• 23/07/2014 02:01

La familiaridad del delito

‘Los mandos locales no tienen campo para programas sociales y las instituciones garantes de la seguridad, no aciertan en políticas 

‘Me clonaron la tarjeta de crédito e hicieron trámites por seiscientos balboas’, dijo con preocupación, el amigo Pepe, mientras se imaginaba el trámite que le esperaba para recuperar parte de sus ahorros. ‘La familia está angustiada con la desaparición de mi sobrina’, expresó una compañera de trabajo con una voz descarnada, apenas perceptible.

Otra conocida explicaba cómo su hijo y unos compañeros adolescentes que disfrutaban de un programa de televisión en el portal de su residencia, fueron víctimas del ataque de una pareja que entró a la urbanización —hay puesto de vigilancia en la entrada— y desde una moto encañonaron al grupo y luego de amenazarlos, les quitaron los celulares, carteras y el dinero que pudieron.

En el edificio de una urbanización cercana, a las seis de la mañana, una madre que esperaba junto a su niña el autobús colegial, tuvo una amarga experiencia cuando un joven que descendió de un auto, forcejeó con ella y delante de la infanta, le arrebató el celular; luego subió al vehículo donde le esperaba su acompañante y desaparecieron.

Estos no son hechos aislados en los noticieros de los medios de comunicación; forman parte además, de una agenda de conversación de cualquier pariente o amistad. Es tema de la cotidianidad y cada vez los tenemos más cerca.

Las estadísticas establecen algunas variantes entre crímenes ocurridos en 2013 con relación al periodo anterior; fueron 665, según informe del entonces ministro Mulino a comienzos de 2014. De acuerdo a las cifras, las tasas mantienen la cantidad de homicidios; hubo 17,3 por cada 100,000 o un promedio de 1,8 por día. Cualquiera pudiera engañarse al decir que algunos muertos menos, podría ser un indicador de éxito en la política contra el delito.

Sin embargo, cuando se miran los indicadores por lustros o décadas, tenemos que se duplican los asesinatos con relación a comienzos del siglo XXI. Es cierto que la sociedad panameña ha crecido en complejidad y diversos factores accionan para delinear este nuevo panorama; pero hay que resaltar el crecimiento y la frecuencia de la criminalidad que convive con nuestros círculos más íntimos.

Algunos estudiosos establecen condicionamientos sociológicos también psicológicos para el surgimiento de actos violentos. Pero además se presentan otros ingredientes de naturaleza cultural, política, económica y hasta aquellos vinculados con los medios de comunicación social. Es difícil negar que la conducta de rufianes ocupa hoy un lugar cimero en la agenda informativa; ella ejerce el efecto devastador de propiciar su influencia en la mentalidad de jóvenes y niños.

El modelo que genera un malhechor en la información noticiosa, con su apariencia, la piel llena de tatuajes y hasta sus negativas actitudes, apasiona más que la experiencia que tienen los estudiantes de la Universidad Tecnológica de Panamá en la robótica y en sus aplicaciones de la tecnología. Los chicos paradójicamente prefieren copiar ejemplos diferentes de la ciudadanía.

Estamos llenos de vivencias políticas de fondos millonarios, gastos exorbitantes aún no dilucidados y proyectos sobrevalorados; pero la aparente impunidad e incapacidad de aplicar la justicia, crea la conciencia de que el crimen ‘sí paga’.

Existe un relajamiento en plurales niveles. Desde el hogar, se ha resquebrajado la idea de autoridad y han dejado de ser los espacios donde se forjan valores trascendentales. Los mandos locales no tienen campo para programas sociales y las instituciones garantes de la seguridad, no aciertan en políticas más globales y de mayor impacto.

El crimen aprovecha todas esas grietas para inocular su impronta, alcanzar a todos los sectores y al común de los individuos para que convivan en una atmósfera de miedo, que por lo general impera cuando faltan estrategias racionales, bien consolidadas para demostrar que la vida es más grata si se supera la avasalladora malevolencia del delito.

PERIODISTA

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