Un dios ha nacido

Actualizado
  • 25/12/2016 01:00
Creado
  • 25/12/2016 01:00
Hoy, 25 de diciembre es una fecha fantástica para recordar algo que escribí hace unos años

Hace unos días se hizo un gran anuncio por las redes sociales: en la iglesia de San Francisco de Asís, en San Felipe se instalaron seis árboles de Navidad, adornados con diez mil seiscientos nueve (10,609, han leído bien) foquitos.

Me gustaría que los cristianísimos que creen adorar a un único dios, supieran que ya Jeremías, de profesión profeta, allá por el siglo VII a.C., dijo que algunos adornaban un leño con plata y oro y lo afirmaban con clavos para que no se moviera. Jeremías clamaba porque los paganos adoraban ‘objetos sin valor', en vez de venerar al Señor dios de los ejércitos. Unos cuantos centenares de años después, entre los siglos II y III d.C., cuando ya el cristianismo había arrasado en el Imperio, Tertuliano criticaba a los cristianos que, imitando a los paganos, colgaban ramos de laureles en las puertas de las casas y encendían luminarias durante los festivales de invierno. De lo de los árboles iluminados en los templos cristianos no sé qué hubiera pensado...

Los Padres de la Iglesia criticaron el mitraísmo, los cultos mistéricos donde con rituales extrañamente parecidos al bautismo y a la eucaristía, se adoraba a un dios nacido en una cueva, que muere y resucita. El 25 de diciembre, mira tú qué casualidad, se conmemoraba el nacimiento de Mitra. ¡Ah! Y fíjense qué descarados, los adeptos de Mitra santificaban también el domingo, día del Sol, en lugar de santificar el sábado, día santo de los judíos. En el mitreo del Aventino en Roma se lee ‘Salvaste a los hombres con el derramamiento de sangre eterna'. No me extraña que un lúcido pensador cristiano tratase de explicar tantas similitudes diciendo que fue el Diablo el que inspiró el culto a Mitra varios miles de años antes de que el Galileo naciera, para que luego los seguidores de la secta judía que dio origen al cristianismo se confundieran. ¿Enrevesado? No. Para nada.

Hoy, 25 de diciembre es una fecha fantástica para recordar algo que escribí hace unos años:

‘Montamos nacimientos con símbolos precristianos. Le rezamos a un personaje histórico revestido de imaginería previa. Creemos en un dios que ha ido recibiendo en Él los poderes de todos los dioses de los que consiguió saber los nombres. Pero Su Nombre no se puede pronunciar. Seguimos pensando que tenemos la verdad absoluta, solo porque esa pequeña verdad, la que creyeron y mantuvieron a sangre y fuego un grupo de esclavos, se ha mantenido por los últimos dos mil años. Y se ha mantenido a base de asimilar creencias, dioses, héroes y lugares sagrados, advocaciones, y a base de santificar mitos y cosmogonías. Se ha mantenido virginizando diosas y demonizando héroes civilizadores.

No se equivoquen, no tengo nada en contra de la Navidad. Pero sí que lo tengo en contra de celebrar sin saber qué estamos celebrando. Fiestas foráneas, ¡já!

Estoy en contra de la ignorancia. De la prepotencia. De pensar que somos la última soda del desierto (y que encima, aún tenemos gas), cuando en realidad no somos más que gotas minúsculas de agua en la clepsidra de Cronos.

Celebremos la Navidad sabiendo que es una celebración de la renovación de la vida. Que un dios estacional ha nacido de la Gran Diosa y que morirá, como ha muerto siempre desde que el mundo es mundo. Y como seguirá muriendo para resucitar desde el Inframundo, como una promesa de que el Sol, por ahora, se mantendrá en lo alto del firmamento, y que, por ahora, el Cielo no se desplomará sobre nuestras cabezas.

Así que ¡Ió, Ió, Ió! para todos los hombres de buena voluntad'.

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