• 30/01/2018 01:02

Criticar la corrupción es fácil

‘[...] los panameños siempre guardamos la esperanza de que alguien va a venir al rescate en algún momento, a pesar de todas las penurias, ya sea en esta o en la otra vida [...]'

Una de las retóricas más comunes en este pequeño país —aunque es igual para otros puntos del globo— es la clásica condena de la corrupción, ¿pero quién en su sano juicio podría estar a favor de la misma?

La razón de ello es porque se trata de algo condenable por la mayoría de los ciudadanos y todos —creo yo— conocemos cuáles son sus efectos negativos sobre nuestra sociedad. Precisamente porque hay una condena mayoritaria respecto a este problema, es necesario resaltar que no representa un acto de valor o de osadía condenar la corruptela de Juan Carlos Varela, Ricardo Martinelli u otros políticos, por el contrario, es muy fácil.

Es distinto destapar un caso de corrupción en el que uno de estos nombres se vea involucrado a través de una ardua investigación, esto merece nuestro reconocimiento y apreciación, más no deberían valorarse en la misma medida las palabras de aquellas figuras con aspiraciones mesiánicas que salen a esgrimir argumentos en contra de algo indefendible y para lo cual no se requiere de ningún compromiso, de hecho estos sujetos no están muy lejos de aquellos que te venden pócimas y ungüentos que te ayudarán en el amor o a ganar más dinero.

Un acto valiente solo puede ser tal si ante él existe un peligro genuino, es decir, necesita de la adversidad. Pero pareciera que todo se reduce a la cuestión de luchar contra la corrupción, ¡curiosamente ahora que entramos en un año electoral! Son estos los momentos en los que surgen del pantano individuos con aires de grandeza para decirle al país que rumbo tomar.

Ellos son ‘duros críticos' de las políticas del Gobierno en el poder, una condena que requiere utilizar el equivalente de neuronas necesarias para hacer un retuit. Y si fuese cierto que lo apremiante es la lucha contra la corrupción, si esta es la adversidad de nuestros tiempos, hace falta algo más que expulsar palabrería vana como ‘¡Varela corrupto!'.

Quizás se pueda empezar por plantear ¿cuáles son las políticas que deben aplicarse para dar un giro a este flagelo que afecta al país? Si para ello no hay una respuesta o al menos una guía, sería mejor ignorar a quienes no tienen nada que ofrecer y que solo buscan ganar fama. Tampoco es suficiente con soltar remedios simplones como: más educación, salud pública, constituyente, etc.

A pesar de todo lo escrito hasta ahora, puedo entender por qué hay quienes se sienten atraídos por esos sofistas y sus remedios. Hay un amigo que me dijo que el panameño se parece a una mujer que ha sido objeto de abusos; sin embargo, cada cinco años un nuevo abusador la convence de que él la ayudará y la sacará de su miseria.

Si este examen es acertado, los panameños siempre guardamos la esperanza de que alguien va a venir al rescate en algún momento, a pesar de todas las penurias, ya sea en esta o en la otra vida (estamos ante una sociedad muy creyente). No se trata necesariamente de una mentalidad particular de los panameños, pero parece encajar.

El pueblo vuelve a caer en los mismos charcos, a pesar de que le siguen vomitando la ilusión de que su voto tiene algún poder para definir el destino de la sociedad entera. Se trata de una ilusión muy cruel, y aún así, es muy efectiva y convincente. Siendo este el panorama, lo mejor sería apartarse de estos abusadores enmascarados que tratan de encantarnos con flores, chocolates y perfumes, siendo estos los mismos que han detentado el poder desde el fin del régimen militar.

Mas no ocurrirá, pues la ilusión es más potente, la cual se vale de recursos como la religión y es lo suficientemente buena para convencer a los más escépticos. Incluso no votar está contemplado dentro del aparato ilusorio, de esto nadie se salva.

Vamos, hay que ser un poco dialécticos, si resulta que no hay una antítesis que pueda hacerle frente al aparato ilusorio, caemos en el temido universo de Immanuel Kant, en donde todas nuestras decisiones ya no nos pertenecen ni son actos de nuestra voluntad, pues ya fueron determinadas desde fuerzas externas que no controlamos (al menos en lo que se refiere a las elecciones).

Antítesis, contradicción o como le quiera llamar, ¿cuál es la de nuestro tiempo?, aquella que nos permita encaminarnos a ser dueños de la pluma que escribe nuestra historia. Yo no lo sé, y considero que no es algo que va a saltar a la vista cuando nos convenga (en estas elecciones pues), porque para ello hace falta un auténtico compromiso e incluso, una cierta mística.

Mientras tanto, supongo que habrá que aguantarse otros cinco años más de corruptela, porque no hay que ser Nostradamus para predecir que eso vendrá, acá no hay Mujicas.

FILÓSOFO

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