• 25/05/2015 02:00

Cómo conocí a monseñor Romero (I)

El proyecto de los militares jóvenes abortó a los 70 días y se entronizó la más furiosa represión.

Compartí con monseñor Óscar Romero (Ciudad Barios 1917- San Salvador 1980) momentos trascendentales de los últimos ocho meses de su apostolado, los más intensos y los de mayor compromiso de sus tres años al frente del arzobispado de San Salvador.

Lo conocí en agosto de 1979, una semana después de haber llegado a San Salvador procedente de Nicaragua, como corresponsal de la agencia de noticias estadounidense United Press Internacional (UPI). Para entonces, Romero había ganado celebridad por las misas que oficiaba cada domingo en la Basílica del Sagrado Corazón en las que sus homilías —que totalizaron más de 200— interpretaban los hechos de la semana que concluía y proyectaban una línea de acción para la que se iniciaba.

Romero había sido designado arzobispo de la capital salvadoreña el 23 de febrero de 1977 por el papa Pablo VI, de quien fue alumno en la Pontificia Universidad Gregoriana donde obtuvo un doctorado. Su desempeño como arzobispo no hubiera tenido la trascendencia que alcanzó, si los militares salvadoreños no hubieran asesinado a su íntimo amigo, el padre Rutilio Grande. Me comentó que ese hecho lo empujó a la denuncia frontal contra la violencia política.

Junto con la corresponsalía de UPI, asumí el cargo de subdirector del diario El Independiente que dirigía el prestigioso periodista salvadoreño Jorge Pinto Meardi. El diario transcribía en forma íntegra la homilía de Romero y la entregaba cada lunes a sus lectores.

Esa iniciativa era reconocida por el arzobispo, con quien llegué a sostener reuniones semanales para intercambiar información. En uno de esos encuentros le propuse transmitir su homilía a través de una emisora de onda corta —Radio Noticias del Continente— que operaba desde Costa Rica. Romero accedió y desde inicios de octubre de 1979, cada domingo tendía más de 50 metros de cable desde el único teléfono de la Basílica hasta el púlpito para llevar la homilía a gran parte de América Latina.

El 15 de octubre de 1979 se produjo el golpe militar de la joven oficialidad salvadoreña que nació mediatizado por la ultraderecha y con el pecado de la heterogeneidad en un país carente de piso y techo para soportar un proceso hacia cambios democráticos. El proyecto de los militares jóvenes abortó a los 70 días y se entronizó la más furiosa represión.

En el recambio se instaló el 3 de marzo de 1980 una junta cívico militar, con el líder democristiano José Napoleón Duarte como presidente, quien llegó a El Salvador desde su exilio en Venezuela.

El arzobispo tomó con suspicacia la imposición de Duarte y sus tímidas reformas al comercio, las finanzas y la tenencia de la tierra. ‘Las reformas han nacido bañadas en sangre', me comentó Romero y detalló las matanzas de campesinos que estaban sucediéndose en distintos puntos del país.

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