Superando el reto más difícil

Actualizado
  • 08/12/2013 01:00
Creado
  • 08/12/2013 01:00
Habían pasado solo un par de minutos desde las seis de la mañana cuando, de entre la penumbra de la noche, surgieron las luces parpadean...

Habían pasado solo un par de minutos desde las seis de la mañana cuando, de entre la penumbra de la noche, surgieron las luces parpadeantes de los vehículos que abrían carrera, seguidos por tres atléticos corredores de zancada amplia y respiración agitada.

En esta oportunidad yo no era de la partida, sino que había llegado a Miraflores para dar apoyo a los corredores que aceptaron el reto de enfrentar esta complicada prueba. Si correr un maratón es siempre un enorme desafío, inclusive para atletas experimentados, hacerlo en Panamá con su altísima temperatura y humedad, está —sin lugar a dudas— en el tope de la exigencia.

Tras ese primer grupo puntero fueron pasando por aquel lugar, que no era ni la mitad del recorrido, una inmensa procesión de competidores, denotando cada vez con mayor vehemencia el cansancio en sus cuerpos y la fatiga en sus rostros. En un determinado momento se hizo notorio que los corredores que llegaban a nuestra altura no correspondían con la idea que se tiene de un maratonista, generalmente en plena forma; sino que, por el contrario, se trataba de personas promedio, de las que al cruzarte a diario en la oficina o el supermercado no sospecharías tuvieran esta determinación.

El sol se fue instalando en el horizonte dando cada vez mayor temperatura al asfalto, mientras las solicitudes de apoyo se multiplicaron. Pedidos de agua, hielo, fruta, protector solar e incluso analgésicos para el dolor. A pesar de algunas situaciones de calambres y agotamiento, nadie tiró la toalla y todos continuaron con paso decidido en busca de completar su objetivo.

HISTORIAS DE SUPERACIÓN

En nuestros días, el maratón se ha convertido en el evento de superación por excelencia. Más que cualquier otro deporte. Es un reto que muchas personas asumen buscando darle un giro radical a sus vidas.

Detrás de muchos de esos competidores anónimos, se esconde la lucha contra enfermedades propias o de familiares, incluyendo el cáncer, sobrepeso, farmacodependencias, fracasos sentimentales y otro tipo de situaciones que llevaron a la persona a un punto de difícil retorno, en el que sintió la necesidad de decir ‘basta’ y demostrarse a ella misma y a los suyos que a base de sacrificio y de creer en sus capacidades las barreras pueden superarse, por muy altas que sean.

Siento admiración por los atletas africanos que dominan la mayoría de los eventos de maratón en la actualidad, pero mi admiración incluso es mayor por estos corredores anónimos, apoyados en muchos casos —como vi ayer— por sus familias y amigos en la ruta.

Me resultó especialmente conmovedor ver a muchos niños animando a alguno de sus padres, incluso con rudimentarias pancartas de apoyo escritas por ellos mismos, que harían soltar una lágrima al mismísimo Chuck Norris.

El maratón es una fiesta, por encima de récords y cifras. Es la fiesta de los corredores, considerando corredor a todo aquel que se atreve a desafiar los límites del esfuerzo y completarla, independientemente de si corre, camina o hasta se arrastra para cruzar la meta. Porque al final del día, tanto los que llegaron de primeros en la competencia como los que llegaron de últimos, compartieron lo principal de ser un maratonista: superar con éxito los mismos 42,195 metros de la ruta, y sentir el orgullo de tener oscilando en su cuello la medalla de finalista.

¡ Qué viva el Maratón !

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