• 08/10/2020 00:00

Sociedad del consumo y del espectáculo

"Hoy, la dignidad y la privacidad no existen. Han sido destruidas por una superficialidad que nos ha convertido en máquinas del consumo exagerado y en víctimas del espectáculo social más ridículo de la historia"

La banalidad de nuestros tiempos nos hace creer que necesitamos objetos superfluos para ser felices. Pero eventualmente la vida nos enseña que no necesitamos nada material. El nuevo celular, la nueva computadora, la nueva cartera y la ropa de marca no sirven para absolutamente nada. Una vez que miramos dentro de nosotros mismos, nos damos cuenta de que lo único verdaderamente importante es la familia y un plato de comida en nuestra mesa.

“Se ha necesitado una crisis general de la sociedad para que estas sencillas, pero humanas verdades resurgieran con fuerza”, dijo Ernesto Sábato en su libro La Resistencia. Sin embargo, vivimos en una sociedad demasiado “pop”, donde pasamos horas en actividades “light”; es decir, actividades sin fondo, para distraernos de los problemas que realmente importan: aquellos que están dentro de nosotros mismos.

Esta generación es, sin duda, la generación más manipulada, insegura y frágil de la historia humana. En vez de buscar la raíz de nuestras inseguridades, hemos decidido distraernos y pasar horas pegados a una computadora y al celular tomándonos fotos cada cinco minutos. Nuestra adicción a la aceptación social es tan grande, que todos los días nos dedicamos a grabarnos mostrando cada una de nuestras actividades superficiales. Desde lo que comemos y compramos, hasta la serie que vimos anoche en la TV. Así, cada persona filma su propio “reality show” y lo compara con los demás, tratando de llenar en vano las expectativas de su vacía existencia.

Somos adoradores de la TV y de las redes sociales. Es una esclavización voluntaria, porque ambas eliminan la individualidad, automatizan a la gente y las unen al rebaño.

La estupidez se ha normalizado y el espectáculo es tal, que ahora llevamos a TV nacional a expresidentes corruptos y a uno que otro ignorante que se volvió famoso haciendo payasadas en Instagram. Los tildamos de importantes y los elevamos de categoría, hasta inconscientemente verlos como modelos a seguir. Ya no sabemos diferenciar entre un héroe o un villano.

Antes, los modelos a seguir eran los intelectuales, los filósofos, los inventores y científicos que inspiraban a los jóvenes a pensar críticamente y a luchar a diario para mejorar la calidad de vida humana. Sin embargo, ¿cómo vamos a pedirle hoy a nuestros hijos que innoven y que se esfuercen por cambiar el mundo, cuando solo glorifican a personas mentalmente vacías?

Como dijo Mario Vargas Llosa en La civilizacion del espectáculo: “La gente de hoy en día solo quiere leer libros “light”, ver películas “light” y apreciar arte “light”. No se exige pensar, no se atreve a salirse de su pereza mental”. Ni se atreve a aventurarse dentro de sí misma para resolver sus problemas, se esconde en frivolidades, como la TV, en drogas como la marihuana, cocaína, el éxtasis y el alcohol. Los más débiles nos invitan a derrochar dinero en excesos y discotecas, y así distraernos de las cosas que realmente importan. Eso no es gozar la vida, esas cosas solo las gozan las personas vacías.

Es un problema psicológico y sociológico, porque viven como si todo estuviera bien, fingiendo ser felices, sonriendo para las fotos y los videos, mientras que en realidad se ahogan en sus propias inseguridades.

Lo único que nos impide caer en ese círculo vicioso del consumismo y entretenimiento vacío es: o ser un genio, ser genuino y tomar la decisión, o que suceda algo que nos cambie la vida de la noche a la mañana. Yo tuve que quedarme sin celular por cinco meses para darme cuenta de que había vivido casi toda mi vida como un engranaje de esta sociedad decadente, donde está sobrevalorada la diversión, y la superficialidad reina en cada esquina. Hoy en día divertirse es degradarse, y todo se banaliza.

Gracias a la introspección, me he dado cuenta de que no precisaba de la TV ni de las series ni las películas. Tampoco necesito ver las noticias ni ir a una iglesia o una discoteca. Estas cosas no aportan absolutamente nada, por eso decidí dejarlas a un lado, algunas temporalmente, otras para siempre. Debemos tomar decisiones que hagan más humana nuestra vida.

“A pesar de las invenciones, los progresos, a pesar de la cultura y el conocimiento del universo, ¿hemos permanecido en la superficie de la vida?”, Rainer Maria Rilke, 1910.

Los poetas y los filósofos vienen y van, pero nunca les damos importancia, y al final, el problema es el mismo: la decadencia intelectual de la humanidad. Ellos nos han advertido por décadas, pero ¿estábamos escuchando o estábamos distraídos con la tecnología?

Hoy, la dignidad y la privacidad no existen. Han sido destruidas por una superficialidad que nos ha convertido en máquinas del consumo exagerado y en víctimas del espectáculo social más ridículo de la historia. La mayoría de las personas decide mantenerse cegada, porque tiene miedo a lo que encontrará si mira dentro de ella misma. Y así, nunca explotan su potencial humano.

Estudiante de Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales y Periodismo.
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