El término ‘cafá’ es muy utilizado en el país para denotar un golpe que se suele dar en la cabeza de una persona con los nudillos del agresor. A menudo se encuentra a alguien que amenaza con ese tipo de golpe: “Cuidado y te doy tu cafá”. Significa este término, según el Diccionario del Español en Panamá de la profesora Margarita Vásquez, “coscorrón”, quizás menos conocido que aquel sinónimo que es utilizado por padres para disciplinar a los hijos.

Pero también este molestoso castigo tiene una connotación. Quien lo da, por lo general, se considera superior al agredido y, a causa de esto, se acompaña de algún regaño, lección o amenaza, para que el otro no ose decir o hacer algo que causaría algún inconveniente. Con el dolor punzante, se sabe que no hay que molestar a los demás y se sigue el régimen de conducta que impone tal trancazo.

Algo parecido parece haber ocurrido recientemente en la Asamblea Nacional. Uno de los diputados apareció ante las cámaras de los noticieros con signos de haber sido agredido y aprovechó los sorprendidos ojos de camarógrafos y periodistas para quejarse de un colega, que le había dado una intempestiva mancha de golpes por motivos que él no comprendía y que afectaban su creativa misión desde el hemiciclo legislativo donde ejercía sus funciones.

Cuando los interesados y deseosos de conocer los hechos fueron a buscar al supuesto agresor, este dio una declaración. Explicó que su acción se debía a las burlas y amenazas, tanto en las redes sociales como en las labores de promoción de la infraestructura legislativa y en las de la vida política nacional que se gesta en la cámara. Agregó que se proponía seguir con otros ejemplos de mandarria si el compañero diputado persistía en los ataques.

Ante este amenazante pronóstico, el político afectado puso una demanda en el Ministerio Público y pidió que la justicia le hiciera valer sus derechos. De igual manera, planteó la necesidad de contar con garantías para salvaguardar su seguridad y la de los suyos de una nueva lluvia de manotazos, que podrían afectar su físico, su prestancia y sus aportes en la discusión de importantes proyectos en que se involucraba cada día en el foro.

Una audiencia de curiosos dio seguimiento al incidente y tomaron partido, algunos, a favor del agresor, a quien se le celebraba que hubiera puesto en su lugar a un personaje que solía ser irrespetuoso con las mujeres, y en el otro extremo, se censuraba al diputado que había dado los trancazos a su similar porque era una forma de impedir opiniones en contra de su criterio y a su posición política en este órgano de la sociedad panameña.

Este incidente pareciera abrir un nuevo estilo de solventar las diferencias en una institución donde el enfrentamiento de puntos de vista debería ser un instrumento de análisis de disposiciones o proyectos de las leyes del país. Por lo general, son los argumentos y el uso de la retórica el principal detonador que determina los mejores criterios que han de ser adoptados y convertidos en normas.

Una discusión puede llegar a un punto muy cálido, ácido, punzante, muerto, según el tema que se trate y la trascendencia. Corresponde a los diputados hacer trascendentales los documentos, basados en experiencias tanto teóricas como pragmáticas para brindar los mejores juicios y que surgirán de esa sala llena de mentes pensantes y con los mejores intereses para el común de la población.

Las leyes son un enfoque asumido por quienes proponen y adoptan esas reglas. Mediante ellas se asumen nuevas conductas que caracterizan la cultura sociopolítica nacional y por tanto determinan el destino de la ciudadanía. Cuando los protagonistas de este proceso se van al uso de la violencia física para darle mayor fuerza a sus posiciones, se tiende a dar al traste con un sistema que durante siglos ha demostrado ser más eficiente que la barbarie.

*El autor es periodista
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