• 18/02/2009 01:00

Inflación, recesión, desempleo, etc.

Son conceptos que los economistas nos lanzan a diario, nos dicen que están íntimamente relacionados y que todos los cristianos debemos e...

Son conceptos que los economistas nos lanzan a diario, nos dicen que están íntimamente relacionados y que todos los cristianos debemos entenderlos como ellos los exponen. Algunos muy pesimistas nos amedrentan con futuras nubes negras y con ellas nos crean ansiedad porque vemos peligrar nuestra estabilidad económica y de nuestros hijos. La felicidad se nos escapa cuando ya creíamos habernos estabilizado. Cuando vemos que todos esos fenómenos están sucediendo en otras latitudes, muchos esperan que no nos afecten acá mientras que otros más precavidos ya van tomando medidas que estiman convenientes para paliar el problema que se pudiera venir encima.

Podemos aterrizar estos conceptos con un ejemplo cotidiano que nos resulta más familiar: el ama de casa que va al supermercado por su compra semanal, con presupuesto limitado o no, y nota con desazón que cada vez “la plata le alcanza menos.” Cada vez, con los mismos balboas, compra menos que la vez anterior o, si es afortunada y tiene los recursos, cada vez necesita más dinero para comprar lo mismo que la semana anterior. Alimentos como el arroz, huevos, pan, aceite, quesos, tomate y otros tan básicos en el menú criollo, sufren aumentos realmente increíbles semana a semana, por no decir, cada día.

Una carretilla medio vacía de alimentos significa que hay productos que no se logran vender. El productor del agro no enviará entonces la misma cantidad de productos al mercado; producirá menos y, con menor producción, necesitará menos empleados o les reducirá su remuneración. Esa producción disminuida durante un período de tiempo, que los economistas califican como recesión, es la causante, en parte, del temido desempleo.

El desempleo no sólo elimina los ingresos del trabajador sacrificado y de su familia sino que también crea inseguridad entre quienes todavía disfrutan de un puesto de trabajo. Todos limitan sus gastos, unos por fuerza y otros voluntariamente, pero todos compran menos y ahorran menos. La falta de dinero trae consigo menos compras, lo que acentúa la merma en la producción de alimentos y profundiza todavía más el desempleo. El círculo vicioso sigue girando sobre su eje y, como resultado, un productor de alimentos asfixiado abandonará la actividad que no le reporta el medio decente para ganarse la vida.

Se impone tomar alguna medida efectiva para romper el círculo. Por ejemplo, si el aumento de los precios que el ama de casa encuentra en el supermercado se debe a la bellaquería del intermediario que compra barato al productor pero vende carísimo al ama de casa, será necesario imponer reglas que garanticen un precio decente al productor e impida el abuso de ganancias exorbitantes del intermediario. Si, por otro lado, se debe al encarecimiento de los insumos necesarios para producirlos, compete al gobierno arbitrar los medios para facilitarle un costo razonable al productor. Pero nada parecido se hace.

No es con el ánimo de aguarle los Carnavales a quienes se aprestan a disfrutar los cuatro días de jolgorio echando de lado estos sombríos pensamientos.

Pero lamentablemente lo cierto es que, el despertar del Miércoles de Ceniza, nos traerá de vuelta a la cruda realidad de los problemas de hoy y, por los vientos que soplan, de los próximos años.

- La autora es diputada de la República por el nuevo Circuito 8-7. VMP. mireyalasso@yahoo.com

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