• 09/08/2010 02:00

Ya nadie quiere hablar

El mensajero de la empresa donde trabaja la vecina es del interior. Tiene cinco años de haber llegado a la capital. Terminó la secundari...

El mensajero de la empresa donde trabaja la vecina es del interior. Tiene cinco años de haber llegado a la capital. Terminó la secundaria y quiere seguir la universidad, pero aún no se matricula. Es cordial y amable. Hace bien su trabajo. Le gusta el coqueteo con las chicas con que hace amistad en Cerro Batea, donde vive con su hermana mayor, el esposo de esta y sus tres hijos. En la empresa le dieron un celular para comunicarse con él durante el día y para darle seguimiento a las encomiendas que debe realizar durante su jornada de trabajo, pero por ese celular no puede hablar con las chicas, así que se compró otro celular, a un precio módico y con todos los minutos que le ofrece una de las telefónicas en la captura de clientes.

Con su celular nuevo puede hablar con Diana, la vecina de la otra calle que se dejó hace 10 meses con un albañil que trabaja en la construcción de uno de esos rascacielos en Costa del Este. Diana le dio su número de celular para que la llamara cuando quisiera, pero el mensajero no se atreve. El albañil le dijo que se alejara de su ex mujer, sino se busca un lío. Desde hace una semana, solo atiende el celular del trabajo para cumplir con sus obligaciones, no vaya a ser que alguien escuche y le diga al albañil.

La señora Justina piensa devolver el celular que le dio el señor Carballo, el de la casa grande. Le va a decir que se va un tiempo a Chiriquí a ver a un familiar, pero no es cierto. Ahora que el gobierno aumentó la comisión a las billeteras, no quiere que nadie sepa que también vendía los chances clandestinos para Carballo, la lotería de Miami, rifas y one-two’s. Una billetera rival amenazó con denunciarla. Usó ese mismo celular por más de 8 años y había logrado formar una larga lista de clientes para vender para la casa grande de Carballo todos los ‘tiempos’ posibles de los números bajitos que la gente quería. Ese número de celular ya es un peligro, por eso lo devolverá. No vaya a ser que alguien escuche.

La niña Ángela, de 15 años, ya no habla con su novio Rubén, de 16, tarde en las noches cuando sus padres la creen dormida. ‘No hables esas cosas Rubén, que alguien puede escuchar’. También está considerando dejar de chatear en la computadora. El viejo Edgardo le pidió a su mujer que vendieran la casa y que se fuera a vivir al interior. No confía en las antenas satelitales que una empresa de cable televisión tiene en un lote del barrio. ‘Esos aparatos le dicen a todo el mundo lo que está pasando en la casa de uno’, dice.

El asunto de las escuchas telefónicas es de temer, realmente de temer. Frente a los peligros que amenazan a las sociedades en estos tiempos, puedo, en principio, estar de acuerdo con que los estados (no los gobiernos) utilicen estos sistemas para protegernos contra el crimen organizado que atenta cada día contra la integridad de la sociedad. Creo que a nivel mundial estamos viviendo tiempos muy peligrosos y debe haber mecanismos de inteligencia y de cooperación entre las naciones para salvaguardar y proteger una sociedad de paz.

El tráfico de armas y de drogas; el blanqueo de capitales, el tráfico de seres humanos, marcan los más horrendos crímenes que, dadas sus características y su modus operandi, deben ser combatidos con las más modernas tecnologías de inteligencia para, por lo menos, disminuirlos y salvar vidas.

Por ejemplo, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en la página 76 de su Informe Mundial sobre las Drogas del 2009, puntualizó que ‘Centro América y el Caribe, dos de las más importantes rutas para el tráfico de cocaína, representaron un 15% de los decomisos globales’. El ‘World Factbook’ de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos señala que Panamá es un ‘punto importante de trasiego de cocaína’, que la ‘actividad de lavado de dinero es especialmente pesada en la Zona Libre de Colón’ y que ‘la corrupción oficial sigue siendo un problema mayor’.

Creo que hay suficiente que hacer en materia de vigilancia y seguimiento al crimen organizado, y a las pandillas y bandas que se reparten nuestro país, como para que nuestros especialistas en inteligencia se la pasen escuchando a sus adversarios políticos, al mensajero, a la señora Justina, a la pobre Ángela de 16 años o al Sr. Edgardo. Ya ninguno se atreve a hablar por un aparato electrónico, mientras que la corrupción y el crimen organizado siguen ganando terreno en nuestro país.

*COMUNICADOR SOCIAL.

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