• 08/01/2019 01:01

La magia creativa de Miguel Ángel

El enorme fresco del Juicio Final, donde el Dios de Justicia, representado imberbe, joven y desnudo

La magia del nombre de Miguel Ángel se llena con su genialidad después de contemplar la exhibición recientemente inaugurada en Panamá de 34 réplicas fotográficas de sus famosas pinturas al fresco que adornan la Capilla Sixtina del Palacio Vaticano, los de la bóveda (1508-1512) y los de la pared del altar mayor (1533-1541).

Esa deslumbrante creación genial miguelangelesca, nos da visualmente una marea de cuerpos bellamente contorsionados, desnudos y trascendentes con múltiples figuras de seres humanos divinizados, rigurosamente naturalistas, para expresar su preocupación divina, pero con tal veracidad que nos hace sentir nuestra propia religiosidad.

La inmensa masa humana que compone esta narrativa bíblica destaca, con profundo dramatismo, la musculatura y estructura anatómica de mujeres y hombres desnudos o semidesnudos, dibujados en complicados movimientos con absoluta precisión, revelando la vocación escultórica de Miguel Ángel.

Por ende, estas figuras gigantescas tienen mucho de escultura, forman bloques escultóricos, con la simplicidad, claridad y grandiosidad típicas del estilo pictórico cinquecentista del alto renacimiento al que pertenecen.

En este caso, el arte de componer miguelangelesco, con su énfasis en la depuración de lo secundario, no incluye paisajes, salvo el árbol de la sabiduría en la escena del pecado original y de un terreno rocoso con un bote sobre el río Estix en el fresco del Juicio Final. La belleza del cuerpo humano triunfa sobre detalles panorámicos en estas obras de la capilla.

Los de la bóveda comprenden nueve escenas del Génesis en cuadros alternados mayores y menores, separados por estructuras arquitectónicas pintadas con la técnica de ‘trompe l'oeil' para simular paneles triangulares o arcos transversales apoyados en pilastras y capiteles. Sentados sobre estos últimos, Miguel Ángel dispone una veintena de jóvenes atléticos desnudos, los ignudi, que sostienen grandes medallones de bronce. Debajo de estos pintó diez figuras monumentales de los profetas y las sibilas que enmarcan la bóveda.

En esta, de los nueve cuadros del Génesis, quizás el más famoso es el de la creación de Adán, donde el Creador, radiante de fuerza y poder, sostenido por sus ángeles, le infunde vida, señalándolo dramáticamente con un brazo extendido, hasta casi tocar con su divino dedo el dedo y brazo, también extendido, de este primer hombre. Es una imagen de raíz profunda, que la hace universal por ser de difusión verdadera y auténtica perennidad.

El enorme fresco del Juicio Final, donde el Dios de Justicia, representado imberbe, joven y desnudo, más como un Apolo que Cristo Redentor, con dramatismo apocalíptico, es el eje de ese torbellino humano que lo circunda en un vórtice, ascendente para los escogidos y de hundimiento para los condenados.

Su composición claustrofóbica, apiñada con cuerpos dantescos, pero con una plenitud de colores cambiantes, revela una Virgen María atemorizada, santos y apóstoles ignorados por su Redentor y hasta la cara del propio Miguel Ángel, quizás atormentado por sus propios pecados.

Esta exhibición nos lleva a reflexionar sobre nuestra relación con el arte y nos invita a mirarla interpretativamente para descubrir lo recóndito de su significado.

EXDIPLOMÁTICO

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