• 06/06/2017 02:00

Epitafio para un dictador

Es muy difícil olvidar a las madres, esposas, hijas, hermanas que perdieron a sus seres queridos bajo la barbarie absurda de Noriega

Es muy difícil olvidar a las madres, esposas, hijas, hermanas que perdieron a sus seres queridos bajo la barbarie absurda de Manuel Antonio Noriega; ¿cómo olvidar el vejamen y humillación de la invasión sufrida a expensas de su soberbia y obcecación al final cobarde?; ¿cómo dejar de padecer la vergüenza de haber convertido al país en una gigantesca pista aérea para el trasiego de drogas, armas y lavado de dinero?; ¿cómo justifica el haber sido parte de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, nación contra la cual la Patria istmeña libró una lucha generacional por su soberanía? ¿Qué decir de un hombre que ‘rindió el machete sin pelear' para refugiarse en las sotanas, abandonando a la tropa en su cita con la muerte?

Como abogado y como cristiano, no me congratulo de sus sentencias ni puedo alegrarme de su muerte. Algunos señalan que fue excesivo el tiempo que pasó en prisión. Sin embargo, creo firmemente que en el fiel cumplimiento de la pena, también se resguardó la institucionalidad y se quiso sin éxito, vacunar contra la impunidad. Pienso, más allá de los entretelones políticos que rodearon su cautiverio, que no fue un ensañamiento. Se trató de que las viudas y huérfanos tratasen de encontrar la paz que cerrara heridas sin buscar la ley del talión.

¿Acaso fue Noriega autor material y/o intelectual directo de todos los crímenes cometidos?, por supuesto que no. Empero y sin lugar a dudas, ha debido tener pleno conocimiento de todas y cada una de las circunstancias de los hechos ocurridos y por los cuales guardó silencio encubridor. Por eso, me sentí asqueado al escuchar en un noticiero televisivo a una de sus acólitas civiles decir, cual si fuera motivo de encomio y en tono de burla, que Noriega jamás ‘usó delación premiada'.

El perdón que Noriega pidiera no fue más que hipócrita y oportunista. Recordemos que ni aún avistado el umbral de su muerte, hubo confesión de su parte sobre ninguno de sus crímenes, no importa su grado o modo de participación. Se fue a la tumba sin la posibilidad de redimirse ante la ley de los hombres, si hubiese al menos dicho dónde encontrar los restos de los desaparecidos. Su arrogancia ignorante, propia de la Escuela de la Américas, le impidió dar ese paso contrito.

Para perdonar a Noriega, necesitábamos su confesión. Sin confesión no hay perdón y sin perdón no hay lugar a la reconciliación. Sé que las sagradas escrituras advierten que ‘... con la vara que midas serás medido...', pero yo prefiero refugiarme en el laicismo de Estado, que también los evangelios consignan cuando mandan ‘dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios...'. Al final de cuentas, burló a todos, pero hay uno que todo lo sabe y todo lo ve. ¡Buen salto Tony!

ABOGADO

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