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- 25/07/2020 00:00
La danza de los desposeídos
Hace poco fui al supermercado, porque tocaba abastecerme. Le pedí al despachador de embutidos un cuarto de libra del queso mozarela más barato que tuviera. Al ver que me salía en cincuenta centavos, compré la media. Regresé a casa contento, creyendo que tal vez el humanitarismo de los empresarios había crecido con la pandemia, abaratando sus productos. Unas horas más tarde, voy a prepararme mi primera merienda con mi “queso ganga de pandemia”; arrojo una rebanada al sartén para derretirlo y luego untarlo al pan como si fuera pizza. En eso veo que la etiqueta del paquete dice: “Imit. Mozarela”; inmediatamente vuelvo a ver la sartén, y solo quedaba una retícula amarillenta de apariencia sintética. Grande fue mi decepción al descubrir que me habían vendido queso de imitación.
En Panamá hay muchas cosas que son de imitación y estamos felices con ellas. No solo nos venden queso de imitación, sino también ropa de imitación, perfumes de imitación, vivimos en un primer mundo de imitación (Panamá el Dubái de Latinoamérica), tenemos una democracia de imitación (que en realidad es una plutocracia), TV nacional de imitación, educación de imitación, y nos enorgullecemos de tener una clase media de imitación.
Uno de los más grandes éxitos del poder económico y político ha sido hacernos creer, aún sobre la pésima distribución de riquezas, que tenemos una clase media tan fuerte que nos permite diferenciarnos del resto de los países latinoamericanos. Pero, si usted mira a fondo, notará que nuestra clase media, aunque parezca hecha en EUA o Europa, su etiqueta dice claramente “made in China”.
Hace algunos años escuché a un comentarista decir que: “Uno no debe considerarse clase media, si no puede llegar al fin de semana con cuatrocientos dólares en el bolsillo, y gastarlos a la libre”. Al momento me pareció un exabrupto, luego entendí que tenía razón. Comprar cosas, mucho menos a crédito o pidiendo prestado, no nos cambia de estatus social volviéndonos súbitamente “clase media”. Endeudarse para tener zapatillas, ropa de marca, celular de último modelo e internet podrá darnos comodidad, pero no estabilidad económica.
No olvidemos que las cosas se deprecian mientras la deuda crece (por los intereses). Tal es la paradoja del consumismo en el tercer mundo: mientras más adquieres menos tienes. Esa es la parte que muchas personas no quieren entender. Tenemos deudas, no dinero; nuestro dinero lo tienen los bancos, las financieras, los prestamistas, etc. Y la COVID ha venido a tirárnoslo en la cara. Como ya no hay neoesclavos que mantengan la ilusión del Panamá de imitación, nos piden que vivamos con cien dólares al mes. ¡Cruda realidad! Pero, por otro lado, el panameño también ha aprendido a vivir inmerso en una felicidad de imitación, y tampoco parece importarle.
Ahora bien, ¿qué pasaría si la seudoclase media de nuestro país se reconociera y hermanara a la clase pobre?... Dicha unión sería una amenaza real y fuerte para el poder político-económico del país. Sin embargo, eso es algo que jamás pasará, mientras haya quienes prefieran seguir bailando la danza de los desposeídos.