• 26/11/2014 01:00

Este noviembre ha sido especial

Hay quienes aseguran que, por fin, se ha despertado la conciencia nacional

En pocos días termina noviembre, el Mes de la Patria, cuando celebramos las fiestas que conmemoran los gritos de libertad que anunciaron el rompimiento de los vínculos que nos sometían a leyes aprobadas, administradas e impuestas por poderes extranjeros. Es un mes que nos hace sentir un fervor patriótico especial, cuando entonamos el himno con más entusiasmo, cuando desplegamos y paseamos nuestra bandera con más respeto, cuando la juventud estudiosa, rebosante de orgullo nacional, sale a la calle a marchar con pechos henchidos. Todos sentimos especial amor por nuestro Panamá que queremos como el mejor y más bello país del mundo. No lo cambiaríamos por otro ni por nada.

Pero el noviembre del 2014 ha sido un mes particularmente especial, distinto a muchos noviembres anteriores y me atrevería a pensar que quizás probará ser tan trascendental como el de 1903. Como aquellos gritos novembrinos, el actual ha sido un grito de libertad; pero esta vez, además de liberación, es un grito de desinfección no escuchado en esa dimensión con anterioridad; retumba contra los abusos de quienes se confabularon en el poder público para sumir al país en la pobreza moral y material. Es el grito furioso que sale de lo más hondo de la conciencia nacional, exigiendo castigo ejemplar a los corruptos que han mancillado nuestra sensibilidad y nuestro honor. El grito añade: ‘Nunca más’.

Hay quienes aseguran que, por fin, se ha despertado la conciencia nacional. No estoy de acuerdo, porque esa conciencia ha estado siempre atenta y dispuesta a llamar la atención por las evidentes señales de corrupción y abusos que, a pesar de las denuncias, cada vez fueron más toleradas, más abiertas y más descaradas. Esas protestas de personas indignadas caían en oídos sordos y se veía cómo los nuevos ricos hacían ostentación desmedida y desvergonzada de su nueva riqueza; mientras tanto todas las autoridades constituidas para prevenir y para investigar a fondo las denuncias de irregularidades se mantenían impávidas y displicentes.

De esa forma, todas hoy han terminado permitiendo, patrocinando o cometiendo los delitos que ahora quedan al descubierto con toda su maldad. Clamamos por que reciban su justo castigo.

Nadie puede honestamente alegar sorpresa ante los abusos incurridos: todo se sospechaba, aunque hasta ahora no existía ánimo ni interés en mover un solo dedo para comprobarlos y evitarlos. La sorpresa no es por la existencia de los abusos cometidos: la sorpresa estriba hoy en comprobar el tamaño, la profundidad y las ramificaciones de la corrupción. Todo parece ser resultado de una terrible pesadilla. Instituciones, funcionarios y particulares involucrados fueron denunciados sin éxito; la lista de abusos y excesos es interminable y harto conocida: sobrecostos, partidas circuitales, contratos de a dedo, becas y subsidios repartidos desordenadamente, abierto apoyo oficial a candidatos oficialistas comprobado en juicios ante el Tribunal Electoral, son solo unos poquísimos ejemplos ya conocidos.

Golpea y ofende comprobar la desfachatez con que se actuó y el libertinaje con que se manejaron los fondos públicos y los recursos materiales del Gobierno. Un ejemplo, que ahora se descubre, supera lo imaginable: el derroche de fondos públicos sin ningún control ni fiscalización de ninguna especie, tan burdo como el entregar cheques oficiales firmados en blanco para ser llenados a juicio y criterio de funcionarios de tercera o cuarta categoría.

En fin, es de advertir que si la esperanza nacida este noviembre tan especial fuera extinguida como llamarada de capullo por falta de una investigación adecuada, se estaría causando un daño incalificable al país, peor que el infligido por los abusos descubiertos. Imperdonable fracasar o cejar, porque tendría consecuencias impredecibles.

EXDIPUTADA

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