• 25/04/2018 02:03

Barbara Bush, una señora primera dama

A sus 92 años falleció quien fuera la segunda mujer en toda la historia de su país que fue esposa y madre de dos presidentes.

A sus 92 años falleció quien fuera la segunda mujer en toda la historia de su país que fue esposa y madre de dos presidentes. El fallecimiento de Barbara Bush, no inesperado dada su debilitada salud, causó gran tristeza dentro y fuera de su país, dando lugar a manifestaciones de pesar y admiración en todos los ámbitos del espectro político de ese país. La recordamos con cariño cuando realizó una brevísima visita a nuestro país, acompañando a su esposo invitado por el presidente Endara en 1993, y mostrando interés en conocer algunas obras sociales desarrolladas en Panamá.

En ocasión del doloroso hecho se han comentado aspectos de su vida que ilustran su carácter balanceado y lo que ella consideró su más importante papel como mujer, esposa, madre y persona, dentro y fuera de la Casa Blanca. Algunas anécdotas ilustran rasgos de su personalidad.

De familia muy acomodada, decidió renunciar a su carrera universitaria para contraer matrimonio, a los 19 años, con quien fue su esposo por 73 años y posterior presidente de su país. Siendo primera dama fue invitada a pronunciar el discurso de fondo en la graduación de una exclusiva universidad de mujeres; fue recibida con manifestaciones de reproche porque su notoriedad era lograda por los méritos de su esposo, no por los suyos. En su discurso comentó a las graduadas que las oportunidades que se les presentarían en la vida serían complejas y múltiples, pero algo no cambiaría: ‘Para padres y madres… sus hijos deben ser lo primero. Deben leerles a sus hijos, deben abrazar a sus hijos, deben amar a sus hijos. Vuestro éxito en familia, nuestro éxito como sociedad, depende, no de lo que suceda en la Casa Blanca, sino de lo que suceda dentro de nuestros hogares... Puede que al final de sus vidas no lleguen a arrepentirse de no haber ganado un caso o concluido un contrato... pero de lo que sí se arrepentirán será de no haber dedicado tiempo a su esposo, a un hijo, a un amigo o a un padre'. Estruendosos aplausos...

Mostrando admirable seguridad, se mofaba de sí misma con una franqueza que aumentaba su popularidad; decía que no se teñiría el cabello, que no cambiaría su guardarropa, que no perdería peso y que las cartas que recibía le indicaban que ‘muchas damas gordas, canosas y con arrugas estaban felices' porque ella había llegado a la Casa Blanca. Sus collares de perlas falsas, que usaba constantemente en lugar de perlas genuinas, se hicieron famosos y sentaron la moda.

Como primera dama utilizó su papel para promover la alfabetización y la defensa de derechos civiles. Creó fundaciones para recaudar fondos para apoyar bibliotecas y promover la alfabetización de familias; apoyó causas benéficas y lideró voluntariados en hospitales y asilos; fue de las primeras en visitar y abrazar niños infectados con VIH, logrando centrar la atención en esa enfermedad entonces desconocida y misteriosa. Apoyó a minorías como negros y gais cuando rehusó registrarse en un hotel que negó hospedaje al conductor de raza negra que la acompañaba en un largo viaje terrestre, o cuando felicitó a la alcaldesa gay de Houston elogiándola porque merecía ser una ‘Bush' por su excelente desempeño...

Confesó que, aunque no se inmiscuía en asuntos de su esposo en aspectos de Gobierno, no dudaba en expresarle sus puntos de vista: ‘Si después de tantos años de matrimonio no tienes influencia, estás en grave problema...'.

Fue valiosa, astuta y decidida aliada en las campañas políticas de su esposo y de su hijo. Fue matriarca admirada de una dinastía política. Su legado es múltiple.

EXDIPUTADA

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