• 20/06/2018 02:00

Un violonchelo en la biblioteca

El violonchelo, llamado popularmente chelo, es un instrumento muy especial para la música orquestal.

El violonchelo, llamado popularmente chelo, es un instrumento muy especial para la música orquestal. Es más grande que un violín, a cuya familia pertenece; más bien que una viola y menor que el contrabajo. El registro de su sonido está entre ambos y el ejecutante debe sentarse en una silla, sostenerlo entre las piernas y aplicar una especie de fijador (conocido como pigot) sobre el suelo para que extienda sus notas en el recinto.

Es un elemento central en la sección de cuerdas de cualquier conjunto. También es adecuado para acompañar a otros, como el piano e históricamente el clavecín. Precisamente, en el contexto del Festival Internacional de Música Alfredo De Saint Malo, se presentó en la Biblioteca Nacional al chelista francés Sebastien Hurtaud con la compañía al piano de Ricardo Noriega.

Fue un concierto íntimo por la cantidad de público en la tarde de sábado. El artista expuso un variado programa que incluyó composiciones de Gabriel Fauré, Claude Debussy, José Elizondo, Buxton Orr. Sergei Prokofiev y un bis de Pablo Casals. El repertorio contó de sonatas, piezas como Soirés intimes (veladas íntimas), danzas latinoamericanas y una fantasía a Carmen.

Hurtaud nació en La Rochelle, Francia y pertenece a una familia de artistas desde sus ancestros. Estudió en la Escuela de Música de su ciudad y allí se especializó en el instrumento de cuerdas que ejecuta. Se graduó con honores y se involucró muy pronto al Schola Cantorum de París, donde obtuvo el título de concertista. Con posterioridad, se integró al Conservatorio Nacional para alcanzar la maestría en chelo y música de cámara.

En su desarrollo melódico se aprecia sus capacidades para exponer en profundidad las claves porque tiene la virtud de mantener el chelo con sus manifestaciones tan disímiles, que le llevan a parecer que estamos ante un violín; pero según el esquema o estructura de la obra puede irse a los tonos más bajos sin mayor complicación y mantener la calidad sonora y rítmica, como en el trabajo de Fauré que incluye romances, sicilianas y elegías.

Este virtuosismo se alcanza gracias a una amplia formación y el aprendizaje con maestros como la rusa Karine Georgian o el pedagogo Michael Strauss, luego de experiencias en diversos centros superiores y orquestas en varios países europeos, Nueva Zelanda y también en su estadía en la ciudad de Dallas, Estados Unidos de América donde intervino con importantes grupos e instructores.

En esta ocasión, ofreció a dos clásicos, Debussy y Prokofiev, cuyas sonatas le permitieron recorrer intensos momentos de complicada elaboración. El primero de ellos, se propuso componer seis dedicadas a músicos del siglo XVIII; pero su muerte le impidió completar el proyecto y tan solo produjo tres de ellas. Esta, la primera es corta y tiene tres movimientos, Prólogo, serenata y final.

En el caso de Prokofiev, la sonata fue compuesta justo en 1949, cuando coincidió con el genio Rostropovich, a quien apreció en una audición y se sentía maravillado. Esta sonata, dedicada a él, tiene tres movimientos.

Al final, Hurtaud sirvió de sobremesa a Pablo Casals, de quien tocó El canto de los pájaros, antigua canción catalana que alude a la paz, e interpretada por su autor en la sede de Naciones Unidas. Esta melodía tiene un final casi imperceptible, que el ejecutante expuso con sobriedad impresionante y logró recoger el sentido musical de su referente en que combina un agudo y variado sonido para que la audiencia reflexione sobre esos valores humanos.

El amplio trabajo premiado, se refleja en la delicadeza musical que brinda el chelista Hurtaud, quien se basa en una mezcla de autores clásicos y modernos para la armoniosa actuación en torno al chelo y sus vibrantes cuerdas que expresan un arte trascendente.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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