Looking forward to the deep blue sea

Actualizado
  • 25/12/2011 01:00
Creado
  • 25/12/2011 01:00
S e viene el último año de nuestras vidas. Cierto o falso, la sola idea propone una oportunidad única para detener el balón y pensar (ta...

S e viene el último año de nuestras vidas. Cierto o falso, la sola idea propone una oportunidad única para detener el balón y pensar (tanto como nos permita la telefonía celular) en el sentido de ese cachito de existencia que nos queda por vivir, antes de que los mayas nos demuestren que tenían razón y no hay mañana después del 2012. Eso sí, con cuidado y sin alarmas. Propios a nuestra estirpe carimañola, no es prudente fatigarnos con reflexiones profundas. Nadie nos va creer y hasta corremos peligro de estropearnos el blower, producto de la sobreexcitación en la sesera.

Mirando con luces largas, hay aspectos del advenimiento del fin de nuestros tiempos que me están robando el sueño. Y no es el temor a la muerte precisamente, la verdad es que me siento muy tranquilo en ese sentido. Primero porque yo juraba que moriría joven y guapo a los 27 años, pero eso no pasó; y desde entonces vivo intensamente (a veces más de lo que quisiera) bajo la presunción de que estoy sobregirado y hay que sacarle el jugo y disfrutar la ñapa. Y segundo, pero que quede acá entre nosotros, quiero confesarles que tengo el presentimiento de que yo seré de los pocos que sobrevivirá al cataclismo, tocándome repoblar la Tierra y contarle la Historia de la Humanidad a las generaciones post apocalípticas. O mejor, sentar las bases del Nuevo Mundo.

Sin embargo, toda corazonada viene con una duda, y puede ser que no sea yo ese hombre que sospecho seré. No hay dolor, prefiero arder que apagarme lentamente. Si no sobrevivo, no pasa nada. Si no queda nada, no pasa nada. Pero qué terrible sería que el día después de mañana, junto a las cucarachas, sobrevivan los políticos y su miope visión oportunista de lo que somos y podríamos ser. ¡Sería un horror! Algunos me asustan más que otros. Chello Gálvez, por ejemplo, o el cadejo hambriento en que se ha convertido el twitter del Sr. Presidente. Sin personalizar la angustia, me aterra la posibilidad de un futuro condenando a confundirse con el pasado.

Otra zozobra. Imagínense que luego de los maremotos, huracanes y lluvias de meteoritos, solo queden en pie los centros comerciales. Y que dentro de 100 años venga una expedición intergaláctica compuesta de arqueólogos de otro planeta, buscando los restos de la próspera civilización panameña. Con la mercancía encontrarán también miles de cuerpos, los de aquellos que murieron de compras. Porque el fin del mundo será en diciembre, ¿cierto? Con semejante evidencia dirán que para nosotros fueron grandes templos, catedrales del consumo, y que en este país el camino a la vida eterna se compraba con tarjeta de crédito. Angelitos de la guarda se venden por separado.

Nos queda un año para descubrir qué va a pasar. Sugiero que lo aprovechemos siendo mejores personas. Por ejemplo, deseo nunca dejar de amar con ansias y furia loca, sin miedo, así me destroce y pierda en el intento. También estoy requiriendo con urgencia un cuara de paciencia, para entender y aceptar que las cosas no ocurren cuando yo quiero, sino cuando a la Divina Providencia se le canta. Pero solo un cuara, no más. Porque luego no sería yo, esta columna de opinión podría caer en un tonito zen demodé del que me voy arrepentir, perdiendo peligrosidad, sex appeal y fans. Y no da.

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