Kyoto, final del viaje

Actualizado
  • 08/07/2018 02:01
Creado
  • 08/07/2018 02:01
Esta es la última parte del relato del viaje del programa Juntos!!: Japón y Panamá que se iniciara en Tokio y que nos llevó a Hiroshima, antes de finalizar en Kyoto

De Hiroshima a Kyoto son dos horas veinte en Shinkansen —el tren bala japonés inaugurado en 1964—; con cien asientos por vagón, no hay cafetería y la comida se ofrece mediante un carrito a diferencia del AVE o TGV europeos. Como la puntualidad es crucial en Japón, el tren permanecía tres minutos en la estación de Hiroshima y daba un minuto para el desembarco en Kyoto. Los pasajeros se preparan con antelación porque como dijo uno de los guías, ‘la siguiente parada está a ciento cuarenta kilómetros, así que no se atrasen'.

De la estación fuimos directo al Centro Textil de Nishijin, donde nos invitaron a experimentar con los telares mecánicos y ver los maravillosos trabajos en seda que hacen de forma tradicional. Por primera vez en mi vida me gustó una corbata, el detalle era verdaderamente espectacular, su precio era 16,500 yenes, aproximadamente 160.00 dólares.

EL CASTILLO DE NIJO

La siguiente visita fue el Nijo-jo o Castillo de Nijo, construido en el siglo XVII durante el Shogunato de Tokugawa, para residencia de la corte imperial —el gobierno del país— razón por lo que lo rodea un foso. La Ote-mon o entrada principal tiene un aspecto normal, pero al llegar a la puerta Karamon los colores y el pan de oro la destacan. Los jardines no pueden faltar, hicimos un recorrido interno y paseamos por el jardín Ninomaru antes de llegar a una loma que permite ver los fosos, puentes y parte del castillo, desafortunadamente no se podían tomar fotos dentro de este. Una excelente forma de terminar el recorrido. La cena fue en la casa de comidas Arisugawa, apellido que otrora era una de las ramas que podía acceder al trono imperial. Comimos un estofado tradicional de wagyu —vacas japonesas— y partimos para el hotel, ubicado frente al Kyoto Gosho o Palacio Imperial de Kyoto, pero alejado del centro. La experiencia me había enseñado que solo tendría las noches libres, así que me dolió mucho no poder visitar el Museo de Manga de la Universidad Seika, a solo kilómetro y medio del hotel ¡Eso no es nada!. En la recepción me enteré que había una exposición de figuras de Kaiyodo en un centro comercial y eso sí fue echar sal en la herida.

EL PABELLÓN DORADO Y EL TEMPLO RYOAN-JI

Al día siguiente visitamos el Kinkaku-ji o Pabellón dorado, un templo de tres niveles increíblemente hermoso, rodeado por el estanque Kyoko-chi o espejo de agua, y cuyos últimos dos niveles están cubiertos de pan de oro, lo que hace que el reflejo del sol resalte el dorado contra el verde de los árboles que lo rodean. Fue reconstruido en 1956, ya que en 1950 un monje loco lo quemó. Mientras caminaba pude ver unos jizo que son estatuas muy antiguas que representan a Bodhisattva Ksiti-garbha, protector de los viajeros, mujeres y niños. Antes de la salida hay una casa de té llamada sekka-tei, donde se puede tomar te verde y un dulce. Al final llegamos al templo budista fudo-do, en el que se piden deseos, se compra un ema que es una tablilla de madera para escribir oraciones o deseos, y se deja en el templo para que los monjes las quemen y los mensajes lleguen a los dioses. Me gustó un diseño, lo compré y lo salve de la pira.

La siguiente visita fue al templo Budista Zen Ryoan-ji, donde está el famoso kare-sansui, un jardín japonés rectangular con arena y quince rocas, dicen que representan el mar y las islas de Japón, aunque también se prestan a la libre interpretación por parte del observador. El lugar inspira tranquilidad y libera la mente. Busqué con afán el único punto desde el que se pueden observar las quince rocas y tuve la satisfacción de encontrarlo. Al terminar la visita me aparté un poco del grupo para admirar la hermosa laguna Kyoyochi que tiene un altar en el centro y, para mi sorpresa, aquí había más jizos.

EL TEMPLO DEL AGUA PURA, KIYOMIZU-DERA

Al día siguiente fuimos a la calle Kiyomizu-Zaka, abarrotada de comercios y personas, en cuyo Tea Ceremony Nagomi asistimos a la ceremonia del té. Recibimos una amplia explicación de lo que ella representa, la que es muy atractiva para quienes nunca la han disfrutado. El tiempo libre permitió recorrer el lugar y buscando algo para mi hija entré en una tienda de Hello Kitty y justo al lado República Bellota, tienda exclusiva de Studio Ghibli, en la que los fanáticos se dejarían un mes de salario sin problema.

Entonces caminamos hacia el Templo Kiyomizu-dera dedicado a la diosa kwan-non, en la ladera del monte Okawa. Recientemente se han sembrado cerezos para que sea más atractivo, cosa que en lo personal considero innecesaria, ya que tiene una vista estupenda y sus alrededores son muy bonitos. Existen muchas leyendas interesantes sobre el lugar, como la de las dos piedras del amor separadas a dieciocho metros de distancia, la persona que pueda caminar de una a la otra con los ojos cerrados sin desviarse, encontrará el amor de su vida. La otra viene del período Edo (1603-1868), dice que si una persona saltaba de la plataforma del templo y sobrevivía la caída de trece metros de altura, se le cumpliría un deseo, pero esa costumbre fue prohibida.

Después de la visita, cenamos en Okabeya, un restaurante especializado en Tofu con diferentes recetas incluido el postre. En la noche pude escaparme a la librería Book*Off: tres asombrosos pisos de libros de segunda mano, donde conseguí un manga gakushu que es un libro de enseñanza académica, la Historia del Japón contada por Doraemon y ¡oh sorpresa! el tomo seis de Black Lagoon en japonés, que buscaba hace tiempo porque aparezco en los créditos.

La visita a Tokyo, Hiroshima y Kyoto fue una experiencia inolvidable. Japón su metodología, su arquitectura y su gente siempre tendrán un lugar en mi corazón. La camaradería y su trato afable logran que el visitante se sienta emocionado y deseoso de pasar más tiempo conociéndolos. Escribi sobre los lugares que pude ver y experimentar de primera mano ha sido muy gratificante para mi, ¡Japón es un lugar al que tendré que regresar!

El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Publicidad, por la Universidad Complutense de Madrid

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