• 16/10/2022 00:00

COVID-19: inmunidad grupal, variantes, vacunas, secuelas y desinformaciones

“Pese al enorme impacto favorable que ha tenido la vacunación y la excelente relación beneficio-riesgo en más de 12 mil millones de dosis administradas, aún continúan los activistas antivacunas, muchos cínicamente ya inmunizados, fabricando basura seudocientífica y elaborando desinformación criminal”

La inmunidad grupal o de rebaño (“herd immunity”) es un umbral de población inmune que debe ser alcanzado, mediante vacunación, infección natural o ambas, para que una infección contagiosa pueda ser controlada y mantenida en canales endémicos. En términos generales, este porcentaje es más alto a medida que la enfermedad es más transmisible (elevado Ro). Para sarampión y tosferina, por ejemplo, la cifra aproximada requerida anda por 90-95 %; para viruela humana, varicela, parotiditis, rubéola, difteria y poliomielitis por 70-90 %; mientras que para el SARS-CoV-1 y el MERS por 40-65 %. En el caso de influenza (gripe) o virus respiratorio sincicial, sin embargo, este concepto no encuentra una sólida aplicación, debido a la transitoria duración de la protección contra infección conferida por la inmunidad, la continua aparición de mutaciones con mayor evasión inmunitaria, la transmisión del virus durante la fase asintomática y la reducida capacidad esterilizante alcanzada en la mucosa respiratoria por las vacunas tradicionales. El SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, ha magnificado todos estos obstáculos y con el surgimiento de la variante ómicron, con sus numerosos sublinajes, se ha burlado del término epidemiológico, al punto de que aún pueden suscitarse brotes (olas) de casos con casi 100 % de población aparentemente inmune. Resulta importante enfatizar que, aunque la protección contra infección es parcial y temporal, contra la enfermedad grave sigue siendo potente y duradera, objetivo primordial de cualquier vacuna.

Desde que apareció la cepa original de Wuhan, decenas de miles de mutantes han sido caracterizadas en el mundo, la inmensa mayoría irrelevantes (neutrales o deletéreas para la efectiva propagación del microbio). Una minoría de variantes ha sido considerada de interés y solo vigilada estrechamente para evaluar su dinámica biológica. A excepción de ómicron (identificada en noviembre de 2021), todas las variantes de real preocupación emergieron en el año 2020, cuando aún no se había autorizado ninguna vacuna: Alfa (mayo 2020), Beta (agosto 2020), Gamma (noviembre 2020), Delta (octubre 2020). Estas han revelado mayor transmisibilidad, aumentada agresividad y mejor capacidad de evasión inmune. Con ómicron , el virus parece haber encontrado su mejor versión para mantenerse en circulación y eternizar su supervivencia: superior contagiosidad, menor virulencia intrínseca y resistencia parcial a las vacunas de primera generación. Este gran salto evolutivo sigue perfeccionando al microbio para que logre mejor adaptación al ser humano (“human fitness”), a través de la adquisición de múltiples cambios estructurales, tanto en la proteína espiga (S) como en otras regiones antigénicas del virus. Actualmente, una gran sopa o cocktail de sublinajes o recombinaciones de ómicron: BQ.1 (Typhoon), BQ.1.1 (Cerberus), BA.2.3.20 (Basilisk), BA.2.75.2 (Chiron), BF.7 (Minotaur), BA.4.6 (Aeterna), BJ.1 (Argus), XBB (Gryphon), etc., se esparce simultáneamente en una gran cantidad de países. Varias empresas, afortunadamente, han empezado a desarrollar productos de segunda generación para enfrentar estos nuevos aislamientos. Estimaciones recientes demuestran inobjetablemente que la vacunación ha evitado la muerte de más de 20 millones de personas, y cientos de millones de hospitalizaciones, a nivel global en menos de dos (2) años de implementada la inmunización colectiva.

Pese a que gran parte del mundo ya ha aprendido a convivir con el virus, abandonando casi todas las restricciones pandémicas impuestas previamente, todavía no hemos alcanzado la anhelada endemicidad (% de positividad sostenida entre 1 y 5 %, más brotes estacionales únicos predecibles). Mientras aún padecemos muchas infecciones agudas, estamos paralelamente observando las secuelas de la enfermedad en 15-30 % de las personas que sufrieron la infección natural, especialmente antes de tener sus dosis completas de vacunación según el grupo de riesgo. Datos extensos recientes indican que una adecuada inmunización, con refuerzos, reduce en 30-50 % el desarrollo de síntomas prolongados. El denominado COVID largo (“long COVID”) es un espectro de condiciones que acontece después del episodio infeccioso agudo y que provoca el desarrollo de diversas manifestaciones clínicas que pueden desembocar en discapacidad, internación o incluso fallecimiento durante el primer año de seguimiento, tanto en adultos como en niños. Los eventos más serios incluyen trastornos mentales, padecimientos neurológicos y cognitivos, afectaciones cardiovasculares (infartos, miocarditis, hipertensión), patologías renales y metabólicas (nefropatía, diabetes) y dolencias neurodegenerativas precoces (Alzheimer, Parkinson). Varias causas, presuntamente, inducen esta condición crónica: persistencia del virus en reservorios celulares, fenómeno autoinmune contra partículas microbianas, síndrome inflamatorio posinfeccioso, presencia de microtrombos residuales en amplias redes vasculares, reactivación de herpesvirus latentes (Epstein-Barr, citomegalovirus) y producción reducida de cortisol plasmático (insuficiencia adrenal secundaria).

Pese al enorme impacto favorable que ha tenido la vacunación y la excelente relación beneficio-riesgo en más de 12 mil millones de dosis administradas, aún continúan los activistas antivacunas, muchos cínicamente ya inmunizados, fabricando basura seudocientífica y elaborando desinformación criminal. Cada vez que han visto caer sus disparates y marginados al ostracismo (5G, chips, imanes, grafeno, infertilidad, adversidades magnificadas o inventadas y hasta la extinción masiva a los dos (2) años de vacunarse), salen con alguno nuevo, usualmente de información sacada de contexto y torpemente repetida por los papagayos de cada país. Habrá que dilucidar si el anómalo comportamiento tiene como fondo: ideología libertaria, antagonismo político, analfabetismo científico, anarquismo conductual, aversión a empresas farmacéuticas o alguna psicopatología subyacente no bien manejada. Lo bueno es que ya poca gente se traga ese discurso negacionista y conspirador. Aburren...

Médico e investigador.
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