• 19/08/2022 00:00

Un Panamá de todos y para todos

El país atraviesa un momento donde tiene que construir una sociedad donde sea posible la convivencia pacífica, positiva y productiva, donde la educación y la salud sean los principales propósitos alrededor del desarrollo humano, donde se respeten los derechos colectivos por encima de los derechos individuales

Coincido con la opinión de los expertos cuando dictan que los problemas coyunturales deben tratarse por separado de los problemas estructurales, algunos de los cuales vienen desde antes de ser república. Los primeros, muchas veces producto de los segundos, deben resolverse de manera rápida y temporal, mientras se estudia a profundidad sus efectos y las posibles soluciones a las fallas estructurales, las cuales tienen mayor impacto y son a más largo plazo.

También opino que es un error circunscribir el abordaje de los problemas estructurales del país a los temas económicos, soslayando o poniendo en un segundo plano los asuntos políticos, sociales y culturales que conforman la naturaleza y el tejido de cualquier sociedad como la panameña.

Sin embargo, acometer la gigantesca tarea para hacer de manera simultánea reformas al sistema político, al modelo económico, al comportamiento social y a la cultura no es una tarea sencilla, como tampoco serán las propuestas que puedan surgir de ella. Dicho esto, no es mi intención proponer una agenda, pero sí, resaltar algunas condiciones previas, de aptitud y actitud, requeridas para abordar con responsabilidad y compromiso, y con un mínimo de probabilidad de éxito, cualquier esfuerzo para intentar hacer cambios estructurales, de las cuales menciono tan solo algunas como un aporte hacia lo que viene.

Como todo ejercicio con alcance nacional, el proceso debe ser abierto, incluyente, transparente y democrático, por lo que deben estar presente y representados todos los sectores organizados de nuestra sociedad. Más allá de los diferentes puntos y criterios previos de una posible agenda, todos deben sentarse en la mesa pensando en Panamá, respondiendo en cada punto, cada análisis, cada propuesta o cada acuerdo la siguiente pregunta: “¿qué puedo aportar como individuo y como grupo para mejorar la condición política, económica, social y cultural de mi país?”

En este sentido, el espíritu y el método de “la mesa” no puede ser un proceso de ”negociación”, sino más bien uno de “construcción”, lo cual difiere diametralmente a lo que acontece en Penonomé y a las prácticas a las que estamos acostumbrados la mayoría de los panameños. En otras palabras, no se trata de qué quito, que retengo o qué defiendo, sino más bien, qué aporto, a qué renuncio, qué sacrifico, cada uno desde sus diferentes perspectivas, capacidades y proporciones, para bien de la sociedad.

Se debe elaborar un listado de objetivos-resultados que permitan diseñar, en conjunto, una visión de país, un país para todos y de todos, una especie de Acuerdo Nacional, con cambios concretos que deben incluir aquellos principios y valores que nos permitan corregir el rumbo que llevamos, con perspectivas reales para construir un nuevo país.

Tenemos que construir una sociedad donde sea posible la convivencia pacífica, positiva y productiva, donde la educación y la salud sean los principales propósitos alrededor del desarrollo humano, donde se respeten los derechos colectivos por encima de los derechos individuales, y donde la solidaridad permita reducir la inequidad existente y mejorar los niveles de vida de todos los panameños.

Con este espíritu y propósito reformista, las partes deben imbuirse de desprendimiento, de respeto y de tolerancia, sin descalificaciones, viéndonos todos como panameños, con la capacidad de ponernos de acuerdo para sacar a Panamá del atolladero en que nos encontramos.

La tarea no será fácil. Por un lado, tenemos la percepción de liderazgos ausentes o alejados de la realidad, o líderes más interesados en llegar al poder para manejar la hacienda pública para su propio beneficio o el de su círculo “0”. Por el otro, tenemos instituciones débiles, incapaces de cumplir con su cometido y muchas veces diseñadas para beneficiar a ciertos sectores. Por ello, se tendrá que recurrir a las mejores prácticas de cómo conducir los asuntos, tanto públicos como privados, para acabar con esa idiosincrasia que nos hace creer y actuar como si ambos fueran lo mismo, es decir, un modelo que favorece a unos pocos y no beneficia, y hasta desmejora, a las grandes mayorías.

Al final se trata de transformar nuestra sociedad para que las reglas sean iguales para todos los jugadores, con premios y castigos, con una mayor simetría de poder entre los diferentes actores. Como sociedad, todos debemos rechazar la corrupción, la impunidad, el juega vivo, la apatía, el conformismo y el clientelismo, por mencionar algunas lacras que nos aquejan, para que no sean monedas de cambio en nuestro diario vivir. Reducir las inequidades y la pobreza, acabar con la exclusión y mejorar la calidad de vida de los panameños no es una utopía ni un imposible, simplemente es una tarea de todos, que comienza por ponernos de acuerdo para trabajar con la voluntad necesaria, recordando que a la Patria no se le ponen condiciones.

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