La otra China

Actualizado
  • 16/10/2011 02:00
Creado
  • 16/10/2011 02:00
D espués de 32 horas de viaje desde Panamá, y de una escala en el Aeropuerto de Los Ángeles, Estados Unidos, llegué a la isla de Taiwán,...

D espués de 32 horas de viaje desde Panamá, y de una escala en el Aeropuerto de Los Ángeles, Estados Unidos, llegué a la isla de Taiwán, conocida también como la isla de Formosa. Un lugar al otro lado del mundo, de 36 mil kilómetros cuadrados y más de 23 millones de habitantes, y con una compleja situación política y diplomática. Un pueblo que lucha por el reconocimiento de su República.

Con un tren bala, con el edificio Taipei 101 -uno de los más altos del mundo- y con una envidiable vida moderna, la ciudad de Taipei se convirtió en el destino de un grupo de periodistas provenientes de Honduras, Guatemala, República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Alemania, Singapur, Dinamarca, Alemania y República Checa. Todos habíamos sido invitados para conocer algunos de los sitios turísticos y de importancia histórica de la isla.

Uno tiene la idea de que los residentes en Taiwán y los de China Continental no se pueden ni ver. En lo que a mi respecta, ese mito quedó desintegrado durante los días de mi estadía en la ínsula.

Por las calles de la ciudad de Taipei, la capital de isla, se pueden ver cientos de turistas de la ‘otra China’ haciendo turismo. En un día a la isla de Kinmen -que pertenece a Taiwán y que esta a poco menos de 30 kilómetros de China Continental, y a 40 minutos vía aérea desde de Taipei- llegan diariamente 30 mil ciudadanos chinos en barcos, lo que los ha colocado como los visitantes número uno, quitándoles así el lugar a los japonés, quienes también visitan con frecuencia la isla para hacer turismo.

DIOSES PARA CADA OCASIÓN

Los primeros lugares que conocimos durante nuestra estadía en Taipei fueron dos templos, uno budista y otro taoísta. Hay dioses para lo que a uno se le ocurra. Para el amor, la salud, la fecundidad el rendimiento escolar y la pesca. Por ejemplo, Mazhu, la diosa del mar, es muy adorada por los pescadores y reconocida como la primera protectora de Taiwán.

Cuentan los seguidores de Mazhu, que antes de realizar un viaje, ellos visitan el templo de la diosa del mar para que les vaya bien. La Diosa del parto es a la que recurren las parejas que no pueden tener hijos o las mujeres que están preocupadas por tener un buen parto. Quienes quieren tener un hijo varón le llevan a esta divinidad una flor blanca y si lo que desean es tener una niña, le ofrecen como ofrenda flores rojas. La creencia es que para que el favor de la diosa haga efecto no se debe hablar con nadie al salir del templo. Y luego de haber recibido el milagro la mujer debe ofrecerle en el templo a la diosa una sopa se sésamo y un jarrón lleno de flores.

Asimismo, existe una divinidad que vela sobre los negocios. Se le conoce con el nombre de Wan Kong., el dios de la contabilidad.

Carmen -la guía taiwanesa que nos acompañó en durante la estadía en Taipei- dice que en Taiwán se cree que desde el nacimiento hay un hilo invisible que te conecta con la persona que será tu gran amor. Este sentimiento es regido por el dios Júpiter. En realidad, son tantas las divinidades que se veneran por estas tierras que es fácil perder la cuenta.

El lugar que no se puede dejar de visitar en Taipei es el Mercado Nocturno. Alguna vez, fue una calle muy peligrosa. Una noche no basta para conocer esta zona turística. Desde las 7:00 p.m. los buhoneros se toman ambos lados de la calle para vender estuches para celulares, ropa, etc. En fin, un mundo que se revela cada día después de la caída del sol y que se desvanece a la mañana siguiente.

TRES FAMOSOS TAIWANESES

Tres hombres marcaron la experiencia de este viaje, enseñándome el valor de la humildad y la sencillez: un pintor de asfalto, un fabricante de cuchillos y un maestro del té negro .

Una técnica no muy difundida es la que realiza el maestro Chiu Hsi –hsun, quien es el único que utiliza el asfalto (alquitrán) para plasmar sobre tela obras de arte. Chiu vive en una pequeña casa en la ladera de una montaña en el pueblo de Jioufen. Su residencia está llena de cuadros y fotografías, como las suyas con el Papa Juan Pablo II y el expresidente estadounidense Bill Clinton.

Es un artista, en toda la expresión de la palabra. Los muebles de su casa son originales, pura madera extraída de ríos con forma de asientos. Hay libros de arte por doquier. El maestro Chiu dice haber perdido la cuenta de cuántas obras ha realizado. Lo que sí sabe es que son más de 100 cuadros los que ha pintado con aquel producto que es utilizado en la construcción de calles.

Un gigantesco cuadro que representa a un trabajador taiwanés adorna su sala. En otra esquina se puede apreciar a Don Quijote y Sancho Panza, plasmados en alquitrán. Otros cuadros muestran pasajes de la vida cotidiana de un pueblo llamado Jioufen.

UNA MAESTRO DEL METAL Y OTRO DEL TÉ

Otro personaje inolvidable es el maestro Wu Tseng-dong, dueño de un negocio familiar en el que vende cuchillos que confecciona con las bombas lanzadas a la isla de Kinmen durante la larga batalla que sostuvieron los taiwaneses contra la China Comunista.

Con un trozo de bomba Wu puede fabricar un cuchillo en menos de 20 minutos. Sólo basta que corte el pedazo de metal para que todo empiece a tener forma. Luego de pasar el metal por el calor, el maestro comienza la labor artesanal de golpear la pieza que se convertirá pronto en un cuchillo.

En el taller de Wu se puede observar gran cantidad de bombas, que compra a un precio de entre 400 y 500 dólares taiwaneses —unos unos 10 ó 15 dólares americanos— a las personas que a se dedican a extraer misiles a todo lo largo de la isla de Kinmen. Sus cuchillos son conocidos principalmente en los mercados de Austria, Japón y Estados Unidos.

El maestro Hsieh completa esta trilogía de taiwaneses honorables. Su especialidad es la elaboración del té negro. Antaño fue un exportador importante de este brebaje a Europa.

Hoy en día, su apariencia es la de un campesino taiwanés. Vive en una pequeña villa, sin mucho lujos, más que la porcelana con la que sirve el té a sus visitantes.

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