• 02/04/2017 03:02

El lenguaje sí importa

Así que, cuando se trata de asuntos económicos, el lenguaje sí es importante.

Como regla básica, los textos dirigidos a una audiencia general se deben escribir en un nivel 10 o menor en la escala de Flesch-Kincaid, un sistema utilizado para medir la legibilidad de un escrito. Este es el grado de dificultad de lectura que procuran los medios de comunicación y los grandes escritores que con herramientas simples del lenguaje son fácilmente entendibles.

Sin embargo, la mayoría de los documentos y artículos sobre economía y finanzas utilizan un conjunto de herramientas más esotérico y muchas veces fijan la barra para su comprensión absurdamente alta, requiriendo un nivel de lectura de 14 o más en la escala de Flesch-Kincaid. El argumento de los economistas es que la redacción de sus temas es complicada y muy difícil de simplificar. Igualmente, los físicos defenderían que el Principio de Incertidumbre de Heisemberg es imposible explicarlo en un nivel inferior de 16 en la escala anterior.

Hace más de 20 años empezamos a escribir columnas de opinión y rápidamente nos dimos cuenta de que la fuerza de un texto es directamente proporcional a la facilidad con que se lee y comprende. Con el tiempo y de cara a nuestra responsabilidad, tuvimos muchas veces que escribir sobre temas de economía y finanzas, y en más de una ocasión nos encontramos con la dificultad para trasmitir una idea. El lenguaje es asombrosamente complejo porque los conceptos mismos son enredados, con lo cual es fácil caer en el error de ocultar deliberadamente una información para hacerla así más sencilla.

Esto lo hemos aclarado a lo largo de los años, en parte porque veo claramente cuán intencional pueden ser los economistas, banqueros y financistas en su ímpetu de enredar las cosas. Cuando Greenspan trajo a colación el término ‘exuberancia irracional' no solo dio un nombre confuso a una realidad obvia sino que en el camino inventó un término complicado que luego patentó para ganar dinero... y enmarañar más las cosas. El lenguaje enigmático también permite a los banqueros ocultar las verdades de sí mismos, como cuando revisan los números de una empresa y se enfocan en sus retornos, y conscientemente consiguen información para luego voltearla a su conveniencia, ya sea con proveedores y prestamistas.

Igualmente ocurre a nivel nacional, como cuando se realizó en el 2005 el referéndum sobre la ampliación del Canal y el lenguaje fue una parte crucial de la batalla para el ‘Sí'. Los expertos de comunicación estuvieron todo el tiempo promoviendo los aspectos económicos y sociales del voto para construir un tercer juego de esclusas, una posición casi totalmente unánime y señalada con números y cifras por la Autoridad del Canal de Panamá. Sin embargo, los del lado del ‘No' nunca entendieron las sopas de letras ni el laberinto de números que se proponían.

Investigaciones posteriores al voto ‘Sí' demostraron que el mayor predictor de cómo la gente votó en el referéndum fue su nivel de educación. Cuanto más educación, más probabilidades de votar ‘Sí'; cuanto menos, más probabilidades de votar ‘No'. Algo muy parecido a lo que ocurrió en noviembre pasado en los Estados Unidos cuando Trump polarizó a los votantes a lo largo de líneas educativas. Los educados y los no educados viven cada vez más en sociedades paralelas, cada una con diferentes experiencias, filosofías, expectativas, trayectorias y lenguaje. Esto no es lo mismo que la división entre ricos y pobres, porque en una sociedad con supuestos objetivos compartidos, los pobres pueden soñar con ser ricos y a veces incluso pueden lograrlo. Ese es el sueño de todo ser humano y debiera ser el objetivo de todo Gobierno: crear las condiciones para la igualdad de oportunidades. Hoy en día, sin embargo, para los excluidos, el éxito económico parece una membresía de club, exclusiva por definición y diseño.

Sería un desastre para la democracia, si esta división está enraizada permanentemente en la información. Es cierto, la democracia requiere de un electorado informado, pero igualmente depende de un argumento para debatir. Los economistas y la élite financiera no pueden simplemente hablar entre sí como si nada ocurriera, como si la gente sin educación solo va a aceptar que no pueden seguir las grandes palabras de los académicos. Los expertos deben establecer los términos para el debate que todos puedan entender. Así que, cuando se trata de asuntos económicos, el lenguaje sí es importante.

Por si interesa y preguntan, el nivel Flesch-Kincaid de esta columna es 9.6.

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‘Hace más de 20 años empezamos a escribir columnas (...) nos dimos cuenta de que la fuerza de un texto es directamente proporcional a la facilidad con que se lee y comprende'

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