• 22/12/2018 01:01

La escasez como política pública

‘Lo más triste es que quienes resultan más perjudicados por las políticas de escasez son [...] los ciudadanos de menos ingresos [...]'

Si en materia económica usted tuviese que elegir entre abundancia o escasez, ¿cuál de las dos elegiría? Quizás le parezca absurda la pregunta. Después de todo, ¿quién elegiría escasez si le ofreciesen abundancia? Pero algunas de nuestras políticas económicas están diseñadas precisamente para garantizar escasez.

Cuando algún productor de rubros protegidos frente a la competencia se queja de que el mercado está siendo inundado con productos extranjeros muy baratos, está objetando la abundancia y clamando por escasez. La política de protección de ciertos rubros del agro, consistente en establecer altos aranceles y otras barreras que buscan inhibir la importación de productos del extranjero que son mejores y/o más baratos que los producidos aquí, es una política pública que promueve la escasez.

La ilusión está en un entendimiento imperfecto del intercambio económico. Si analizamos nuestro propio interés como individuos, nos damos cuenta de una aparente contradicción: como productores nos interesa que los precios sean altos, y por tanto, que haya escasez; como consumidores, en cambio, queremos que los precios sean bajos, lo cual implica que haya abundancia de bienes. ¿Cuál de estos dos es entonces el verdadero interés de la sociedad como conjunto?

El economista francés del Siglo XIX Frederic Bastiat llamó a esto el fenómeno de lo que se ve y lo que no se ve. Cuando somos productores, vemos el beneficio concreto de los precios altos para los bienes y servicios de los productores —y el consecuente aumento en ingreso— que resulta de una política económica proteccionista que asegura escasez de lo que producimos y por tanto nos garantiza unas rentas artificialmente elevadas.

Lo que no vemos es la riqueza destruida en el proceso, y no la vemos precisamente porque nunca surgió. Se la mató antes de nacer. Ante la objeción: ¿pero qué sería de los productores de maíz si se permitiera la importación de maíz barato del extranjero?, lo que no vemos es la pérdida de riqueza que sufren los porcinocultores, por ejemplo, debido a que al tener aumentados los costos de sus insumos precisamente por la protección del maíz, ellos sufren a su vez una pérdida de competitividad. Quizás —total especulación de mi parte— los porcinocultores pudiesen competir mejor en otros mercados si no fuera por esto, además del beneficio para el consumidor de tener acceso a maíz y cerdo más barato y de mejor calidad. En otras palabras, las barreras a la importación se constituyen en barreras a la exportación, pues inhiben el desarrollo de sectores o actividades —incluso dentro del propio sector primario— que se desarrollarían creando valor agregado, y que no se desarrollan por la protección a los poco productivos. Toda barrera al comercio inhibe la división del trabajo. Esta es la razón por la que los salarios en el sector agro en Panamá son paupérrimos.

Eso que no vemos, es decir, la riqueza que fue destruida porque nunca se permitió su creación, es más importante que lo que vemos, pero precisamente como no la vemos no duele tanto. He allí el porqué es tan popular y arraigada la falacia de la ventana rota (también magistralmente expuesta por Bastiat), que en esencia consiste en la idea de que las políticas que aumentan el trabajo requerido para obtener una determinada cantidad de riqueza, son en sí creadoras de riqueza, cuando en realidad es la disminución continua del trabajo requerido para lograr algo, lo que nos hace a todos más ricos.

La sociedad se beneficia en la medida en que aumenta la cantidad de cosas que obtenemos de cada unidad de trabajo, precisamente lo contrario a lo que promueven nuestras políticas de protección al agro. Por absurdo que resulte, ocurre que toda política económica proteccionista de algún sector trabaja sobre la premisa de que la pérdida de productividad es buena para la sociedad. No es sorpresa que los sectores de la economía de Panamá que más estancados están —o más bien en franco retroceso— son precisamente aquellos que están fuertemente protegidos, en tanto que crecen y prosperan aquellos donde hay genuina libre competencia y apertura.

Lo más triste es que quienes resultan más perjudicados por las políticas de escasez son precisamente los ciudadanos de menos ingresos, cuyo gasto en alimentación es proporcionalmente más alto. Uno puede pedir más y mejor comida a mejores precios, o puede pedir protección al agro. Elija uno.

ABOGADO

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