La Policía Nacional aprehendió al alcalde electo de Pocrí por presunto peculado, tras una investigación relacionada con proyectos no ejecutados del Conades...
- 06/08/2022 00:00
Elucubraciones de un escritor recalcitrante
Pocos artistas logran distinguir entre la realidad y la fantasía, ni les interesa demasiado. Para ellos la vivencia es una. Al igual que no todo lo que brilla es oro, tampoco es real todo lo que lo parece. Además, nada garantiza siquiera que la realidad exista como un ente independiente, cierto, fiable. Tampoco la fantasía, puesto que no es raro que la imaginación domine los resortes del simulacro mejor que cualquier mago respetable.
Digo todo esto a manera de aclaración. Sé perfectamente que mi credibilidad se pone en duda cada vez que escribo un cuento, ¿Pero para qué necesitamos credibilidad si en un texto hay solvente verosimilitud? Lo cual por supuesto, no significa que uno deba “demostrar” que todo lo que escribe es parte de la realidad y que por tanto hay que tomarlo al pie de la letra. En absoluto. Lo que importa, lo que verdaderamente importa, es que lo fantástico parezca real y lo real fantástico, en la medida en que ambos comparten un espacio creado por el rigor de las palabras. Igual sucede con los contrasentidos del absurdo, con los sueños que son más reales que el cerebro que los sueña sin habérselo propuesto siquiera.
Por tanto, de mí depende en buena medida la aceptación por parte de otros de todo o parte de lo que escribo. De la calidad de mi visión de mundo, de mi capacidad descriptiva y narrativa, de cómo me seduce o me deprime cada personaje, cada escena, cada ambiente… Si yo mismo no me lo creó, difícilmente lo hará el lector. No olvidemos que el primer lector de lo que uno escribe es nada más y nada menos que uno mismo. Pero tampoco que, al igual que cada autor, cada lector que lo lea no dejará por eso de ser dueño y señor de sus propias creencias, así como de sus gustos y disgustos. Aunque es sabido que un buen cuento o poema puede cambiar una vida.
Si bien el juego de la realidad y la fantasía, presente desde inicios de la humanidad, es una sola moneda virtual que antes tuvo dos caras “reales” en el mundo del artista —todo buen escritor lo es—, cuando se fusionan se vuelven una sola “cosa”, diferente, dúctil, única, no pocas veces proteica o francamente híbrida. Es cuando nace la estética de lo nuevo. La ruptura que al sacudir renueva. La auténtica creatividad. La inventiva, en fin, que transforma mientras muestra sin afán de demostrar necesariamente nada.
Los escritores sin duda tenemos muy diversas razones por las cuales creamos cuentos, poemas o novelas. Pero no creó equivocarme si digo que tenemos algo fundamental en común, sin lo cual nos hubiéramos dedicado a otra cosa: una necesidad congénita de hurgar en los claroscuros de la vida, en sus contradicciones y fisuras, pero también en la razón de ser de sus satisfacciones y en la naturaleza sinuosa de la esperanza. Y para todo ello nuestro instrumento es, por un lado, la sensibilidad y el gusto por explorar los matices del lenguaje que nos sirve para expresarnos, y por otro, una muy personal disposición a tratar de entender el sentido profundo de las cosas. En Panamá, desde finales del siglo xix, siempre ha habido escritores que manejan su oficio con una sabiduría innata o aprendida —generalmente ambas cosas—, y que saben que siempre es posible escribir mejor. Para lo cual es menester leer mucho, pero sobre todo vivir lo más plenamente posible, a fondo, sin dejar de estar conscientes de cada detalle, de cada suceso maravilloso, pero también de cada horror que puede estar acechando a la vuelta de cualquier esquina.
Quien escribe es a un mismo tiempo un fotógrafo y un reportero, una esponja y una red, un cazador de incidencias y un saqueador de sucesos que de tan reales parecen fantasías y viceversa cada vez que haga falta plasmar, como en un cuadro, como en una sinfonía, la semblanza descrita, narrada o puesta en imágenes poéticas de algo o alguien que nos mueve el piso de tal manera que nuestra recepción y reproducción de la experiencia vivida pueda ser recibida por los lectores como algo que casi no podría ser de otro modo. Lo que sí me parece poco creíble es que un buen creador literario pueda ser un escritor (escritora) de verano, de ocasión, de a ratos de ocio. El verdadero escritor es un esclavo de su oficio, pero un esclavo voluntario, inevitable, fiel. Su creatividad es lo que lo salva de los abismos de la tristeza, alguien que logra salir del pozo mirando desde abajo la belleza del cielo y el vuelo de los pájaros cuya libertad parece plena y nos resulta envidiable.
Sin duda el tiempo esquivo, los compromisos familiares o laborales y demás asechanzas que suelen complicarnos la vida no pocas veces nos impiden dedicarnos en cuerpo y alma a la escritura. Pero bien, sabemos que al primer descuido de la realidad habremos de entrar al mundo de la imaginación, que es en donde principalmente nos nutrimos quienes aspiramos a ser artistas.