• 19/12/2018 01:00

La rebelión popular en la Francia de Macron

Varios amigos me han preguntado, creyendo que soy el experto sobre Francia en Panamá —apreciación muy exagerada—, qué sucede en verdad en ese país

Varios amigos me han preguntado, creyendo que soy el experto sobre Francia en Panamá —apreciación muy exagerada—, qué sucede en verdad en ese país con la rebelión de los chalecos amarillos. Las noticias allende el ancho Atlántico parecen confusas. La realidad lo es aún más. Hay que comenzar por decir que la base política del presidente Macron, más bien reformador centrista, es minoritaria, 24 % de electores en la primera vuelta, mientras que las extremas, derecha e izquierda, sumaron 41 %, casi iguales cada una. La derecha tradicional alcanzó el 20 %, al perder en 2017 por la deshonestidad e insistencia arrogante de su candidato Fillon, cuando unos meses atrás parecía ganador.

Se ignora a menudo que Francia es un país marcadamente conservador. Quiere conservar su costoso Estado del bienestar sin reformarse para lograr más recursos, al adaptarse con mayor éxito al cambiante mundo de la economía internacional. Quiere conservar su frondosa burocracia sin elevar impuestos. Quiere aumentar el empleo sin promover de manera efectiva la actividad empresarial. Quiere atraer capitales extranjeros y visitantes sin disminuir el deporte nacional, la huelga recurrente de sus sindicatos.

Francia tiene un real problema económico desde hace tiempo: crecimiento lento (cerca del 2 %), desempleo elevado (alrededor del 9 %) y estancamiento del ingreso de la mayoritaria clase media. Se añade una enorme deuda pública casi del tamaño del PIB. La pobre excusa que han encontrado los últimos dos Gobiernos, de derecha e izquierda, para explicar esa mediocre situación sin atacar los males de fondo es la evasión tributaria —de los más ricos naturalmente—, gracias a los paraísos fiscales, el panameño en primer lugar, aunque esos paraísos estuvieran más bien en Europa, a las puertas de su país. Era fácil para ellos achacarles a pequeños Estados, situados a miles de kilómetros, sus propias carencias y su escasa valentía política.

Emmanuel Macron ganó en 2017 la segunda vuelta electoral con el 66 % de los votos, porque su contrincante, Marine Le Pen, representaba la extrema derecha aborrecida por la mayoría. Como es tradicional, el electorado luego otorgó al vencedor Macron el control de la Asamblea Nacional. Con esas armas para gobernar, el joven y brillante presidente trató de reformar un país reacio al cambio. Adoptó, entre otras medidas contundentes, un impuesto a los carburantes y así cumplía con un programa contra el cambio climático establecido por su predecesor socialista Hollande. Fue la gota que derramó el vaso del descontento popular acumulado de una población insatisfecha desde hacía décadas. Aunque parecía espontánea, era anónima y no tenía líderes visibles, la rebelión contó desde el principio con el aplauso de los adversarios extremistas de derecha, la populista antieuropea Le Pen, y de izquierda, Mélenchon, líder de la versión francesa del Podemos español. Se alimentó además del sentimiento revolucionario y anarquista que existe en Francia desde hace más de dos siglos.

Las redes sociales fueron el principal instrumento de la rebelión que convocaba a millares de franceses a bloquear el transporte en muchos lugares del país y manifestaciones públicas, algunas violentas, hasta en el centro de París. ¿Quiénes manipulan las redes sociales? Sobre todo los que tienen la capacidad tecnológica y los medios para pagarla. ¿Quiénes son los beneficiarios de toda esta conmoción, à qui profite le crime , dirían los franceses? La oposición política creía que podía ganar electorado y lograr unas elecciones legislativas anticipadas en las que suponía vencer. Los activistas antisistema y el pueblo más rural y menos adaptado a la globalización creían que lograrían revertir lo inevitable. Finalmente, la clase política entera es rechazada por el movimiento y, a pesar de sus concesiones, Macron no convence a la mayoría. Pero también hay un componente internacional que no se puede ignorar.

La rebelión de los chalecos amarillos, que ya ha perdido mucha fuerza, tiene consecuencias: frenar la necesaria reforma de Francia, agudizar la situación económica del país y debilitar a la principal potencia geopolítica de la región y, en consecuencia, a la Unión Europea. Tiene perdedores, los franceses en su mayoría que verán una economía más afectada y algunos grandes ganadores: la Rusia imperial de Putin y la América populista de Trump; más pequeña, la Turquía autocrática y más islamizada de Erdogan. Todos tratan de debilitar a la Unión Europea y a Francia, el único líder que le queda en la geopolítica mundial después de la salida del Reino Unido a causa del brexit , también apoyado por los populistas y antieuropeos. Francia ocupa un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU y tiene un poderoso ejército y una gran marina, con armamento nuclear. Junto con Alemania, dotada de su pujante motor económico, debía compartir el liderazgo de la evolución de una Europa unida y fuerte, lo que molesta a sus adversarios.

GEÓGRAFO, HISTORIADOR Y DIPLOMÁTICO.

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