• 01/11/2021 00:00

Los niños, las próximas cobayas

“[…] lo que están por hacer es someter a millones de niños sanos a una intervención de la que no hay evidencia de beneficio ni sabemos nada sobre su seguridad o daños ni a corto ni a mediano ni a largo plazo […]”

“Nunca vamos a aprender acerca de qué tan segura es esta vacuna, a menos que comencemos a darla. Así son las cosas. Así es como hemos hallado acerca de las raras complicaciones de otras vacunas, como la vacuna del rotavirus”. Esto dijo el Dr. Eric Rubin, miembro del panel de expertos convocados por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos, siglas en inglés), en la sesión de la semana pasada de la FDA, en que el panel votó a favor de recomendar la autorización de uso de emergencia de la vacuna Pfizer/BioNTech contra la COVID-19, para niños en edades entre 5 y 11 años. El Dr. Rubin votó a favor de recomendar la autorización de una vacuna en un grupo de población para el que el Dr. Rubin acababa de expresar que no hay evidencia sobre su perfil de seguridad para ese mismo segmento de la población. Y lo dijo en voz alta ante las cámaras. Lo inverosímil no es ya que lo piensen, sino que lo digan en voz alta sabiendo que están siendo escuchados por millones de personas.

La vacuna contra el rotavirus, a que probablemente se refiere Rubin, es RotaShield, una vacuna que fue aprobada por la FDA en agosto de 1998. El Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización (ACIP, siglas en inglés) de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, inglés), emitió en febrero y nuevamente en junio del mismo año 1998, recomendación de aplicar dicha vacuna en bebés en tres dosis orales a los 2, 4 y 6 meses de nacido. El Dr. Albert Kapikian, virólogo del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID, inglés) de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, inglés), resume el porqué se desaconsejó después el uso en bebés, de dicha vacuna: “En julio de 1999, luego de que aproximadamente 1.5 millones de dosis habían sido aplicadas, el CDC recomendó suspender la administración de la vacuna, porque la vigilancia postlicenciamiento de eventos adversos había sugerido una asociación con la invaginación intestinal. Después de una más extensa investigación por el CDC, en octubre de 1999 la ACIP retiró su recomendación, concluyendo que «la invaginación intestinal se da con significativamente mayor frecuencia en las primeras 1-2 semanas luego de la vacunación con RRV-TV, particularmente luego de la primera dosis»”.

Ojo, RotaShield había sido aprobada -y no meramente “autorizada para uso de emergencia”- por la FDA. Había concluido los ensayos clínicos de fase III. En cambio, la vacuna Pfizer-BioNTech no ha demostrado reducción de mortalidad en ningún ensayo clínico. De hecho, en el ensayo clínico llevado a cabo en adultos, bajo el patrocinio del consorcio Pfizer-BioNTech, hubo más muertos en el grupo sometido a la vacuna, que en el grupo que recibió placebo, aunque la diferencia no fue estadísticamente significativa. Y no ha contado con ensayos de adecuada duración para estudiar efectos adversos a largo plazo. El ensayo en niños 5-11 años fue de apenas 3 meses de duración. Y contó con apenas 2 mil niños aproximadamente, por lo que ni hay forma de medir beneficio clínicamente relevante para una enfermedad que en ese segmento de población tiene una letalidad estimada en aproximadamente 1/millón infectados ni tampoco puede detectar efectos adversos importantes ni siquiera de corto plazo. Por ejemplo, la tasa de miocarditis que ha sido detectada en adultos jóvenes ya anda por el orden de 1/5000 personas. Con un ensayo de 2000 personas es imposible detectar la señal estadística de daño. Es casi como si el ensayo estuviese diseñado intencionalmente para no detectar daño. A eso llaman ahora “la ciencia”.

De modo que lo que están por hacer es someter a millones de niños sanos a una intervención de la que no hay evidencia de beneficio ni sabemos nada sobre su seguridad o daños ni a corto ni a mediano ni a largo plazo para dicho segmento. Vivimos en tiempos en que ya no se busca estudiar primero las intervenciones médicas de modo exhaustivo para medir beneficio y establecer un perfil de seguridad, antes de recomendarla en niños sanos, sino que se lanza primero y se someterá -bajo diversas formas de coerción- a la población infantil sana a la intervención experimental, de la que no sabemos nada acerca de beneficio ni de daño, para entonces poder aprender algo acerca de los beneficios y daños de la intervención.

Tus niños, pues, serán las cobayas en esta próxima etapa del experimento ejecutado en nombre de “la ciencia”.

Abogado
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