• 25/12/2016 01:03

Amor y dolor

Que con el perdón, debe desaparecer el rencor...'

Hablar de la vida y de la muerte es todo un reto dialéctico en función de sus extremos. Al referirnos al amor frente al odio o viceversa, no hay manera de cuadrarlo por lo subjetivo; o tal vez analizar la ofensa grave ahogada ante el perdón sin rencor. Este es un ejercicio cíclope como nos lo dicen los mitólogos griegos; quizá podemos elucubrar sobre la paz en contraste con el dolor. Esto reviste mucha importancia, si una conducta es precedida por la otra. Si la paz es lesionada por el odio, entonces había que trabajar sobre los factores que lo provocaron y si es el odio el que irrumpe sobre la paz, aquí en este estadio se pierde todo el terreno abonado y se debe volver a partir de cero. Cada uno de estos temas se convierte en un circuito del que no podemos salir tan fácilmente.

Estos álgidos temas encierran un mundo de contradicciones. Considero que para entender lo primero enunciado en el párrafo anterior, lo normal sería en atención a que la vida es finita, que los hijos deben enterrar a sus padres. Que frente al amor incandescente no debe existir el odio. Que con el perdón, debe desaparecer el rencor o la venganza y si se logra la paz, debe menguar la inquina y el dolor debe desaparecer menguadamente.

De manera inexorable debo volver una y otra vez a mi reciente experiencia. Carlos Augusto Herrera Guardia, estuvo conmigo 48 años y 38 días. Se sabe cómo ocurrió el deceso, pero se ignora en el insípido expediente lo que debió pasar y de las responsabilidades que se podrían achacar a los responsables. Hay un ejército de indolentes involucrado en esta experiencia, entre particulares, funcionarios, profesionales, más los corruptos en las distintas modalidades.

En esta eventualidad, tenemos una superficial investigación a distancia que no llena las expectativas, y por ello una familia desesperada sufre, aunque nada de lo que se haga podrá devolver esta vida inmolada.

Sobre el estado depresivo del finado Carlos Augusto Herrera Guardia ya expuesto por el psiquiatra privado y acreditado en el expediente, al igual que lo certificado por Medicatura Forense, se ha considerado como un estado depresivo leve. Esto lo ha reforzado el sacerdote que lo atendió en los retiros espirituales practicados en la provincia de Colón. En ningunos de los tres casos, hay vestigios sobre disposiciones fatales.

Dentro de los antecedentes tenemos una serie de actos judiciales donde reinó la prepotencia e ignorancia del funcionario instructor. Trabajaron varios fiscales que hicieron gala del poder coercitivo sobre impedimento y alejamiento de la pareja en disputa. Quién puede entender estos enfoque frente a lo expresado en los primeros párrafos de este documento.

Dichos fiscales, con evidente y desmedido poderío, desconocieron la interpretación y aplicación de las garantías judiciales y principios procesales, de leyes sustantivas y adjetivas, de la doctrina y de la propia regulación sobre los fundamentos y objetos de las investigaciones penales orientadas en aquellos momentos al sistema mixto. Se desconoció la aplicación sobre la competencia preventiva o privativa, mientras demostraban el poder omnímodo que los caracteriza y menos hubo el menor atisbo sobre las consideraciones en torno al cacareado Principio Superior del Menor.

En este correteo en el que nos encontramos dentro del Ministerio Público, los fiscales en su rivalidad, por una parte y sin esperar la verificación de la vulneración de la conducta delictiva, solicitaron sobreseimiento, en ese apuro de descongestionar por la llegada del anunciado Sistema Penal Acusatorio. Otro señor fiscal, sesgó antojadizamente la instrucción y adulteró la interpretación de la ley sustantiva, para recomendar el llamado a juicio en otra de sus absurdas actuaciones. Que Dios lo perdone.

¿Qué nos quedó por hacer entonces?... Llamar inútilmente a las más altas autoridades, las cuales están sordas en estos aspectos, para que revisaran y, de encontrar motivos, corrigieran las actuaciones de los subalternos y manipuladores sobre lo relativo a la interpretación y aplicación de la ley y por supuesto, motivar y ejecutar los cambios legislativos apropiados.

En la actualidad seguimos las corrientes de otras experiencias y como autómatas, copiamos y aplicamos con la frialdad de los procedimientos esa letra muerta y sin sentido de los fallos.

Lo cierto es que prometo, como lo hice en memoria de mi hijo, seguir adelante en esta enconada lucha hasta el fin de mis días, en un intento de evitar que otros sufran las penalidades que le costaron la vida a mi hijo, si es que él tomó esta funesta decisión.

Finalmente afirmo que a ningún padre le deseo un percance semejante.

ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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