• 31/12/2026 00:00

La paradoja panameña de la libertad de expresión

Indagar sobre las libertades de expresión y de prensa en —y desde— Panamá nos ha situado frente a un espejo. Como suele suceder, la imagen que devuelve el cristal azogado nos produce extrañamiento y hasta incomodidad. Si no acostumbramos a observarnos, muchas veces ni siquiera nos reconocemos.

Los rankings internacionales, basados en consultas hechas frugalmente desde el exterior, nos ubican lejos de los peores escenarios donde el ejercicio del periodismo puede conducir a la cárcel, al exilio o a la muerte. Sin embargo, las percepciones y las prácticas cotidianas —poco consultadas internamente—, nos devuelven un retrato ambiguo o paradójico: formalmente hay libertad, pero se encuentra contenida; constitucionalmente, la libre expresión está protegida, pero social y económicamente se encuentra condicionada.

El Estado Global de la Democracia 2025 de IDEA Internacional confirmó una tendencia alarmante: la libertad de expresión vive el peor momento del último medio siglo. Algunas democracias funcionales conservan trámites formales como las elecciones periódicas, pero las condiciones que habilitan la circulación de la prensa crítica se debilitan aceleradamente.

El informe anual de Reporteros Sin Fronteras señala al factor económico como el principal talón de Aquiles del periodismo. La mayoría de los medios, debilitados financieramente por el modelo de negocio de las plataformas, se han convertido en medios vulnerables: a la pauta oficial, a los anunciantes dominantes, a los intereses cruzados.

Los datos que arrojó el Estudio sobre las Libertades de Expresión y de Prensa en Panamá, que realizamos por solicitud del Fórum de Periodistas y con el apoyo de la Unión Europea, sugieren que vivimos en un clima opresivo de la opinión pública. La mayoría de la ciudadanía panameña siente restricciones para expresarse libremente. Más de la mitad admite haber sentido miedo de opinar. No un miedo abstracto, sino uno concreto: a sufrir represalias por ello. Miedo a quedar expuesto en un ecosistema donde la desinformación convive con la estigmatización, y donde la crítica no suele ser bien recibida.

Ese temor es la antesala de la autocensura, la forma más eficiente —y menos visible— de silenciamiento. No hace ruido y no exhibe a sus víctimas, pero empobrece el debate público, reduce a nimiedades la conversación social y normaliza el silencio, cuando no el disimulo.

Nuestro estudio revela otro dato inquietante: Siete de cada diez personas consideran que los medios panameños no son plenamente independientes del poder político y económico. Esta percepción no surge de la nada. Dueños de medios y directores de noticias señalaron los efectos perniciosos que ocasiona la falta de transparencia en el otorgamiento de la pauta oficial, la falta de acceso a la información pública, y el uso de la vía judicial para penalizar la opinión. A estos males, docentes de periodismo sumaron la falta de vigor gremial y la ausencia de audiencias críticas; periodistas en ejercicio, por su lado, apuntaron las campañas de desprestigio de la que son víctimas y la precariedad laboral.

La paradoja panameña podría describirse con las palabras del poeta Rafael Cadenas: tenemos medios de comunicación que vencen, pero que a menudo no convencen; instituciones que garantizan derechos, pero ciudadanos que no se sienten protegidos al ejercerlos; indicadores internacionales aceptables, pero una experiencia cotidiana de restricciones.

IDEA Internacional ha advertido que la libertad de expresión es uno de los primeros derechos que se vulneran cuando las democracias entran en fase de desgaste. No porque sea menos importante, sino porque la censura y la autocensura son la puerta de paso para la entronización del autoritarismo. Las libertades de expresión y de prensa no se adelgazan de golpe: se van desgastando y condicionando. Se ceden imperceptiblemente.

En Panamá no estamos transitando una crisis abierta, pero sí es posible advertir algunos síntomas acallados. Y las crisis silenciosas son, a largo plazo, las más difíciles de revertir porque, precisamente, de ellas no se habla. Hace falta dialogar abiertamente sobre este asunto. No solo cuando —o porque— un medio o periodista aparece vinculado a un escándalo y es fácil hacer leña del árbol caído. Recordemos que un tronco seco, convenientemente atizado, puede generar un incendio que capaz de devastar el bosque entero.

Para defender la libertad de expresión no basta con denunciar la censura explícita. Es menester fortalecer la sostenibilidad económica de la prensa y del periodismo, transparentar la relación entre los medios y el poder político, dignificar la profesión periodística, proteger a quienes informan, y reconstruir la confianza ciudadana en la palabra pública con base en la educación mediática como herramienta de resiliencia democrática.

La libertad de expresión es un músculo democrático. Si no se ejercita, pierde firmeza. Panamá está a tiempo de cerrar la fisura entre la promesa democrática y su vivencia. Para ello es menester que se atreva a mirarse en el espejo. Sin complacencias. En el CIEPS nos sentimos honrados por la confianza que recibimos del Fórum de Periodistas para dar ese primer paso.

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