Osvaldo Jordán Ramos
Nada que celebrar
A más de un año de haberse creado el Ministerio del Ambiente, este Día Mundial del Ambiente de 2016 nos recibe tristemente sin nada que celebrar
A más de un año de haberse creado el Ministerio del Ambiente, este Día Mundial del Ambiente de 2016 nos recibe tristemente sin nada que celebrar. Y es que nos cuesta demasiado entender que el hábito no hace al monje , y que cambiarle el nombre a la ANAM no podía lograr las profundas transformaciones que se necesitaban para que esta institución dejara de ser un adalid de la banalidad.
Los últimos acontecimientos de un extremo al otro del país con el llenado del embalse de Barro Blanco y el continuo desangre de la laguna de Matusagaratí nos demuestran que la institución no tiene una mínima capacidad de respuesta, pues se han dejado de atender los temas sustanciales como la evaluación, ordenamiento y seguimiento ambiental. En su lugar, la cooperación internacional —que al final ha terminado dictando la agenda por la falta de liderazgo del equipo timón— más bien ha privilegiado la inversión en infraestructuras para la generación de dividendos que nadie sabe para qué se van a usar ni qué resultados tangibles van a producir.
Y es que el transfuguismo ambiental no ha llegado a entender que ayer como hoy el problema nunca ha sido la falta de recursos, sino la incapacidad de la institución para organizarse a lo interno y, regular de manera ágil y justa las distintas actividades productivas que se realizan en el país, evitando la imposición innecesaria de multas y previniendo por encima de todo el daño ambiental.
Como sociedad jamás se nos hubiera ocurrido que los policías recibieran regalías por sancionar las infracciones de tránsito o que lo médicos impusieran cánones a las personas que causaran graves perjuicios a la salud. ¿Entonces por qué se pretende que la ANAM le cobre a las empresas por las sanciones que les impone y por la concesión de nuestros preciados recursos naturales? ¿O que administre la compra y venta de créditos de contaminación, bajo el pretexto de apoyar a las empresas para que adopten mejores prácticas?
No cuesta entender cómo las mismas personas han estado desvariando durante veinte años cambiando de sombrero y banderín político de Inrenare, ANAM y Ministerio; sin importar la denominación de partido, pues para esta reducida cúpula ambiental empresarial la opinión de la ciudadanía ha dejado de ser relevante. Ayer como hoy la contaminación genera impactos irreparables sobre la salud humana; la obstrucción, extracción y desvío de aguas afecta a quienes viven río arriba y río abajo de una represa, barriada o carretera; y la deforestación destruye los medios de vida de quienes han desarrollado una íntima relación con su entorno desde tiempos inmemoriales. Entonces, ya ha pasado el momento de arandelas, galas y discursos; y se necesita tomar decisiones firmes y políticas por el bien común de las presentes y futuras generaciones.
DOCTOR EN CIENCIAS POLÍTICAS.
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