• 07/11/2014 01:01

Cremación de banderas, una despedida con honor y respeto

"Con este sublime gesto de respeto al tricolor nacional, el pueblo panameño selló el juramento de amarla, respetarla y defenderla..."

Los panameños siempre hemos guardado una honda consideración y aprecio por nuestro principal emblema patrio, a tal punto que la primera bandera —ideada por Manuel E. Amador y Doña Angélica Bergamota de Ossa— fue bautizada en una solemne ceremonia el 20 de diciembre de 1903.

Correspondió al capellán castrense fray Bernardino de la Concepción García, impartir la bendición que apadrinaron don José Agustín Arango, presidente de la Junta Provisional de Gobierno, Gerardo Ortega, Manuela Méndez de Arosemena y Lastenia Lewis. Con este sublime gesto de respeto al tricolor nacional, el pueblo panameño selló el juramento de amarla, respetarla y defenderla como símbolo sagrado e inspirador de un profundo sentimiento de patria y libertad.

Un documento de la Asociación Nacional de las Muchachas Guías de Panamá, en calidad de reglamento, señala el destino y tratamiento final, que ha de dispensarle a la bandera panameña, una vez luzcan marchitos sus vividos y representativos colores. ‘Por su carácter de representación de la majestad de la patria, la bandera en desuso o deteriorada, jamás debería botarse y romperse; debe ser destruida por el fuego en ceremonia muy especial, en la cual se le rendirán los honores reglamentarios’. Se escogerá un sitio y se habilitará una bandera izada, un aparato incinerador y finalmente se recogerán la cenizas para enterrada en una fosa.

Esta ceremonia de despedida a la enseña patria —que se inicia con el juramento a la bandera, seguido por cantos y recitales— es honrada, en calidad de fiel testimonio, por los más altos representantes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y miembro del Cuerpo Diplomático acreditado en el país, así como por la autoridades de los gobiernos locales, estudiantes de colegios, universidades y público en general, quienes con su presencia tributan el más arraigado orgullo de vivir en una tierra cobijada por la sombra de una sola bandera.

Muchos panameños, especialmente la niñez y la juventud, ignoran este último tratamiento rendido a la bandera, cuando se inhabilita para el uso público y el significado de extinguirla al fuego y luego depositar sus cenizas en las entrañas de la tierra. Algunos pensarán que cuando esté descolorida o rasgada puede tratarse como cualquier trapo que se tira a la basura. No, nuestra bandera es un símbolo sagrado que guarda estrecha relación con heroicas jornadas de luchas patrióticas, que han librado a sangre y fuego, varias generaciones por la reivindicación de la soberanía plena, para verla ondear sola en todo el territorio istmeño.

Se debe ir pensando en institucionalizar, mediante ley de la República, un acto tan sublime como es la destrucción física del emblema nacional, cuando al entrar en deterioro, se prohíba su uso oficial. De esta manera, la ceremonia de cremación de banderas pasaría a formar parte de los actos protocolares en conmemoración de las efemérides patrias. La sociedad en general tomará conciencia y evitará malos manejos en cuanto al uso y posterior destrucción de nuestra bandera, cuando ya no exhiba el esplendor y el donaire que identifica la pureza del panameño.

El 2 de noviembre sería un buen día para realizarse la cremación de banderas, por tratarse de un día de recogimiento familiar, dedicado a los difuntos, incluyendo a los próceres de la República. En los pocos actos de cremación que se dan, se anuncia y se festina por ser el inicio del jolgorio, no de las fiestas patrias, sino de los días libres. De no regularse esto, en un futuro no muy lejano tomarán el mismo incinerador para la barbacoa e iniciar la parranda. La ocasión es precisa para promover una campaña de recuperación de valores cívicos y culturales, que han ido perdiendo vigencia, en perjuicio de la identidad y dignidad que todo ciudadano debe conservar.

Corresponderá a las futuras generaciones recoger esta bandera y mantenerla enarbolando en lo más alto del altar de la patria; de lo contrario, descenderá al istmo —tal como lo sentenciara, Gaspar Octavio Hernández en su inmortal poema— convertida en fuego, para luego extinguir con su febril desasosiego a los que amaron su esplendor un día.

*ADMINISTRADOR PÚBLICO Y DOCENTE

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