Rusia en el corazón

Actualizado
  • 28/03/2013 01:00
Creado
  • 28/03/2013 01:00
ESTADOS UNIDOS. Cada vez que mi mente divaga en el pasado, las imágenes que reiteradamente me llegan son las de los años de estudios uni...

ESTADOS UNIDOS. Cada vez que mi mente divaga en el pasado, las imágenes que reiteradamente me llegan son las de los años de estudios universitarios en Moscú.

Una nostalgia me embarga al recordar esos años felices de descubrimiento y placentero aprendizaje. Rusia nos recibió con los brazos abiertos y nosotros, los que tuvimos la dicha de ir a estudiar allá, le recordamos como a una segunda patria, la que nos dio la oportunidad de cursar estudios superiores de una calidad excepcional de forma gratuita y con la oportunidad de acceder a la lengua y, por ende, a la cultura milenaria de la ‘madrecita Rusia’, como con respeto y amor llaman los rusos a su tierra

Recuerdo que cuando llegué a Rusia, me enviaron a la ciudad de Vorónezh, 530 km al sur de Moscú, para cursar la preparatoria.

Las aulas universitarias llenas de una hermosa y ansiosa juventud eran claustros académicos orientados hacia la excelencia, la investigación permanente y el logro científico. Nuestros profesores rusos y soviéticos fueron y son modelo e inspiración de lo que debe ser un profesional de alta calidad académica y científica, basado siempre en un profundo amor patrio.

EL NOBLE PUEBLO RUSO

Rusia también fue docente en el plano puramente humano. Aprendimos a conocer y a amar, a ese noble pueblo que compartió con nosotros literalmente su pan, además del conocimiento.

Donde fuimos, siempre nos recibieron con pan y sal, tradición hospitalaria y sencilla de un pueblo ávido de compartir con otros.

Las ancianitas, conocidas allá como ‘las mámas’ (madres), con sus pañoletas decoradas con grandes flores, siempre nos hacían reír con sus ocurrencias, nos sorprendían con su sabiduría popular y nos reprendían con consejos maternales.

Rusia es un país de extremos y contrastes. Y como todo en la vida, requiere de la costumbre. La costumbre que vuelve entrañable desde el patio de una casa, un edificio, hasta la espectacular arquitectura, con sus magníficas catedrales de cúpulas resplandecientes que parecieran transportarnos a un reino mítico de Las Mil y una Noches.

La belleza de la naturaleza rusa —con sus inviernos nevados, primavera florida y el cálido otoño lleno de árboles con hojas amarillas y rojizas—, hace palpitar cual quier corazón.

Es una país dotado con un aroma particular, indefinido e inconfundible, que emana por las calles y rodea a todas las personas, con el cual están igualmente impregnados los profundos bosques, valles y montañas.

GIGANTE EN EVOLUCIÓN

La Rusia ida, la soviética, que recordamos los egresados por su calidez para con nosotros, ha dado paso a una Rusia moderna y juvenil, llena de ímpetus y expectativas. Luego de varios años, retorné y vi una Rusia diferente, robusta, no obstante, guarda igual amabilidad para los foráneos. Es que ese país con su gigantesca geografía, con su agreste belleza, arquitectura monumental y fascinante cultura nos hizo quererle. Muchos compañeros al igual que yo están presos en la misma fascinación.

Sé que no sólo para mí, sino para cientos de panameños y miles de latinoamericanos, Rusia ha dejado una huella indeleble de amistad, en nuestros corazones.

Los frutos de esa mano amiga extendida se tradujo en fraternidad y buena voluntad entre los pueblos. Espero que alguna vez esta amistad se convierta en una férrea alianza de pueblos y Estados, caminando juntos hacia el progreso, la solidaridad y la justicia social.

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