embargo, su figura opera como nudo simbólico de la relación entre violencia política y nación, la traición fundacional del Estado panameño, la vergüenza histórica de lo ocurrido, sobre todo con su cuerpo, y la persistente memoria espectral de quien fue borrado para garantizar una hegemonía.
En el Oratorio... la figura de Victoriano Lorenzo es redentora; en Este lugar oscuro del planeta se mezcla con otros traumas. ¿Qué te llevó a hacer de Lorenzo no solo un héroe, sino un símbolo abierto del dolor panameño?
El Oratorio para Victoriano Lorenzo es un texto sobre un personaje único en la guerra de los Mil Días y en los albores de la separación de Colombia. Un personaje en su época, en su contexto histórico. Este lugar oscuro del planeta es un poemario con la intención de recorrer esa historia de Panamá, teniendo los sucesos violentos, como escalas que se eslabonan no en una historia rosa sino trágica. La historia es país y personajes. Hay diálogos y monólogos. Los personajes cuentan, se mueven, hay ficción. Es decir, dos tratamientos distintos de la historia como linealidad cronológica ante el lector. Victoriano no es como en el Oratorio... el personaje redentor, el guerrero, el que en la batalla fue leal a sus aliados y muere traicionado. En este oscuro lugar del planeta se explicita su magnitud histórica. Se coloca como antítesis de Vasco Núñez de Balboa, el personaje del colonialismo español que lo decapitan en Acla después de ser uno de sus primeros jefes de la ocupación americana de España y quien mira desde el Darién el vasto mar del Sur, las aguas del Pacífico; junto con la resistencia de los cimarrones y las muertes de sus líderes y el exilio forzoso de Bayano hasta morir en tierra ajena; o de Lucas Prados y Apolinar N. muertos en los sucesos de la Tajada de Sandía en 1856; o del ahorcamiento de Pedro Prestán en Colón 1885; o los caídos a bala y bayoneta calada en 1925 durante los días de la huelga inquilinaria y la intervención norteamericana; o los que morían en los anonimatos en la cárceles zoneítas, de Gamboa, sin que nunca supiéramos quiénes eran; o los héroes y mártires de 1964 y los muertos y desaparecidos durante la invasión a Panamá por los Estados Unidos y que aún estamos esclareciendo cuántos murieron y en qué condiciones, pero que se trata de varios miles. Victoriano Lorenzo es símbolo en esta línea de dolor panameño, es uno de sus más infames asesinados y en él se conjugaron intereses internos y del ascenso imperialista en tierras americanas y la posesión de la ruta interoceánica.
¿Ha habido alguna evolución en su imagen de Victoriano Lorenzo desde el Oratorio... hasta Este lugar...? ¿Cómo entiende hoy el lugar de Victoriano en la fundación de la nación y en la crítica de esa misma fundación?
Evolucionó la conciencia nacional sobre Victoriano y se escribieron testimonios irrefutables de primera mano y están sus propias cartas y otros documentos. De la historia de bandolero pasó a soldado de la patria. Mis dos textos son enfoques de su figura y acción; él es parte de la construcción paulatina de la nación; fue fusilado al decidir los liberales y conservadores parar la guerra, hacer la república y entenderse, con cesión de soberanía, con los norteamericanos. En todo caso la historia del salteador de caminos no se la creen ya ni los que la escribieron.
En ambos libros, el cuerpo físico adquiere enorme importancia. ¿Para ti la poesía es una forma de devolver los cuerpos a la memoria colectiva?
Es una observación muy precisa de tu parte. Es el mismo cuerpo acribillado. Es ese instante del pelotón que lo fusiló y el cuerpo es perforado y destrozado. Es el cuerpo sin vida en una carreta por la ciudad y que varias veces vomitó buches de sangre en la calle. Un símbolo sacado de este hombre o una realidad poetizada a través de ese cuerpo enérgico en las montañas e inerte el 15 de mayo de 1903. Diría que creo que la memoria no es solo una abstracción mental sino una encarnación y materia tangible de los personajes, hechos y lugares históricos.
