• 04/09/2008 02:00

Diálogo, fe y ateísmo

Parece difícil un diálogo provechoso y cordial entre ateos y creyentes. Pero es posible, porque tenemos una común humanidad y en muchos ...

Parece difícil un diálogo provechoso y cordial entre ateos y creyentes. Pero es posible, porque tenemos una común humanidad y en muchos ateos y creyentes hay un deseo sincero de ayudar a otros.

Esos son los presupuestos fundamentales para construir puentes. Reconocer que algo nos une, que tenemos un corazón humano y una mente que piensa, es un paso necesario para que el diálogo se haga realidad. Lo contrario es la descalificación, el insulto, el desprecio, el odio. Etiquetar al otro como farsante, fanático, anticuado, carente de inteligencia, eso levanta muros y daña más al que desprecia que al despreciado.

Hace falta superar estereotipos con los que algunos buscan anular al contrincante. Sólo desde un respeto profundo y una actitud cordial de aprecio de quien piensa de otro modo, podemos empezar el diálogo. Ello permite avanzar en el conocimiento y crecer en humanidad. Porque la ciencia progresa cuando los pensadores y los científicos tienen una actitud abierta hacia los nuevos descubrimientos y hacia las personas que ofrecen puntos de vista enriquecedores. Y porque es humano descubrir que el otro, desde sus riquezas interiores, puede enseñarme algo; o puede, desde mi actitud benévola y sincera, dejar errores que lo atenazan para unirse a mí en una verdad que es de todos.

Ateos y creyentes podemos entablar un diálogo necesario en un mundo donde el fanatismo ha llevado al odio. Para el espíritu abierto, el que tiene ideas distintas posee una dignidad que nadie le puede arrebatar: y merece respeto.

Cuando descubrimos esa riqueza íntima de los corazones empezamos el camino del diálogo. Luego llega la hora, no fácil, de escuchar argumentos y de sopesarlos con seriedad y calma, sin descalificaciones arbitrarias y con mente abierta. En un diálogo así, será posible que más de un ateo reconozca la existencia de Dios desde los argumentos de un creyente. También ocurrirá que algún ateo lleve al creyente a pensar que Dios no existe. Llegar a una conclusión o a otra sólo será victoria si la certeza alcanzada desde el diálogo coincide con la verdad. Porque la verdad es una de las metas más profundas que anida en nuestros corazones sedientos de luz y de certezas verdaderas.

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