• 13/06/2021 00:00

Origen del SARS-CoV-2: trabajo para la ciencia

“Para la ciencia, es muy importante analizar cualquier posibilidad, por más disparatada que parezca, porque es la única manera de intentar prevenir próximas pandemias”

La ciencia trabaja en silencio, sin alardear ni apresurar conclusiones, hasta que la evidencia se torne sólida. Ninguna de las especulaciones sobre el origen del SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, ha sido desestimada. Las patrañas conspirativas, empero, particularmente las promovidas por individuos sin credenciales académicas, hacen mucho daño a la humanidad y deben ser combatidas enérgicamente. Los grupos negacionistas no comprenden ni el pensamiento ni el método científico utilizado para dilucidar la génesis de nuevas infecciones microbianas en nuestra especie. De allí que se hayan emocionado con las recientes y sensacionalistas noticias sobre las pesquisas para aclarar el inicio de la pandemia. La hipótesis más aceptada en la actualidad, abrumadoramente, es el salto o derrame (“spillover”) del coronavirus desde su reservorio natural al ser humano, ya sea directamente (contacto con murciélagos) o mejor aún a través de un animal intermediario (aún por demostrar). La fecha exacta en que haya podido ocurrir dicho evento no está todavía bien definida. La segunda posibilidad que se indaga es el potencial escape accidental del virus de un laboratorio de investigación en la ciudad de Wuhan, debido a brechas en los protocolos de bioseguridad. La noción muchísimo menos plausible se refiere a la “confección” artesanal del patógeno con fines maquiavélicos.

Una cosa es libertad de expresión y otra, muy distinta, es libertad de desinformación, valiéndose de invento, falsedad, manipulación o engaño para ganar popularidad y seguidores. En salud pública, las consecuencias adversas de estos deliberados bulos pueden llegar a ser enormes. Los ejemplos sobran. En muchos países de nuestra región, durante gran parte del 2020, se utilizó la hidroxicloroquina como tratamiento empírico, pese a la abrumadora evidencia de inutilidad y potencial toxicidad; se desconoce la cantidad de arritmias provocadas por dicho fármaco y que pudieron complicar la evolución de individuos con COVID-19 grave o letal. Los fanáticos de la estrategia en Suecia han seguido defendiendo las laxas políticas de restricción, a pesar de la mayor proporción de fatalidades en adultos mayores de ese país que en las naciones escandinavas vecinas; de hecho, las propias autoridades suecas ya reconocieron su error. La propaganda populista sobre “panaceas” que reforzaban el sistema inmune propiciaron una falsa sensación de seguridad y retraso en la búsqueda de una atención médica oportuna que redujera la severidad de la infección. Las noticias falsas sobre vacunas han impactado de manera adversa la aceptación de la inmunización en numerosas regiones, fenómeno que dificulta alcanzar la inmunidad colectiva requerida para controlar la pandemia. Finalmente, las parábolas sobre la creación humana del coronavirus, con propósitos malsanos, provocaron toda clase de sentimientos racistas y xenofóbicos contra la población china; la atinada decisión de la OMS en cambiar el origen geográfico de las variantes por letras griegas estuvo precisamente orientada a mitigar la bochornosa estigmatización étnica.

Ha habido, sin duda, escapes de patógenos de laboratorios de investigación, en varios países desarrollados, aún con el empleo de robustas medidas de bioseguridad, que provocaron brotes pequeños de infección tanto en científicos como en familiares o en personas distantes conectadas con los casos. El virus de la viruela afectó a un grupo de individuos en Reino Unido a finales de la década de 1970, posterior a su erradicación mundial, a partir de desviaciones en el manejo de muestras guardadas para estudios virológicos. Algunos brotes de influenza H1N1, en el siglo pasado, se vincularon a escapes accidentales en instalaciones científicas de Rusia y China. Casos de infección por el virus de la encefalitis equina venezolana han sido ligados a fugas del microbio de centros veterinarios en Suramérica. El SARS-CoV-1 infectó a personal de laboratorio en Singapur, después de haber sido contenida su propagación inicial en el período 2002-2003. En el 2015, el departamento de defensa de Estados Unidos envió, por error, muestras de bacterias vivas de ántrax, en lugar de especímenes muertos, a 18 laboratorios norteamericanos y a una base militar en Corea del Sur. La OMS tiene todo un protocolo actual de contención de los virus salvajes de polio que quedan, resguardados en algunas instalaciones científicas, para que sean eliminados tan pronto se consiga la erradicación de esta terrible enfermedad.

Considerable evaluación sobre la pandemia actual, no obstante, apunta a que el origen del SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, ocurrió de manera natural, similar a las zoonosis de otros coronavirus (SARS-CoV-1 y MERS) en años anteriores. Un renombrado grupo de virólogos evolucionistas, enviado a China para investigar todas las potenciales hipótesis, concluyó que el escape accidental era altamente improbable, basándose en las aleatorias e impredecibles características genómicas, patogénicas y de afinidad de la proteína S con el receptor celular humano, del virus original identificado en Wuhan, en comparación con otros coronavirus de murciélagos evaluados en este laboratorio. Las noticias sobre algunos científicos chinos infectados en 2019, después de recoger muestras en cuevas de murciélagos, avivaron el interés por seguir indagando minuciosamente la situación. Para la ciencia, es muy importante analizar cualquier posibilidad, por más disparatada que parezca, porque es la única manera de intentar prevenir próximas pandemias.

Por ahora, sin embargo, el asunto ha generado más interés, pero no necesariamente más evidencia, algo que en ciencia resulta fundamental. Mi más sentido pésame a los conspiranoicos…

Médico e investigador.
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