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- 09/10/2016 02:00
- 09/10/2016 02:00
WASHINGTON –Un reaccionario es un individuo que desea volver, en general en forma poco realista, a una época más antigua y más atractiva. Tenemos dos reaccionarios como candidatos a la presidencia. Los dos ofrecen programas que prometen recrear un pasado tranquilizador. Nos proporcionan dos variedades diferentes de nostalgia. Ninguna funcionará.
Donald Trump es el más explícito. Promete ‘hacer de Estados Unidos nuevamente un gran país'.
¿Qué significa eso? Para comenzar, sugiere que los blancos no-hispanos recuperarán el poder político, que ha virado a los inmigrantes y sus hijos. Muchos serían simplemente expulsados del país. Después de eso, Trump revitalizará la economía deshaciendo muchos, quizás todos, los acuerdos comerciales, a los que culpa de nuestros problemas económicos.
Para asegurar el renacimiento económico, Trump recurrirá a la cura estándar republicana para un crecimiento económico lento: recortes fiscales masivos. Costarían aproximadamente $5 billones en el curso de una década, calcula el Committee for a Responsible Federal Budget, que no se inclina por ningún partido.
Por supuesto, es poco probable que ocurra todo esto. Los inmigrantes ilegales representan tres cuartos de todos los inmigrantes, informa el Pew Research Center. La proporción es mayor para sus hijos. En verdad, los inmigrantes y sus hijos dan cuenta ahora de la mayor parte del crecimiento de la población. De ahora a 2065, representan casi el 90% del crecimiento, proyecta Pew.
En cuanto a la economía, los republicanos hablan en forma casual sobre aumentar el crecimiento económico anual a un 3.5 o 4%, que es sólo un poco más que el 3.2% promedio, entre 1950 y 2015, pero que está muy por encima del promedio reciente del 2%.
Aunque elevarlo no parece difícil, lo es. Parte del declive se origina en la jubilación de los baby-boomers; eso no cambiará mucho.
La mayor parte del resto es un reflejo del estancamiento de la productividad—el decepcionante impacto en el crecimiento de la tecnología, de la administración y de las destrezas de los trabajadores—y es difícil de influenciar en una economía de $18 billones.
Vayamos ahora a Hillary Clinton, quien—como Trump—resucita el pasado llamándolo el futuro. La fórmula política demócrata no cambia: crea regalos que los estadounidenses agradecen al gobierno, pero que los hacen depender más de él.
Clinton propuso elevar los beneficios del Seguro Social, pagar la matrícula de la mayoría de los estudiantes en las universidades estatales, financiar los programa pre-escolares para todo el mundo y ayudar a los padres a pagar los costos de guardería.
Todo eso constituye una conducta interesada. Es utilizar el dinero de la población para sobornar a la población, como se suele decir. En realidad, los demócratas (y también los republicanos) dieron un paso más.
Sobornaron a la población con dinero prestado (déficit presupuestario) y con impuestos a los ricos. Clinton desechó aumentos fiscales para la clase media, definida como familias con ingresos de menos de $250,000.
La democracia se convierte cada vez más en un juego cínico en que unos pocos subsidian los beneficios de muchos. El gobierno no es disciplinado, porque los muchos tienen pocos motivos para disciplinarlo. Si la mayoría del gobierno le parece a la mayoría de la gente ‘gratis', ¿por qué molestarse?
Por supuesto, un sistema fiscal progresivo (los ricos pagan más) es deseable y se necesitan muchos programas sociales. Pero a la mayoría le vendría bien una modernización.
Dos programas importantes—los préstamos para estudiantes universitarios y Obamacare—tienen serias debilidades. Uno pensaría que un gobierno responsable, antes de embarcarse en más ingeniería social, arreglaría los programas existentes.
¡Qué esperanza!
Así pues, la población queda contemplando dos visiones del pasado contradictorias, pero tergiversadas. Trump evoca las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando las empresas norteamericanas dominaban el mundo.
Alemania, Japón, Corea del Sur, México y China no eran factores importantes en aquel momento. Ahora lo son y no se retirarán mansamente. Estados Unidos tiene déficits fiscales crónicos porque el dólar sirve como la principal moneda global. Eso eleva la tasa de cambio, colocando en desventaja a los fabricantes norteamericanos.
Clinton ofrece un activismo de los años 60 basado en la falsa idea optimista de que el gobierno puede regular fácilmente el cambio social. Esa idea es una simplificación errada.
Lo que probablemente tendremos son nuevas burocracias que presiden sobre subvenciones, regulaciones y exenciones fiscales nuevas que hacen que el gobierno sea más entrometido y confuso.
Un indicio irrefutable de la falta de seriedad de esta campaña es la falta de discusión sobre el envejecimiento de Estados Unidos.
En 1960, menos de uno de cada 10 norteamericanos tenía 65 o más años; ahora, es uno de cada siete, y en 2060, la ratio será de uno cada cuatro, dice la Oficina de Referencia de la Población.
La tendencia es inevitable, pero no figura en el debate. ¿Cómo afecta la economía y la política? ¿Cómo podemos evitar que los gastos en los ancianos desplacen otras importantes funciones del gobierno, entre ellas, defensa, que está siendo desplazada en un mundo cada vez más peligroso?
Lo mismo sucede con muchos temas: inmigración, cambios fiscales, balancear el presupuesto (la razón principal para esto: que la gente sopese los beneficios de un mayor gobierno contra los costos). No hay una discusión o la discusión es simplista.
El pasado toma precedencia sobre el presente. Hay una celebración reaccionaria del pasado que, quienquiera gane, tiene una consecuencia segura: la decepción.
THE WASHINGTON POST