¿Por qué decides que el propio Victoriano tome la palabra, desafiando a sus verdugos? ¿Qué implica darle voz al que la historia quiso silenciar?
Sí, Victoriano en los textos no podía ser un personaje sin exponer sus razones. Eso hice, habla, discute con la historia falsificada, sabe quiénes le matan; sabe que quedó enfrentado a otros designios y señala la complicidad de sus verdugos. Es un núcleo para una valoración histórica fidedigna que está contenida allí, en un celaje poético.
La patria aparece como cuerpo femenino violentado. ¿Cómo se articula esa figura con la muerte de Victoriano y con la identidad panameña?
El tratamiento de la patria como mujer es una constante de la literatura. En la épica, la lírica, la escena, la historia misma, es femenina. Así también en estos dos libros. En el Oratorio... es violentada como imagen de posesión forzada, ocupación, territorio colonial, imposición imperial, aguas apetecidas de los dos mares. En Este lugar... hay un tratamiento donde la historia cuenta, discute con Victoriano ciertamente; pero ella, como patria, es esa mujer sobre la que ocurren los hechos, en defensa de ella y contra ella.
¿Es esa mujer-patria una madre que reclama justicia o una superviviente que exige un futuro distinto?
Patria es la sublime estancia del colectivo humano. Su razón de ser, su centro, su espejo y su anhelo. En la historia la patria es bandera, colina, batalla, sangre derramada, victorias. Una mujer vencedora de la muerte por su condición inmortal. Herida, pero siempre viva y heroica es una estela trazándose en el tiempo y su rumbo es hacia el futuro, siempre lo que vendrá, por muy feliz o duro que ha de ser.
Frente al silencio o la manipulación histórica, ¿cuál cree que es la responsabilidad del escritor?
Esa responsabilidad la definía Neruda como la utilidad pública de la poesía. Por extensión, de la literatura y el arte en general. Así concebida por esa responsabilidad entrega recreaciones, arte con belleza e imaginación, cumple con su misión conmovedora. El silencio y la manipulación de la historia para fines aviesos, es cien por ciento inadmisible. Al señalar esta grave distorsión, el escritor lo que hace es fijar su disconformidad y compartir sus desacuerdos. Eso me lleva a decirte que la poesía canta con la verdad y no puede ser hija de las mentiras. Tiene una definida avenida por donde andar, sin necesidad de vericuetos.
¿La poesía puede todavía operar como tribunal de la memoria en un país que prefiere olvidar?
La poesía, más que como tribunal es custodia y difusora de la memoria. Por ello mismo, donde quede ese lugar, es irradiación para que, precisamente, haya páginas que alaben, digan, cuenten, los hechos, los días de luz y las horas de dura oscuridad, anota, reflota, descubre ante los seres humanos circunstancias, trances, fugacidades. El olvido es el terrible borrado, la desaparición, la ausencia. La poesía es presencia vital y bálsamo.
La voz de Manuel Orestes Nieto nos recuerda que un país vive también en sus muertos: en los que fueron fusilados después de la paz, en los que desaparecieron sin tumba ni duelo, en quienes sostuvieron la esperanza aun cuando se la arrebataron.
Su poesía nos obliga a mirar lo que se quiso borrar y —tal vez— a imaginar un país distinto, uno donde la verdad no llegue demasiado tarde y donde el héroe no deba volver del mar para exigir justicia.
Que esta conversación nos permita continuar la tarea: mantener vivo a Victoriano Lorenzo, no sólo como símbolo, sino como pregunta, como memoria que incomoda, como herida que exige dignidad. Porque si la poesía puede devolvernos el cuerpo de los ausentes, entonces también puede devolvernos la posibilidad de un país más justo.