• 10/06/2019 02:00

A la orilla de un manglar

‘Sabemos que los manglares son flora protegida, pero, [...], valdría la pena que se discutiese entre ambientalistas e historiadores si debe prevalecer el derecho a la hermosa vista desde el mar o si la vieja urbe ya no merece estar a la orilla del mar, sino del voraz manglar'

Cuando los españoles llegaron a un pequeño villorrio indígena cuya parte central estaba ocupada por algunos bohíos, quedaron maravillados por la abundancia de sardinas y pequeñas y deliciosas almejas que los habitantes del lugar pescaban y recogían en la playa de blancas arenas.

De esa provisión de alimentos marinos, surgió el nombre de Panamá, donde el gobernador Pedro Arias Dávila, mejor conocido como Pedrarias, fundó, el 15 de agosto de 1519, la primera ciudad ubicada a orillas del océano Pacífico, descubierto por Vasco Núñez de Balboa en 1513.

Mi padre, nacido en 1891, quien habitaba en el casco viejo de la nueva ciudad fundada en 1673, dos años después del incendio provocado durante los ataques del pirata Henry Morgan, iba de excursión con sus amigos a visitar las ruinas llenas de hiedra de la solitaria ciudad vetusta y disfrutaban de la playa y del baño en el mar. Me contaba mi progenitor que con la construcción de la calzada de Amador, que unió por vía terrestre las islas de Naos, Perico y Flamenco en 1914, poco a poco el flujo alterado de las mareas, debido a esa carretera, fue depositando en las orillas de Panamá la Vieja, durante muchos decenios, la lama fangosa en la que cayeron con el peso de su impedimenta varios paracaidistas norteamericanos durante la injusta e ilegal invasión de diciembre de 1989 que violó normas claras del derecho internacional.

A partir de su fundación y posterior desarrollo, desde el recinto de la vieja ciudad se podía contemplar el hermoso panorama de las islas antes mencionadas e incluso el de Taboga y Taboguilla. Sin embargo, en los años 2003 y 2004, comenzó a formarse un manglar ancho y alto que en tres lustros ha cubierto toda la orilla de Panamá Viejo. Nos preocupa el fomento del turismo, pero los pasajeros que vienen del aeropuerto internacional de Tocumen hacia la ciudad de Panamá, transitan por el Corredor Sur y, en lugar de la vista de las ruinas, pueden contemplar un enorme manglar lleno en su parte inferior de una enorme cantidad de basura que los habitantes de los barrios cercanos al río, antiguamente conocido como Gallinazo y ahora Río Abajo, depositan en su corriente que transporta hasta estufas y refrigeradoras, blancas y flotantes, que forman así un cementerio de desechos a los pies de la cinco veces centenaria ciudad.

El manglar, que crece velozmente, impide ver desde el Corredor Sur el hermoso conjunto monumental de la vieja urbe, integrado por el Hospital de San Juan de Dios y los conventos de San Francisco, La Concepción, los Jesuitas y Santo Domingo. Los turistas y los panameños, nos tenemos que conformar con la exigua vista de la parte más alta de la torre de la catedral, la que en poco tiempo desaparecerá de nuestros ojos.

Sabemos que los manglares son flora protegida, pero, en el caso del que con enormes dimensiones oculta la ciudad antigua, valdría la pena que se discutiese entre ambientalistas e historiadores si debe prevalecer el derecho a la hermosa vista desde el mar o si la vieja urbe ya no merece estar a la orilla del mar, sino del voraz manglar.

ABOGADO, EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA Y DIRECTOR DE LA ACADEMIA PANAMEÑA DE LA LENGUA.

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