• 21/09/2018 02:00

Del ‘apple pie' al ‘siu mai'

Esta imposición puede darse a través de la transmisión de su cultura como medio de penetración

Escucho y leo con ironía protestas y reclamos en torno a la intención de erigir la Embajada de China en una zona adyacente al Canal. Son, en algunos casos las mismas voces que jamás he escuchado decir nada del sangriento intervencionismo estadounidense en nuestro país ni sobre la presencia de la Embajada estadounidense en Clayton. Todo imperialismo es una conducta y doctrina global, que busca expandir su dominio sobre otros y con ello imponer sus medios de producción y generación de riquezas.

Esta imposición puede darse a través de la transmisión de su cultura como medio de penetración, la coerción por asfixia o manipulación económica y finalmente por la fuerza bruta. La historia da cuenta de su existencia desde tiempo inmemorial. Los mongoles, los persas, los griegos, los romanos, los turcos, los británicos y el más joven de todos y aún vigente, Estados Unidos.

Los imperios surgen por necesidad. El Estado se hace imperialista cuando llega a un grado de desarrollo interno de tal magnitud que, si no exporta esa riqueza, se ahogaría en la concentración del capital generado. Del mismo modo, ese desarrollo genera necesidades y demanda recursos naturales de todo tipo, que ya no pueden obtenerse a lo interno de sus fronteras. Así como en la era moderna se dio la llamada Revolución Industrial, percutor que hizo estallar la aparición del Estado capitalista moderno y del consiguiente imperialismo, del mismo modo la era digital nos trae una nueva forma de dominación a partir del llamado ‘Socialismo con Economía de Mercado', de la República Popular China.

A diferencia de los norteamericanos, cuya persuasión no dudó en el uso de ‘las cañoneras' y del ‘gran garrote', los asiáticos desarrollaron este nuevo imperio de una manera discreta, siendo constantes y eficaces a través del tiempo. Convertidos en la fábrica del mundo, su poder económico se hizo tan vasto, que hoy China es uno de los máximos tenedores de bonos del tesoro de EUA. Como todo imperio, tienen necesidades y buscarán la forma de saciarlas.

A los panameños se nos repite la historia de hace 116 años. En su momento los gringos necesitaban un canal para sus fines expansionistas y encontraron a una clase política panameña oportunista y deseosa de resolver sus intereses económicos, más allá de los legítimos anhelos independentistas istmeños. Hoy esa clase política oligárquica y pusilánime, encuentra en China la ocasión para satisfacer sus propias necesidades de negocios y seguridades personales (China no tiene extradición), bajo el discurso válido sin duda, de atender el interés de Panamá. ¡Cuento!

Volviendo a mis primeras líneas, percibo hipócritas las voces que por una embajada abanican nacionalismo. La discusión no es si debemos ser leales al Tío Sam. El Tío Chan está aquí hace mucho tiempo. Los panameños debemos ser conscientes de que se trata de una disputa entre dos potencias, una en franca decadencia y otra emergente. Cada una en su beneficio mira a Panamá, su posición geográfica y el Canal, como un asunto prioritario de sobrevivencia. Esto se manifiesta en las acciones absurdas e insensatas del presidente Trump, al llamar ‘a consultas' a sus diplomáticos como protesta y modo de presión, ante la ruptura con Taiwán y la apertura de relaciones diplomáticas con el gigante asiático.

¿Acaso olvidan que fueron ellos mismos los que impulsaron la expulsión de Taiwán de la ONU en los años 70? Esta desesperación norteamericana se irá incrementado en la medida en que los chinos sigan aumentando su presencia e influencia en la región. Lo peligroso, es la existencia del nefasto Tratado de Neutralidad del Canal, ese que le da potestad a los del norte a intervenir militarmente en nuestro país, a su criterio y antojo, incluso a tomar control del propio Canal. No es casual que China, país miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, no es signatario del Pacto de Neutralidad y con justificada razón. La relación con China es necesaria y conveniente, pero debe darse tomando en cuenta nuestras capacidades y limitaciones. De no tener cuidado, corremos el peligro de desaparecer en medio del apetito de dos colosos. Lo que se impone es la creación de nuestra propia alternativa de desarrollo. Todo es cuestión de equilibrio, coraje, inteligencia y genuino interés nacional. No debemos caer en los embriagadores azúcares del ‘apple pie', como tampoco en los ácidos úricos del sabroso ‘siu mai'.

¡Denme mejor un rico sancocho!

Es lo que pienso, es lo que creo.

ABOGADO

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