• 25/01/2017 01:03

Archivo de cultura

‘Un núcleo, comité o grupo de padrinos debe estar detrás de cada rincón público dedicado al haber bibliográfico...'

La Biblioteca Nacional publicó hace poco un comunicado con la finalidad de advertir sobre los riesgos de un proyecto de modernización del parque Omar, entorno de las instalaciones centrales de esa institución, que merece la atención de la ciudadanía. No es común leer un llamado de tal naturaleza en un medio de comunicación, por lo que se hace necesario dar seguimiento a sus argumentos en torno al peligro que se cierne para su labor.

Las tareas que cumple un centro dedicado a conservar, procesar y poner a disposición de lectores e investigadores la obra escrita y un conjunto de materiales producidos por las mentes más ilustres, constituyen un importante esfuerzo de preservación de las huellas culturales de la humanidad. Cualquier contingencia en esta gestión, es también un motivo de preocupación sobre el futuro de dicho patrimonio.

La ocasión es propicia para que se observen no solo los sucesos que rodean a la sede central de esta casa que conserva libros, periódicos, revistas y otros soportes del quehacer intelectual; sino también lo que ocurre en este subsistema que abarca locales semejantes en todo el país. Alguien mencionaba, la situación en las provincias donde el abandono es el principal protagonista de la cotidianidad de tales servicios.

Normalmente una población estudiantil acude a las bibliotecas de pueblo o de los principales poblados en el interior del país para cumplir asignaciones académicas, trabajos que piden los educadores o tan solo para enterarse de alguna publicación o título por el solo interés de leer sus páginas y enriquecer el pensamiento. Cuánta desazón recibir la información de que no se cuenta con tal título o que el lugar esté cerrado por alguna causa.

Lo peor es que muy pocos se enteran o son conscientes del padecimiento del inmueble o de algún deterioro que puede afectar sus faenas. Pero al parecer, cualquier incidente que ocurra aquí, suele ser invisible para los ojos de una comunidad que gira en torno a otros avatares sin advertir que probablemente, la falta de atención, la disminución del haber bibliográfico, el polvo, la humedad o la soledad se ciernen sobre tal espacio.

¿De quién son estos sitios dedicados a mantener en buenas condiciones los libros y ponerlos a disposición de la gente? Algunos dirán que del Ministerio de Educación o quizá de la Alcaldía. Por lo general, debe existir un comité local que vele por la buena marcha del trabajo que aquí se cumple. En realidad, se trata de un recurso que todos tenemos para sentarnos a leer, envolvernos en la atmósfera que nos brindan las páginas y llenarnos de aventuras.

Quizá, el mantenimiento de estas funciones es el aspecto más remoto del desempeño presupuestario a escala nacional. Es extraño escuchar en un noticiero que se invierte en actualizar los locales o misión de ese subsistema. Pero también resulta casi una iniciativa quijotesca, que se organicen actividades centradas en la promoción de la literatura, de los autores o una experiencia de cuentacuentos que puedan entretener a la población.

Aunque se guardan materiales que son el producto del esfuerzo creativo de muchos; pocos alcanzan a beber de tal conocimiento. Hace mucha falta compartir recitales, escuchar representaciones teatrales, lecturas dramatizadas, conferencias, foros, exposiciones que surjan desde estos pequeños recintos y que den eficiencia al esfuerzo. Uno de los objetivos de esos locales culturales es crecer y expandir su actividad.

Un núcleo, comité o grupo de padrinos debe estar detrás de cada rincón público dedicado al haber bibliográfico con la responsabilidad de que se constituya en un atalaya del pensamiento; se arme con nuevas tecnologías en beneficio de los ciudadanos y que ellos acudan sensibilizados por el futuro enriquecedor y también por la proyección de tal legado a nuevas generaciones.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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