• 01/04/2018 03:02

El poder de la humildad

Si la humildad era lo suficientemente buena para Jesús, ¿por qué no para el resto de nosotros?'

En el día de hoy los cristianos celebramos la Pascua de Resurrección y una pregunta clave que deberíamos plantear es qué contribución constructiva podemos hacer a la vida pública del país. Cualquiera que admire los principios espirituales de nuestra religión respondería simplemente: humildad.

Y esa es una respuesta perfectamente razonable. Desafortunadamente, la humildad es una virtud cristiana olvidada, especialmente (pero de ninguna manera exclusivamente) entre los cristianos que participan de manera prominente en la política y en la vida pública. Ahí vemos a menudo la arrogancia, la altanería y el orgullo, que no es solo producto del ‘pecado original' sino de la más antitética de un espíritu piadoso. La Resurrección que hoy celebramos fue posible solo por un acto de humildad insuperable. Jesús ‘se vació a sí mismo' y tomando la forma de un siervo, se humilló a sí mismo al hacerse obediente hasta el punto de la muerte, incluso la muerte en una cruz.

Vale entonces el argumento del porqué la humildad no es una virtud cristiana esencial nada más, sino un elemento cívico fundamental. Mi propia comprensión de la humildad está inextricablemente ligada a la recuperación de una enfermedad incurable. Pienso que los seres humanos debemos primero caer en cuenta de nuestros propios defectos y cuán manchados son nuestros motivos egoístas, para poder siquiera entender el alcance y sentido de la humildad. Esto no es un ejercicio de autoflagelación sino una reflexión sobre la importancia de la autocrítica para ordenar nuestras vidas. Como resultado, una de las cualidades definitorias del testimonio de un cristiano ante el mundo debería ser la gentileza y la empatía. La marca de la humildad genuina no es la humillación tanto como el olvido de sí mismo, que a su vez nos permite tener un intenso interés en las vidas de los demás.

Pero eso no es todo. La humildad epistemológica también debería caracterizar a los cristianos. El mundo es insondablemente complejo y pensar que lo hemos dominado en todos sus aspectos políticos, filosóficos y económicos es sinónimo de ridículo. Esto no significa que debemos vivir en un estado de incertidumbre perpetua, sino que estemos conscientes de que lo que sabemos es, en el mejor de los casos, incompleto y escaso. La humildad es un signo de confianza en uno mismo que ayuda a mejorar y cambiar nuestros puntos de vista en función de nueva información y nuevas circunstancias. Algo necesario si nuestro objetivo es lograr una mayor comprensión de la verdad en lugar de confirmar lo que ya creemos. La certeza de saberlo todo es el peor defecto de un ser humano, ya que si creemos que tenemos todas las respuestas, no tiene sentido buscar más información o esforzarnos por comprender los valores y las suposiciones de aquellos con los que no estamos de acuerdo. En ese sentido, la humildad ayudaría enormemente a resolver la crisis institucional que existe en Panamá entre los tres Órganos del Estado para que ninguno piense que tiene todas las respuestas ni se sienta con total autoridad por encima de los demás.

La humildad supone que existe sabiduría colectiva y que estamos mejor si tenemos dentro de nuestra órbita a personas que ven el mundo de una manera diferente a como lo hacemos nosotros. ‘Como el hierro se afila con hierro', dice el libro de Proverbios, ‘así una persona agudiza a otra'. Pero esto requiere que nos comprometamos y escuchemos con atención a las personas que entienden las cosas de forma distinta a como lo hacemos. Significa que debemos aventurarnos a salir de nuestros callejones políticos, científicos y filosóficos de vez en cuando.

Un amigo recientemente nos dijo que la humildad, una virtud que admitió reconocer solo después de haber tocado el fondo de las drogas, es esquiva y un objetivo perpetuo casi siempre un poco fuera de nuestro alcance: ‘Cuanto más sabios nos volvemos, más vemos cuánto no sabemos y cuánto necesitamos que otros nos ayuden a comprender'. El más grande de ustedes será un siervo, dijo Jesús, y el que se humilla será enaltecido. Para las personas de la fe cristiana, nadie se humilló más ni fue exaltado tanto como el mismo Jesús. La cruz hizo posible la Resurrección y la humildad preparó el camino para la esperanza. Con lo cual, ahora replanteamos la pregunta inicial: si la humildad era lo suficientemente buena para Jesús, ¿por qué no para el resto de nosotros?

¡Felices Pascuas de Resurrección!

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