• 18/04/2021 00:00

Vacunación contra COVID-19 en Panamá

“En los países en desarrollo, usualmente, uno no puede escoger entre diversas vacunas, […]. Si queremos salir de la pandemia aceleradamente, debemos aplicarnos la que esté disponible […]”

Independientemente de ideologías políticas y afinidades o aversiones al Gobierno de turno, es justo reconocer que la vacunación contra COVID-19 en Panamá anda mejor encaminada que en muchos otros países del mundo. Podemos mejorar, por supuesto. Si pretendemos alcanzar la anhelada inmunidad de rebaño que acorrale al SARS-CoV-2 y aproxime al país a una cuasi normalidad social, necesitamos aplicar al menos 20 mil dosis diarias durante los 8 meses restantes del año. El programa nacional de inmunizaciones lo puede hacer, sin duda, pero todo dependerá del suministro semanal de vacunas, por ahora a la mitad del ritmo requerido. La ayuda del sector privado, bajo el paraguas regulatorio ministerial, no debe ser desechada. Cancillería, Senacyt y Minsa, a través de pujantes protagonistas, están efectuando ingentes tramitaciones para lograr la adquisición de vacunas que cubran al menos un 75-80 % de la población antes de que acabe el 2021. De mi parte, aplausos de pie.

Mucha gente me pregunta si hay una vacuna mejor que otra. Desde la óptica de salud pública, la respuesta, más que binaria, está condicionada a múltiples variables. Número de dosis, estabilidad térmica, perfil de seguridad, calidad de manufactura, costo, transparencia en información técnica, resultados de investigaciones en poblaciones similares y grado de protección contra enfermedad vs. infección son parámetros a considerar cuando se compran estos productos biológicos. Partamos del hecho de que ninguna vacuna es infalible ni 100 % efectiva, contra ningún microbio; por tanto, pueden ocurrir casos (hasta graves esporádicamente) aún con las vacunas aparentemente más poderosas. Si comparamos las eficacias de las 7 vacunas que han publicado datos de fase 3 (Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Johnson & Johnson, Sputnik V, Sinovac, Novavax) para prevenir enfermedad grave, todas oscilan entre 85 y 99 %. Estas cifras podrían eventualmente cambiar según la emergencia y propagación de linajes virales con mayor poder de escape inmune. Aunque aún no contamos con suficiente evidencia de campo sobre la capacidad de evasión de las variantes más preocupantes, las valoraciones de neutralización viral en el laboratorio son alentadoras para varias de las vacunas testadas.

Después del imperativo ético primordial de reducir hospitalizaciones y muertes, el siguiente objetivo sanitario sería evaluar la eficacia de vacunas en evitar infección leve o asintomática y probabilidad de contagio. El uso de vacunas que impidan la transmisión viral nos acercaría más rápidamente a la calidad de vida prepandémica, mientras que la inmunización con productos menos contundentes podría no solo retrasar el ansiado propósito, sino propiciar que más variantes puedan emerger en el tiempo.

La rigurosa evaluación de la inocuidad es indudablemente lo que más importa en el desarrollo clínico de cualquier vacuna o fármaco. Las agencias regulatorias se fijan minuciosamente en los eventos adversos antes de otorgar autorización para su empleo en seres humanos, emitiendo la decisión con base en una relación claramente favorable de beneficio sobre riesgo. Durante las fases de investigación preaprobación resulta muy difícil captar reacciones indeseables raras, porque los ensayos se ejecutan usualmente en alrededor de 50 mil voluntarios. De ahí la importancia de los estudios de fase 4 (farmacovigilancia), cuando el producto en cuestión se masifica y administra a millones de individuos a nivel global. Debido precisamente a esta actividad de vigilancia, dos vacunas (AZ, J&J) han sido temporalmente suspendidas por su potencial asociación con eventos trombóticos relevantes en venas cerebrales y esplácnicas que ocasionalmente, sin tratamiento específico, pueden llegar a ser letales. La incidencia de estos eventos es de 1 caso por cada 200 mil a 1 millón de vacunados. Como comparación, es más probable ganarse la lotería extraordinaria, fallecer por el impacto de un rayo, ahogarse en un río o piscina, recibir una bala perdida, experimentar reacciones peligrosas por anticonceptivo o sildenafil (viagra), morir en un accidente automovilístico y, muchísimo más común actualmente, sucumbir por COVID. Es probable que, tan pronto concluya la exhaustiva investigación, se reanudará la aplicación de estas vacunas con limitaciones de edad, género y/o presencia de factores concomitantes de riesgo.

No hay necesidad de realizar una prueba serológica para saber si uno generó adecuada inmunidad posvacunación. Los resultados pueden ser engañosos o ininterpretables. Primeramente, la mayoría de tests comerciales mide anticuerpos contra otros componentes del virus y no contra la proteína de espícula (S), por ende confirman infección previa y no vacunación; segundo, aunque se enfoquen en la proteína S, detectan anticuerpos totales y no los neutralizantes, únicos con capacidad para aniquilar al SARS-CoV-2; tercero, solo los institutos de investigación cuantifican inmunidad celular, el otro brazo de nuestro sistema defensivo que protege contra las infecciones virales; cuarto, para poder comparar cifras de anticuerpos en el tiempo, la muestra de suero inicial debe idealmente compararse de manera paralela (mismo día) con la muestra subsecuente; quinto, aunque tengamos niveles bajos, solo hace falta exponerse al virus para inducir un refuerzo vigoroso (“boosting”) inmediato que evite progresión de la infección; y, por último, todavía no se ha definido un correlato de protección que indique la cantidad de inmunidad que se precisa para la prevención de la COVID-19. Una mayor cifra de anticuerpos de la requerida no necesariamente se traduce en mejor protección. No se deje engañar, esta actividad es más negocio que ciencia.

En los países en desarrollo, usualmente, uno no puede escoger entre diversas vacunas, porque estas son, habitualmente, acaparadas por el primer mundo. Si queremos salir de la pandemia aceleradamente, debemos aplicarnos la que esté disponible en el momento que toque la cita. La oferta en Panamá, por ahora, es envidiable. No hay vacunas malas, hay solo oportunidades perdidas de inmunización. Póngamos el brazo, no desaprovechemos…

Médico e investigador.
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